Ensayo «María, de Jorge Isaacs o sobre el nacionalismo literario» por Silvia Madero

¿Para qué sirve la literatura? Imaginando o dando por hecho que la literatura sirve para algo. Algunos dicen que es una herramienta de conocimiento. Otros dicen que es el vestigio de la realidad por medio de la ficción. Se dicen tantas cosas de ella, que no hay un concepto absoluto, algo que funcione como una revelación. Mas no importa. No es necesario saber si sirve o no de algo. Importa saber que existe. Importa saber que es gracias a quien la escribe, los humanos, que existe. Entonces, es importante en la medida que las personas son importantes. Si no, ¿qué caso tendría que existiera? Es decir, como algo tangible, más allá del pensamiento. Independientemente de para qué, la literatura importa.

En un sentido filológico, diremos que su función es hablarnos de un lugar determinado. La mayor parte del tiempo, podemos enlazar un texto ya sea con un territorio geográfico, una cultura, una comunidad, una familia, es decir, un universo. En esta línea, la literatura puede ser la representación o la documentación de algo que vive. Y lo más bello de esto, es que sucede sin ningún fin, si acaso con la ingenua finalidad de mostrarnos, de crearnos, de reconocernos y aprobar nuestra existencia. Es decir, yo sé que las mujeres de Tel Aviv sufren su condición de ser mujer, por el hecho de haber leído una novela de aquella región. Y eso es suficiente para que yo crea, sin necesidad de comprobarlo. Así, la literatura construye puentes entre los humanos, para saber que, como yo, existe el otro.

El hombre, en su necesidad por nombrarlo todo, ha categorizado los textos literarios por sus diversas características que obedecen, casi siempre, a un contexto determinado. Una de las categorías que se unió a la lista en el siglo XIX, fue la de literatura nacionalista, teniendo como estandarte la novela nacional. Esto ocurrió principalmente en América Latina con novelas como Sab (Cuba, 1841), Amalia (Argentina, 1851), Iracema (Brasil, 1865), Aves sin nido (Perú, 1889), Cumandá (Ecuador, 1879), El periquillo Sarniento (México, 1830), entre otras. Pero, ¿qué es lo que hace a una novela nacionalista? Para explicar esto hablaré de la novela María (Colombia, 1867), de Jorge Isaacs.

 

¿Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?

El siglo XIX es el siglo de la identidad, de la apropiación de ésta, o al menos de su construcción. Es el periodo de las transformaciones en América Latina, en donde los países buscan dejar de ser colonias españolas, para adquirir su autonomía e independencia, por medio de una república y un sistema de gobierno que les de cierta estabilidad. En esa misma línea, los escritores e intelectuales de la época tratan de construir una literatura nacional que los represente y les de autenticidad, fuera del yugo español en el que se encontraban. Aquí ya hay indicios de la modernidad.

Pero para que haya una literatura nacionalista, tiene que haber una nación a la cual representa. Entonces ¿qué es nación? Siguiendo la concepción del filósofo Luis Villoro, quien en su libro Estado plural, pluralidad de las culturas, bondadosamente escribe sobre los conceptos de nación, estado, protonación, entre otros más. Villoro propone el concepto de nación como un ámbito compartido de cultura, entendiendo a ésta como continuidad en el tiempo. Como peso del pasado en el presente.

En este ámbito sólo habría un tipo de nación: la que surge a partir de algo. Esta nación se conoce como histórica. Sin embargo, también está la que surge de una decisión voluntaria de construirla sin partir de un pasado. Esa es la nación proyectada. Yo propongo llamar a la primera Nación hija y a la segunda, Nación huérfana. La primera no tiene mayor mérito, pues es la tradicional. En cambio, en la segunda es donde nace el Estado–Nación Moderno. Siguiendo con Villoro, si entendemos Estado como poder político administrativo unificado y soberano, no coincide con la concepción de Nación, pues en un estado pueden caber varias naciones, que corresponden a distintas culturas.

El problema reside en este punto de querer relacionar como iguales Nación y Estado para unificar los distintos intereses de grupos y etnias, en uno solo y hacer más factible la implementación del poder en un todo llamado República. En este sentido la literatura también falla. Incluso, me atrevo a decir, agrede. Ya que unificó las distintas posibilidades de un país, para ofrecer una visión única literaria, creando su propia república. Después vendrían géneros más específicos y movimientos a reivindicar las distintas voces literarias. Pero en este momento de la historia, en el que el mundo existía en el siglo XIX, la literatura nacionalista, irónicamente, no siempre hablaba de la Nación.

Tenemos, por ejemplo, la novela María, de Jorge Isaacs, considerada como “La novela colombiana”. Escrita y publicada en el siglo de los nacionalismos, pero que, a mi juicio, no corresponde a la categoría de novela Nacional. Llegué a esta obra con muchas expectativas (error que muchos cometemos, el de esperar algo, no solamente en la literatura). Pero qué hacer cuando las críticas y reseñas que hay sobre esta novela te predisponen a cierta espera. Cuando sabes que aún después de 150 años de su publicación siguen teniendo eco en su país de origen, pues sigue apareciendo en los libros escolares y se sigue homenajeando en los festivales, además de haber sido adaptada al cine en múltiples ocasiones.

Mi crítica aquí no reside en que sea una mala novela, pues estéticamente se puede hablar de una fineza en su escritura. Mi crítica es más bien hacía su contenido, pues considero que lejos de representar a su país, Jorge Isaacs implementó el molde literario europeo, para escribir una obra inscrita en el romanticismo hispanoamericano. Esta novela descrita astutamente por algunos como un monumento a la lágrima, narra la desventura de un idilio entre primos. La enfermedad como designio divino que desune. El judaísmo como un destino fatal. La ciencia y religión como dualidades análogas al campo y la ciudad. La mujer como la parte sensible del hombre y la muerte como un acto amoroso.

Claro, intervienen más cosas, hay símbolos que convergen en la novela como algo consciente de la identidad nacional colombiana. Hay además de la historia central de un amor destinado a lo fatal, una viñeta que nos habla de la vida feudal y el esclavismo, pues la historia está situada en una hacienda que justifica esto. No me detendré aquí a contar la trama de esta novela, pues de eso ya se han encargado otros. Diré más bien, que Jorge Isaacs se dedicó a contar parte de su vida, por medio de guiños autobiográficos, utilizando un molde literario occidental, que serían la fórmula perfecta para crear una obra destinada al éxito.

Y esto ¿en qué derivó o qué causó? Es importante plantearse esto, porque cuando la literatura causa algo por su forma y no por su fondo, se vuelve un producto de mercado. María hizo que los colombianos se sintieran orgullosos, al tener una novela que trascendiera por su belleza y se posicionara a la par de obras literarias inscritas en el romanticismo europeo. Así serían menos ellos y más el canon. Teniendo en cuenta que por los años en que la novela vio la luz, Colombia pasaba por una serie de sucesos trascendentales para la creación de un nuevo Estado.

Pasaba, por ejemplo, la creación de una constitución federalista que convertía al país colombiano en una República, la cual le prestó relevante interés a la industria nacional. Es decir, Colombia se mantenía en la búsqueda de su soberanía, por medio de una protonación, que, siguiendo a Villoro, es una nación nueva, utópica, limpia. Y claro, que este país latinoamericano no era el único que atravesaba estos cambios. Todos experimentaban esta búsqueda, que surgía a causa de la descolonización. Terminaré por decir que la novela María no representa este Estado nuevo, por tanto, no debería ser considerada novela Nacional, sino una novela colombiana, inscrita en los cánones europeos.

La cuestión aquí no es juzgar al escritor. Él tendrá la oportunidad de pararse ante el texto, desde la postura que más le convenga. Aquí lo elemental es dónde nos paramos los lectores. Desde qué posición leemos. Pero lo más importante será saber quiénes somos y qué es lo que nos representa.