Entrevista a Alicia Cuevas por Xánath Caraza

¿Quién es Alicia?

Soy una mujer que vive y escribe en Xalapa, una bella ciudad veracruzana. Nací en Ciudad Obregón, Sonora, pero antes de cumplir un año me llevaron a vivir a la Ciudad de México, donde pasé gran parte de mi vida. Escribo desde pequeña como una necesidad de expresión. Fui una niña bastante tímida e insegura y podría decir que, aunque tuve siete hermanos (éramos cuatro mujeres y cuatro hombres), muchas veces me sentía sola, aislada y sin poder compartir cosas fundamentales de mi vida interna con alguien. A pesar de vivir en una ciudad grande, siempre estuve cerca de la naturaleza: los paseos con mis padres eran frecuentes y las temporadas de vacaciones en distintos pueblos y lugares boscosos, con ríos, lagunas o presas eran constantes. Soy una mujer que ama las plantas y siempre he necesitado estar rodeada de ellas. Amo principalmente las begonias y los helechos.

Estudié pedagogía en la UNAM y después un diplomado en creación literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM (Sociedad General de Escritores de México). Tuve trabajos muy diversos en los que fue importante el contacto con la gente y la escritura. En algunos de ellos tenía que viajar constantemente al interior del país. Conocer diferentes lugares se convirtió en una cuestión importante en mi vida. Desde hace nueve años vivo en Xalapa, una ciudad acogedora: lluviosa, de clima cálido, de calles estrechas que suben, bajan y dan vueltas; rodeada de árboles y plantas que crecen por doquier. Creo que esta ciudad de alguna forma me refleja. A pesar de la deforestación causada por el desarrollo urbano, Xalapa sigue siendo una ciudad verde. Amo esta ciudad y soy muy feliz en ella.

¿Quién te acerca a la lectura en tu niñez?

Sin duda fue mi madre quien me acercó a la lectura. Ella había sido maestra de primaria en la Ciudad de México durante algunos años antes de casarse. Incluso había entrado a estudiar historia a la Facultad de Filosofía y Letras en los años cincuenta, estudios que también abandonó al casarse. Lo que recuerdo de niña es que había algunos libros en la casa y ella promovía que los leyéramos. De niña, yo estuve muy apegada a mi madre; ella nos hacía dictados y nos corregía constantemente la ortografía. Cuando me veía aburrida me decía: “A ver, siéntate, te voy a hacer un dictado”. Curiosamente eso era algo que no me desagradaba. Recuerdo también que tuve una buena maestra de primaria en quinto grado. Con ella aprendí cómo acentuar las palabras y a amarlas.

Varios hermanos de mi madre eran buenos lectores: a mi tío Eduardo le gustaba la poesía e incluso escribía poemas. A mi tía Elena también le gustaba la poesía; y mis tías Lucha y Alicia eran buenas lectoras de novelas. Tuvimos la enciclopedia de Mis primeros conocimientos, que los hijos de un tío ya no utilizaban. Entre los libros que estaban en mi casa y leí de niña, recuerdo cuentos como El príncipe feliz y El gigante egoísta de Oscar Wilde, Los cuentos de Andersen y Las aventuras de Simbad el marino; novelas como La cabaña del tío Tom, Las aventuras de Tom Sawyer, Alicia en el país de las maravillas y muy especialmente Robinson Crusoe, novela que nos marcó de manera especial a mi hermano Sergio y a mí.

¿Cuándo descubres la poesía y la haces parte de tu vida?

Desde muy pequeña, a los siete u ocho años, lo que me atrajo fue la voz humana y particularmente el canto. Yo nunca logré ser entonada ni tener aptitudes musicales, pero recuerdo claramente la emoción que me producía cantar las canciones escolares, ya fueran a la madre, la patria; o bien canciones tradicionales mexicanas, que además escuchaba con frecuencia en voz de mi padre. Yo trataba de seguirlo a él y cantar; gozaba con mi intento y al escuchar su voz. Siempre fue una emoción muy grande sacar la voz y pronunciar de manera plena y profunda cada palabra de una determinada canción.

Otro elemento fue mi timidez y mi extremada sensibilidad. Yo era sumamente penosa, muy poco sociable y me apasionaba mucho con las cosas que vivía. Mi madre tuvo muchos hijos y siempre estaba ocupada con las labores de la casa; mis hermanos estaban cerca de mí en los juegos y en la dinámica cotidiana. Sin embargo, al no sentir una conexión más profunda entre ellos y mis inquietudes internas, creo que busqué un territorio privado donde sentirme a gusto; y ese territorio llegó a ser mi escritura. Yo empecé a escribir una especie de diario desde muy chica; además de que me aficioné a escribir cartas a amigas que vivían en otras ciudades. En algún momento la escritura se volvió mi medio natural para expresar lo que yo sentía, vivía o deseaba.

Desde joven me gustó mucho leer poesía. Recuerdo a una maestra de español en la secundaria que nos leía en voz alta a Sor Juana y a Neruda. En el bachillerato tuve un buen maestro de Lectura de clásicos que reforzó mi amor por la poesía. Si bien yo intenté escribir poemas desde la adolescencia, no fue sino muchos años después cuando me convencí de que la poesía era lo que más amaba. Cuando estudié en la SOGEM (pasados los treinta años) me atreví a mostrar lo que escribía, y desde ese momento, con altas y bajas, la poesía siempre ha formado parte de mi vida.

¿Qué más quisieras compartir con nuestros lectores?

A estas alturas de la vida me doy cuenta que lo importante es encontrar lo que a uno le apasiona y dedicarse a ello plenamente. Es necesario sacudir nuestros miedos y tomar las riendas de cada uno de los días que nos toca vivir.

Alicia, gracias por compartir tus poemas con nuestros lectores.

Plegaria a la luna

Brillas, luna, como un ave fría,

y tus húmedos miedos sacudes

tras la brisa de este invierno incoloro

que entorpece y disuade…

Luna clavada en este corazón hechizado

por tus tonos amarillos,

tus formas suspirantes,

tu solitario emblema

de inalcanzable rumbo.

Luna que lo dominas todo

al amparar la mirada de quien ama

en este cruento devenir,

en esta espera.

¡Elixir de quietud!

¡Anida en mi alma por siempre

para que nunca muera

y sólo deambule, meditabunda,

a tu cuidado!

Nos enamoras, luna,

a los de abajo.

Los que anidamos temblorosos

en esta tierra

de lluvia y desesperanza.

Quédate por siempre, luna,

aliméntanos con tu inmortal ternura.

Danos las alas

para volar delirantes

hasta tus pies.

Colinas intactas

Abrazo este silencio inmaculado:

colinas intactas,

inmensos pastizales.

Primero la aurora;

después,

el sol pegando a plomo.

Un brillo inusitado

que ciega el panorama:

sólo luz y resplandores.

Bruma

Hay una brizna afuera,

un olor a jazmines.

La tarde anochece sin permiso

envuelta entre la bruma.

Silencio invadido por arbustos,

cómplices del tiempo.

Olor a nubes bajas,

miradas al acecho.

La noche

La noche vuelve a marejadas,

penetra cada espacio.

La noche arriba silenciosa,

impone su misterio.

La noche nos convoca,

devela uno a uno nuestros miedos.

Lo vivido

A veces pienso

que me invento un poco mi vida.

¿Todos lo hacemos?

¿Qué tanto lo vivido

pasa por el tamiz de los ensueños?

¿Qué tanto mis sueños

suplantan lo vivido?

¿Importa?