Nosotros no nos quejamos de la Naturaleza como de un ser inmoral, cuando deja caer sobre nosotros una tempestad y nos empapa hasta los huesos. ¿Por qué llamamos inmoral al hombre que perjudica? Porque en éste admitimos una voluntad libre que se ejerce voluntariamente, y en aquélla una necesidad. Pero esta distinción es un error.
Nietzsche. Humano demasiado humano: aforismo 102.
El primer cuento de Conan Doyle que se publica en la Strand Magazine en marzo de 1891 lleva por título: Escandalo en Bohemia. Por otra parte, en julio de ese mismo año, en New York se publica bajo el título: Ingenio de Mujer. Título que posibilita a las mujeres sherlockianas formar parte de la sociedad «Adventuresses of Sherlock Holmes» a partir de 1965.
La defensa de que la agudeza del género femenino está a la altura, y quizá más allá que la agudeza del género masculino, se podría sustentar tras la lectura apresurada de Escandalo en Bohemia. El primer relato corto de Sir Arthur Conan Doyle. Aquellos lectores de este breve cuento saben cuál es el error por el que Holmes no resuelve el caso satisfactoriamente. De hecho, esto no significa bajo ninguna circunstancia que “la mujer”, tal como le dice Holmes a Irene Adler, según lo escribe Watson, venció por agudeza a Sherlock. ¿Entonces, qué sentido tiene la victoria de Irene Adler?
El desarrollo de nuestro ensayo surge de la propuesta de Mr. Chesterton en el ensayo “La mente ausente”, que el lector puede consultar en su libro titulado Cómo escribir cuentos policiacos. No obstante, nuestra lectura quedaría expuesta al ridículo si no encontramos el problema central con el que Conan Doyle desdobla el caso. Sea esta nuestra oportunidad para exponer la cuestión céntrica del mismo.
La primera oración con la que comienza el citado relato dice: “Para Sherlock Holmes ella es siempre «la mujer»”, según la traducción de Lucía Márquez de la Plata. Es, a primera vista, una oración sencilla, directa, que cualquiera entiende. Con esta oración, podría decirse, que se pone de manifiesto en un detective de “mente fría, precisa, admirablemente equilibrada” el sentimiento por el que algunas veces se cometen infinidad de crímenes inexcusables: el amor. De este modo, la primera oración atrapa al lector. No obstante, a los aficionados sherlockianos les provoca confusión: Sherlock Holmes ¿enamorado?
El cuento centra su interés en dos figuras importantes: una mujer, Irene Adler, que triunfa sobre el más grande de los detectives y menosprecia el amor del rey; y un hombre, Sherlock Holmes, que fracasa ante la perspicacia femenina por obtener una fotografía que compromete al duque de Bohemia.
La trama es la siguiente: el rey de Bohemia haciéndose pasar por alguien de menor rango visita un viernes por la noche la estancia del famoso detective de Baker Street. No impresiona que Sherlock Holmes devele la identidad del visitante mucho antes de que el rey despoje de su rostro un antifaz. Holmes también deduce el objeto de la visita del noble personaje: recuperar una foto en la que sale retratado, pintura de su juvenil amor pasional, junto a Irene Adler, actriz y cantante contralto de ingente belleza. Su Majestad teme que la foto salga a la luz el lunes durante el enlace nupcial con Clotilde Lothman von Saxe-Meningen, segunda hija del rey de Escandinava. Paga una gran fortuna a Sherlock y queda en espera de resultados.
Para resolver el caso Sherlock sigue un protocolo sencillo: investiga a Irene Adler haciéndose pasar por un mozo de cuadra. Obtiene, por esta razón, cierta información sobre “la mujer”: hora de salida al parque y hora de visita de su abogado. Aquí Holmes se confunde: si el sujeto que la visita es su abogado, quizá, él tiene la fotografía; si es su prometido, posiblemente, no está enterado de la existencia de la misma. A mí parecer la pregunta central reza de la siguiente manera: ¿El caballero con el que convive Irene Adler es su amigo, su abogado o su amante? Con esta interpelación Conan Doyle nos hace virar hacia la figura masculina. Dado que la imagen masculina tiene una relevancia mayor en los casos de Sherlock Holmes es importante utilizar un telón de boca que anuncie, sutilmente, la entrada del personaje central: la mujer. En otras palabras, la frase “detrás de una gran mujer siempre hay un gran hombre”, es indiscutible y eficaz.
No mucho tiempo después se consuma el matrimonio entre Irene Adler y su abogado, el señor Godfrey Northon. La misma profesión de Holmes le obliga a estar presente en la boda y, sin querer, a participar también como testigo. De modo que Holmes al despejar su duda sobre la relación del abogado y la señora decide actuar, más o menos así: se viste de clérigo, contrata actores para que fuera de la casa de la señora Irene hagan barullo y le propicien un golpe tan duro que ella se vea obligada a cuidarlo dentro de su casa. Allí Watson, a la señal de Holmes, aventará dentro una bomba de gas al mismo tiempo que grita ¡fuego! La mujer, por lo tanto, irá a recuperar la foto dejando al descubierto el escondite a la vista del amable clérigo. Éste al mirar el escondrijo se repone del golpe milagrosamente, se despide y se va. Holmes cree que el caso está resuelto al conocer el escondite de la foto.
No obstante, Irene Adler va detrás del clérigo espiándolo de cerca. Se percata de que va a abrir la puerta de Baker Street 221-B, entonces, pasa atrás de él y le dice: ¡Buenas noches, señor Sherlock Holmes! El genial detective escucha la voz, pero no la reconoce. Este saludo que Holmes no considera importante es la pista más importante para que él resolviera el caso satisfactoriamente.
Como Sherlock Holmes no pudo robar la foto esa noche acude por la mañana en compañía de Watson y el rey de Bohemia a casa de la señora Irene. Al llegar descubren que ella y su marido se han marchado de Inglaterra para no volver. El retrato de su majestad junto a Irene tampoco está, en su lugar está una foto de “la mujer” y una carta dirigida a Sherlock Holmes que dice lo siguiente:
«Mi querido señor Sherlock Holmes:
«La verdad es que lo hizo usted muy bien. Me tomó completamente por sorpresa. Hasta después de la alarma de fuego no sentí la menor sospecha. Pero después, cuando comprendí que me había traicionado a mí misma, me puse a pensar. Hace meses que me habían advertido contra usted. Me dijeron que, si el Rey contrataba a un agente, ese sería sin duda usted. Hasta me habían dado su dirección. Y a pesar de todo, usted me hizo revelarle lo que quería saber. Aun después de entrar en sospechas, se me hacía difícil pensar mal de un viejo clérigo tan simpático y amable. Pero, como sabe, también yo tengo experiencia como actriz. Las ropas de hombre no son nada nuevo para mí. Con frecuencia me aprovecho de la libertad que ofrecen. Ordené a John, el cochero, que le vigilara, corrí al piso de arriba, me puse mi ropa de paseo, como yo la llamo, y bajé justo cuando usted salía.
«Bien; le seguí hasta su puerta y así me aseguré de que, en efecto, yo era objeto de interés para el célebre Sherlock Holmes. Entonces, un tanto imprudentemente, le deseé buenas noches y me dirigí al Temple para ver a mi marido.
«Los dos estuvimos de acuerdo en que, cuando te persigue un antagonista tan formidable, el mejor recurso es la huida. Así pues, cuando llegue usted mañana se encontrará el nido vacío. En cuanto a la fotografía, su cliente puede quedar tranquilo. Amo y soy amada por un hombre mejor que él. El Rey puede hacer lo que quiera, sin encontrar obstáculos por parte de alguien a quien él ha tratado injusta y cruelmente. La conservo solo para protegerme y para disponer de un arma que me mantendrá a salvo de cualquier medida que él pueda adoptar en el futuro. Dejo una fotografía que tal vez le interese poseer. Y quedo, querido señor Sherlock Holmes, suya afectísima,
«Irene Norton, de soltera Adler».
El rey, sin embargo, está satisfecho con el resultado y ofrece su anillo a Holmes como recompensa. Pero, Holmes decide quedarse simplemente con la fotografía. ¿Realmente la historia es el triunfo de una mujer? Cito a Jesús Urceloy, crítico sherlockiano, que dice lo siguiente:
“¡Qué curioso este Watson! ¡Cómo tergiversa las fechas! Nos dice que la acción no transcurre en 1887, sino en 1888, cuando —cotejando los datos referentes a los personajes y los acontecimientos que les envuelven— la fecha correcta es la primera citada. ¿Por qué? Sencillo, quizá trata de enmascarar una homosexualidad platónica hacia Holmes…
«Amén de estas pequeñeces, este relato muestra algunas cualidades poco habituales en la pluma de Conan Doyle. Está dividido en tres partes, cosa que no repetirá nunca. La ironía de Holmes se acentúa en los diálogos con el príncipe y sobre todo en la «discreción» con que viste. ¿No es ese un párrafo genial? Cabe destacar también la agilidad de la acción cuando esta se somete únicamente a diálogos.
«Quedan algunas curiosidades por destacar, a saber: El matrimonio es ilegal, y Holmes lo sabe, aunque participe en él como comparsa. Note el lector cómo tras la boda vuelve a llamarla —intencionadamente— señorita. Sencillamente en la Inglaterra de entonces cualquier matrimonio es ilegal sin las debidas amonestaciones, que deben ser publicadas con dos semanas de antelación, como mínimo. También cabe destacar cómo Holmes convence a Watson de su actuación ilegal, y sobre todo de qué manera se deja engañar por Irene.
«Presumo que Holmes se ha enamorado —un flechazo en toda regla— de Irene, y aunque sea en detrimento suyo va a hacer todo lo posible por que el fingido conde Kramm quede en entredicho. Y si por el camino puede divertirse, mucho mejor. En contra de lo que se suele pensar, este relato no es la descripción de un fracaso, sino una gran historia de amor, donde el que fracasa es quien renuncia, quien facilita a la amada la única salida posible. Recomiendo otra lectura”.
Siguiendo su recomendación creo que la lectura de Escandalo en Bohemia no es la representación de algún feminismo o machismo por parte de Conan Doyle ni la adherencia a sus filas. Nuestra época sufre de paranoia ideológica: allí donde se habla de masculinidad hay machismo, allí donde hay piropos hay violencia de género. Nietzsche decía que esta ficción ideológica, defensa de género en nuestros días, significa «Seguir soñando, sabiendo que se sueña». Efectivamente, coincido con la metáfora y el diagnóstico nietzscheano, porque lo que se hace hoy en día es justificar ficciones.