Entre decisiones y Covid, ¿qué es peor?

Viaja acompañado y todavía no le permiten conducir. 

Es su vuelta al trabajo y todos han visto el enorme esfuerzo del joven por concretar el mínimo movimiento. Por eso ha dejado momentáneamente su papel como repartidor para convertirse los próximos días en una especie de capacitador para los nuevos empleados, en especial para quienes podrían asumir sus funciones y las de otros como él.

La empresa está fuera de la ciudad. Antes de enfermarse salía de casa alrededor de las 6:30 de la mañana para poder empezar su turno sin prisas, concretar sus recorridos y regresar a presentar reportes, canalizar “saldos” y entregar la unidad. Regularmente para las 5 de la tarde ya estaba de vuelta para jugar con las niñas, sus amores. 

El supervisor le envió un mensaje y debía presentarse a trabajar porque ya había tenido el tiempo suficiente para salir “bien librado” e incluso con días añadidos para poder recuperarse. 

Fueron poco más de dos meses porque, contrario a otros de su edad, él sí tuvo síntomas y aun cuando no fue necesaria la hospitalización, el virus le pegó fuerte. 

Eso explicó su esposa a la gente que la empresa envió para verificar su estado. Le oyeron de lejos, como a dos metros de distancia.

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Gerardo no puede cargar el exhibidor de metal a pesar de que está vacío y pide ayuda al chaval que se divierte jugando afuera con el celular mientras él contesta preguntas y dudas y preocupaciones de una de las clientas. 

El joven llega a tiempo para evitar un desastre con las charolas de los productos y la humanidad de nuestro protagonista, quien ha logrado asirse del brazo de su compañero. 

Gerardo le pregunta si podrá hacerse cargo mientras hace cuentas con la mujer afuera, sentado en la banca. El poco esfuerzo hecho en esta primera visita del día de su regreso le ha sofocado.  

La mujer es una buena persona. Le alcanzó afuera con un poco de té de manzanilla que había preparado para sí y se disponía a beber justo cuando llegaron. Gerardo agradece y le escucha.

—Todavía no estás en condiciones de trabajar, muchacho. 

No necesita que se lo recuerden, lo siente perfecto en la opresión en el pecho, la falta de aire y la dolorosa incapacidad para respirar correctamente “porque duele aquí dentro”, dice mientras se toca el plexo solar con evidente molestia.

No puede seguir en esas condiciones. 

La mujer pide el número de la empresa. El chico, quien ha terminado ya de colocar la mercancía y el exhibidor en su lugar, se lo proporciona.

—Es inhumano que este hombre esté así. ¿Cómo pueden permitirlo? ¡Es una inconsciencia!

La mujer corta la llamada y se dirige a ambos, que esperen, ya vienen por él con un reemplazo. 

Pasó una hora. Un auto blanco se estacionó frente al comercio y descendieron dos hombres. Uno verificó la mercancía, revisó los papeles y dijo algo a quienes le esperaban. El otro hizo una llamada, recibió instrucciones. No estaba contento.

—¿Qué pasará con él? No lo vayan a dejar sin trabajo…

El hombre rechaza tal posibilidad. 

Explica que debe llevarse el vehículo y a sus compañeros y pide permiso para dejar el auto ahí donde lo estacionó. Regresará más tarde, luego de haber llevado a Gerardo a casa y a su joven ayudante a revisión. También debe concluir la ruta del día y como su acompañante no es repartidor como ellos, no tiene permitido conducir por políticas internas los vehículos de la empresa. 

Gerardo agradece la intervención de la mujer en silencio. Ella sonríe preocupada, se ve en sus ojos, pese a la mascarilla e incluso tras la careta de plástico.   

***

La mujer está inquieta, molesta, casi apesadumbrada. 

A lo largo del día ha escuchado sobre las condiciones en que se encuentran algunos sitios del país, como Hidalgo y el Estado de México y Michoacán y Jalisco y Guanajuato y Nuevo León y Veracruz y…

La pandemia no ha pasado y ni siquiera estamos cerca de que termine. 

Dice no comprender de dónde saca el presidente que hay pocos casos en esta tercera ola de contagios y mucho menos su ocurrencia de regresar a clases presenciales en agosto.

—Ya ve, en España dicen que están en la quinta ola y que su gobierno está pensando otra vez en encerrar a todos… 

Ella no necesita pensar o analizar mucho, ya ha tomado una decisión y sus hijos no irán a la escuela. No importa si llegan a perder el año. Prefiere mil veces tenerlos en la casa a estarlos llorando en el panteón.

Ni Dios lo quiera, dice al tiempo que se persigna. 

Una voz femenina en la radio comenta que el canciller ha reconocido que sí participará para obtener la candidatura dentro de dos años y medio porque sí es cierto, también quiere ser presidente. La jefa de gobierno evita opinar o dar una postura, dice, pero para nadie es un secreto que los gustos presidenciales y sus gestos y sus palabras apuntan a ella directamente. Ha sido una verdadera guerrera a su lado y él es bien agradecido. 

La mujer cree que ella podría hacer un gran papel porque sí estudió y sabe muchas cosas. 

Falta mucho para eso, mamá, dice la hija mayor. Asegura que prefiere a una mujer que a un hombre, que ya es tiempo, que solo una de ellas podrá poner fin a tanta violencia contra ellas y dar un buen ejemplo para evitar que haya más taxistas como el de Hidalgo o policías como el de San Luis Potosí. 

Solo jura que no votará por Morena, no quiere sentirse decepcionada otra vez.

La señora se enoja y la manda dentro, que se meta. 

Ella dice que sí votaría por Claudia. 

—Podría ser la primera presidenta, ¿verdad?  

Twitter: @aldoalejandro