Ensayo «¿Te apetece asesinar?» por Itzia Rangole

I

Existe una locución latina de Terencio que reza “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, que se traduce como “Soy un hombre, nada humano me es ajeno”.

La mente del ser humano es tan complicada, a veces tan oscuramente secreta, incluso para su propio portador, que existen en ella puertas que una vez abiertas es difícil volver a cerrarlas.

Las mentes promedio piensan sobre cuestiones de supervivencia y existencialismo, con toques de filosofía, arte, lenguas y también –hay espacio para todo– religión. Sin embargo, de repente, una mente tropieza durante sus cavilaciones con la opción de arrebatarle la vida a otro ser humano, como si la existencia fuese un traje fácil de desprender. Acto seguido, esa misma mente decide decantarse por el asesinato no como una suposición fantástica, sino como un objetivo a perseguir.

II

¿Te apetece asesinar a una persona? ¿Qué te puede llevar a hacerlo? ¿Odias demasiado a alguien? ¿Una pulsación dentro de ti te insta a hacerlo? ¿La idea es hasta tal grado potente, que no puedes alejarla de tu cabeza? ¿Las voces que escuchas te instan a ello? ¿Existe podredumbre en el mundo y tú eres el responsable de aniquilarla? ¿Matarías por dinero? ¿Es alguna clase de fantasía sexual? ¿No tenías nada más que hacer? Quizás quieras experimentar para saber qué se siente y no quedarte con la duda, al fin y al cabo, solo tienes una vida para probar todo lo que puedas, ¿no?

¿Te apetece asesinar a una persona? ¿A quién podrías confesárselo? No es una práctica habitual, podrías generar temor o incluso ser encerrado en una institución mental, por considerarte un sujeto peligroso. El acto mismo se castiga por ley. Dependiendo de lo siniestro del crimen, de lo premeditado de la acción, de la posición del sujeto que se condena y de las leyes del país en el que viva, la sentencia por asesinato va de una estancia muy larga en prisión, pasando por cadena perpetua y finaliza en la pena de muerte.

Pero, ¿qué pasaría si no hubiese consecuencias? Si pudieses asesinar a otra persona y no pagar por ello. Si pudieras cometer el asesinato perfecto, ¿lo harías?

III

¿Te ríes? ¿Piensas acaso que el crimen perfecto no existe? ¿Quién es Jack el Destripador?, ¿quién es el asesino de Whitechapel? Y, ¿quién mató a la familia Walker? Nadie lo sabe.

Scotland Yark creó el expediente Whitechapel para recopilar las historias de las once mujeres que fueron asesinadas, en el East End de Londres, de 1888 a 1891. A Jack el Destripador se le imputan únicamente 5 de los 11 crímenes, los otros 6 se consideran obras de un asesino distinto. Un asesino tan anónimo, tan sepultado en el olvido, que vivió toda su vida sin que nadie supiera que la madrugada del 07 de agosto de 1888, apuñaló 39 veces a una mujer en George Yard Buildings, Whitechapel, sin motivo justificable alguno, para luego abandonar su cuerpo. Un asesino tan oscuro que vio en las tinieblas cómo la autoría de su crimen se le traspasó a otro.

El 15 de noviembre de 1959 en Kansas, la familia Clutter fue asesinada por Dick Hickock y Perry Smith en la seguridad de su casa. A los pocos meses, un crimen similar ocurrió con una familia de Florida de apellido Walker. Los detectives sospechaban que los mismos asesinos de los Clutter, eran los asesinos de los Walker, al comprobar que ambos hombres se encontraban en el estado de Florida cuando el crimen fue cometido. No obstante, al ser capturados por la policía, Hickock y Smith asumieron la responsabilidad del asesinato de los Clutter, pero negaron estar relacionados con el crimen de los Walker.

En el 2012 se compararon pruebas de ADN recuperadas y preservadas de la casa de la familia Walker, con pruebas de ADN extraídas post mortem por medio de la exhumación de Dick y Perry. El resultado: negativo. Los asesinos de la familia Walker no han sido hasta el 2019 descubiertos, y hay serias dudas al respecto de que algún día aparezcan.

Los asesinos de los Walter y los de las mujeres de Whitechapel son seres ocultos, secretos, cuyos actos trascendieron en la Historia, pero de los cuales para su fortuna nunca se llevaron el crédito.

Hay ocasiones en que las mentes perversas, al ver que uno de sus compañeros de causa levanta la mano, deciden ellos mismos también levantarse en armas. Como dijo Ted Bundy al confesar sus crímenes, horas antes de ser ejecutado: “Nosotros los asesinos seriales somos sus hijos, somos sus esposos, estamos en todas partes”. Existen asesinos que comienzan a matar discretamente, pasando desapercibidos entre el caos y la histeria.

IV

¿Te apetece asesinar a alguien? Un cazador caníbal quizás te diría que es un deseo perfectamente natural y lógico. No hay mayor dicha que ver cómo el brillo de los ojos de un animal se apaga por tu culpa.

¿Te apetece asesinar a una persona? ¿Por qué nada más a una? ¿Por qué no a dos? ¿A tres? ¿Veinte? ¿Un centenar? ¿Un par de centenares? ¿Miles? ¿Millones? Ya que estamos abocados al asunto, ¿por qué no matarlos a todos?

En el ensayo Poder y supervivencia, el escritor Elías Canetti plantea la idea de que la muerte despierta un sentimiento de poder en el hombre. Las personas se sienten con poder cuando se vuelven conscientes de que el cadáver que contemplan, no es el suyo. Quien observa la muerte, después del dolor y la resignación, sabe que está vivo, que a él le queda tiempo, mientras que para el otro ha terminado para siempre su historia.

Los arrebatos genocidas de la humanidad podrían explicarse bajo el principio de Canetti: las personas matan para experimentar la sensación de seguridad, pues al aniquilar a todos han terminado también con sus enemigos. Quien mata sobrevive, está por encima de los demás. Los otros han perecido, mientras que el asesino se puede parar sobre sus restos.

V

¿Te apetece a asesinar? Tener el poder de decidir sobre la muerte, tener la ilusión de control sobre tu irremediable destino infinito y azaroso, ¿te gustaría?

“Soy un hombre, nada humano me es ajeno”. La mente humana no es una isla aislada cuyo único habitante es su dueño, al contrario, es un archipiélago de conexiones compartidas con los otros seres que habitan el mundo. No es para nada extraño pensar que lo que a otro ser humano le pareció tan natural y espontáneo, no se lo puede parecer a cualquier otro. Vlad Tepes, Erzsébet Báthory, Aileen Wuornos y la familia Manson, son ejemplos de seres que a lo largo de la Historia han padecido el mismo instinto homicida.

Y a ti, ¿te apetece asesinar?