Ensayo: «Las aguas de la interpretación» por Juan Almeyda

Qué es aquello que permite al lector ser atrapado por un producto literario, ya sea una novela, cuento, microcuento, ensayo. Cuál es esa sensación de insatisfacción que se manifiesta en los distintos procesos y niveles que se presentan en el acto de lectura. Estas dos preguntas, que servirán para dirigir la presente cavilación, hacen saltar de forma inmediata una realidad notoria y evidente respecto a las obras literarias de cualquier tipo; en todas existe algo más que no resalta en lo superficial que se encara al lector en un primer momento al acercarse a la obra literaria.  

Ahora bien, ese “algo más” puede ser completado de múltiples formas. El ser humano, en su deseo desesperante por dilucidar este misterioso “algo más”,  se ha surtido de una cantidad de herramientas a lo largo de su historia para develar los enigmas que rodean, completan, fundamentan y, en algunos casos, constituyen las obras literarias sea cual sea su faceta; todo esto en su búsqueda por llenar ese “algo más”. Y es precisamente esta riqueza de instrumentos, de los cuales los libros de teoría literaria hablan suficiente, lo que permite aproximarse, al menos de forma general, al objeto de estudio de los presentes párrafos.  

Sentado lo anterior, para poder dar una somera respuesta a la pregunta respecto a la cual gira este escrito, es decir, qué es aquello que subyace en la obra literaria, es necesario centrar la atención en dos personajes que participan de forma directa en esta pregunta: el lector y el escritor. Por ello, inicialmente, es necesario pensar cómo se relaciona quién escribe con su obra, para, posteriormente, cavilar cómo el lector se relaciona con este producto literario. En la medida en que se entienda la manera respecto a la cual ambos actores afectan la composición literaria puede darse una respuesta que intente clarificar la pregunta que enmarca este texto. 

Primeramente, la pregunta por el escritor. En un primer paso, y a manera de ejemplo, puede verse al escritor como un náufrago que lanza una botella al océano; una vez en el océano la letra de la nota queda poco leíble debido al agua que entra a la botella; finalmente, la botella llega a otra costa y es leída por múltiples personas quienes, en su intento por dar sentido debido a la urgencia de la situación, dan una lectura diferente a lo que está escrito.  

En otras palabras, el escritor es aquel que en su ánimo de narrar, sea cual sea el objetivo por cual lo hace, escribe aquello que posteriormente será un contenido con, o sin, alguna lectura específica. Una vez ésta manifiesta la obra, lanza esta pieza al océano de la sociedad y una vez llega a otras personas, es decir los lectores del mensaje de la botella, éstos leen distintas cosas en dicha composición literaria, bien por sus contextos, conocimientos, condiciones, visiones, perspectivas etc.  

En este orden de ideas, el escritor es aquel cuyo rol es el de lanzar su obra al océano. Su papel consiste en componer una obra literaria la cual puede poseer una interpretación bajo la perspectiva de quien la escribe y que, incluso, puede llegar de forma clara al lector en una lectora inmediata, pero, no es la que al final enriquece la obra literaria. En este sentido, el escritor es como el inventor de la rueda, quien la diseñó con un objetivo claro y preciso de transportar lo que sea, pero que, con el pasar del tiempo, fue reinterpretada por otra gente de distintos contextos, clases, condiciones entre otras, que permitieron enriquecer aquella idea inicial que se planteó.  

El artista es aquel que proyecta sus manos en la luz para hacer figuras de sombras para un público mientras éste último intenta darle un sentido a aquello que para el que hace las sombras es claro. El arte tras todo el proceso recae, entre otras cosas, en resolver qué es aquello que se me presenta. 

Ahora bien, pensar respecto a quien lee dicho mensaje de la botella es otra tarea. Si bien el naipe inicial de este castillo ha sido puesto ya por el autor de la obra, corresponde al lector aportar las demás. Es, como en los casos de Sherlock Holmes, el encargado de resolver los enigmas que algún criminal le ha dado por fraguar; el lector debe equiparse con los implementos correspondientes al oficio de detective literario y darle respuesta al caso que corresponda, la diferencia subyace en que este criminal literario nunca se deja capturar y que los misterios que deja o que son descubiertos no tendrán, por ende, fin.  

Continuado con lo anterior, corresponde al lector aportar todo lo que le sea posible para poder resolver los misterios que subyacen en la obra literaria, pero este aportar no es un simple deber o una tarea de obligación por obligación, es un deseo latente y constante que impregna al lector, el cual encuentra en el acto de desentrañar lo que se encuentra en las profundidades de la obra un placer y gusto que no puede explicar bajo la simple etiqueta del deber, es una acto voluntario que se justifica bajo un deseo inexplicable. 

Este deseo por dilucidar los enigmas de las obras de arte se explica en la manera en que esta tarea en sí misma no posee un límite, las probabilidades de interpretación de una obra literaria son reajustadas y vistas de forma diferente con el paso de las épocas.  De esta forma, de acuerdo a cada tiempo, las grandes obras producen un deseo exacerbado en los procesos psíquicos de una persona derivado de lo imposible que es obtener aquello que se quiere de forma absoluta, lo cual es, alcanzar la interpretación final. 

Llegando a los párrafos finales, es pertinente intentar responder la pregunta planteada al inicio de este escrito. Con lo expuesto hasta ahora se puede profundizar un poco en que es ese “algo más” tan atractivo y que produce un deseo por ser encontrado en el lector. La respuesta es, y con esto retomo la metáfora de la isla, un interminable océano, es decir, lo que subyace en la obra literaria es una extensión de agua que parece homogénea en la superficie pero que en su profundidad se encuentra una extensión oscura, inexplorada, heterogénea, etc. Que corresponden de igual forma a la homogeneidad de la superficie.  

De manera que, cada obra es en sí misma un océano. Su misterio es el mismo que un ser humano puede sentir por las extensiones de agua que corresponden al planeta Tierra. Lo enigmático, turbio, oculto, oscuro etc. De la composición literaria encuentra su experiencia empírica en la contemplación del océano, un fenómeno que tiene presente la contradicción de lo homogéneo y lo heterogéneo para producir un deseo de saber qué puedo encontrar si tomo mis herramientas y me atrevo a aventurarme en las profundidades enigmáticas existentes en las obras literarias.