Entra un señor

Entra un señor en la tienda a cambiar la pila de su reloj. Se la pongo. ¿Cuánto es? Cinco euros. Me da diez. Le ofrezco un libro. Este lo tengo. He leído todos los libros de PL Salvador. Me gusta mucho este escritor. Hace poco ganó un premio. Le muestro Neel Ram. ¿Este también lo has leído? Vaya, iba a pedirlo. Es el último. Me lo llevo. ¿Cómo es que tienes aquí todos los libros de este escritor? Ahí he sonreído tras la mascarilla y supongo que lo habrá visto en mis ojos. Soy yo. Estás hablando con PL. No ha dicho mucho más. Se ha ido con el libro, y juraría que no me ha creído. Qué narices, no me ha creído.

Esto ocurrió hace unos meses. Tenía el texto guardado para cuando hubiera hueco. Hoy tocaba escribir sobre Rompiendo algo, un ensayo de Belén Gopegui, pero tendrá que ser la próxima vez porque aún no lo he terminado. Los que leemos en profundidad solemos leer despacio, analizando, tomando notas, estudiando más que leyendo, y, la verdad, yo ya no sé leer de otra forma.

Entra un señor en mi tienda, me compra un libro y, cuando le digo que soy el autor, no se lo cree. Es más, diría que se ha ido enfadado o casi. Aunque ocurrió hace unos meses, lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer. No ha vuelto. Eso es sospechoso. Si hubiera descubierto su equivocación, habría regresado para que se lo dedicara. A mi amigo Tomás, que en una ocasión me dejó con tres palmos de narices. Eso le hubiera puesto.

Todos los días hablo con alguien de Literatura. Todos los días intento vender uno de mis libros. Soy un depredador literario que necesita varios intentos para hacerse con una presa. Los lectores corren que se las pelan. Y los no lectores ni te cuento. Los lectores, cuando empiezo a hablar de mis libros, no tardan en mirar hacia la puerta. Y los no lectores salen corriendo directamente.

Porque desconfían. Este tío, si no es famoso, será mediocre. Eso piensa la mayoría. Este tío me quiere meter un peñazo. Por suerte, al otro lado está la minoría, que disfruta con las presentaciones personalizadas que hago a diario, una minoría que compra y que suele repetir. Hay quien se lleva dos o tres títulos a la vez. Así como la mayoría desconfía, la minoría se pone en mis manos. Será porque, como dijo mi querida Pelipequirroja, escribo para una inmensa minoría.

Trato aparte merece el lector digital. Con ese no me como una rosca. Ni me la comeré. ¿Y te vas a quedar con las ganas de leer algo mío? Eso le pregunto. Y entonces sonríe con la sonrisa del que no tiene nada que temer, del que no tiene curiosidad ni ganas de ampliar su frontera lectora. ¡Cómo sonríe el lector digital! Con la satisfacción de los privilegiados. En la tableta tengo libros para toda la vida. Eso es lo que suele decir. Ya, pero seguro que el próximo que saque Reverte sí lo compras. Eso suelo replicar. La respuesta es siempre la misma, y la escribiré en renglón aparte para que destaque. 

Claro, de Reverte lo compro todo.