Ensayo «Hacer el Amor Cogiendo» por SRV

¿Por qué las relaciones sexuales son un tabú? Esto me ha intrigado desde la primera vez que sentí tanta culpa y miedo de desearlo o incluso aún peor de que me gustara. La forma en la que me gustaba creo que sólo empeoro las cosas, sólo me hizo sentirme peor conmigo misma, preguntándome ¿por qué eres así? Pinche culpa, tiene un poder muy grande sobre las personas, sabe carcomerte de dentro para afuera.

Saber que hacer el amor está mal y hacerlo así de dulce y delicado te da hueva, pensar que coger así de rudo y fuerte, tener ganas de arrancarle la oreja a mordidas y sacar sangre con las uñas en la espalda, era peor que pecado, sentir que me iba a ir al infierno por este deseo tan carnal y tener miedo de mí misma, en especial de que alguien supiera mi forma de ser… miedo es poco, pánico. Hasta que llega la persona indicada con la que te puedes desnudar de alma, pensamiento y cuerpo hasta ser tú completamente, sin máscaras, sin apariencias, sin ser la niña buena que tienes que ser, y esta persona te acepta y te enseña a “hacer el amor cogiendo”.

He escuchado toda mi vida que hacer el amor es diferente que coger, siempre han dicho que para hacer el amor tienes que amar a la otra persona y por consiguiente cuando tengan relaciones sexuales el hombre tiene que tratar a la mujer como si fuera de porcelana, hasta en las películas aparece cómo debe de ser: acariciarla, chuparla, besarla con delicadeza como si se fuera a romper, ir lento y diciéndose “te amo”, con un beso en la boca que se escape entre movimiento y movimiento.

Normalmente la mujer está abajo y simplemente disfruta, acaricia con un poco de fuerza la espalda de su pareja y se retuerce, pero ella sólo disfruta, incluso existe la expresión por parte de la mujer “házme el amor”, es decir tú házmelo a mí, eso es trabajo de hombres, y todo lo que sea diferente a eso está mal. De acuerdo con la religión de mi familia incluso es pecado y te irás al infierno por impura.

Pero qué pasa cuando tu deseo es arrancarle la oreja a mordidas, o arañarle la espalda hasta que sangre, o quieres que te llame “puta” y te suelte una cachetada, o que te ahorque; qué pasa con la persona que desea esas cosas ¿no está haciendo el amor?

Esto me confundía, y no crean que no lo intenté, claro que intenté disfrutar las caricias con delicadeza y esos besos respetuosos y todas esas declaraciones de amor mientas estás –supuestamente– “haciendo el amor”. Pero me aburría, no podía encontrar placer en eso e incluso peor me sentía mal por tener que reprimir mis deseos masoquistas o tener que mentir sobre lo bueno que estuvo “el palito”, cuando por dentro piensas “este wey me da hueva”. Porque cuando trataste de decirlo te vieron feo, sentiste esa mirada de ¡¿Qué pedo contigo?!, o ese mejor cállate o reza, o te dieron chochitos esperando que se te quitara lo loca.

Qué ironía, ni siquiera yo entendía que así de loca había nacido y así de loca me iba a quedar, los chochitos no cambiaron nada, yo seguía pensando igual, incluso ni los psicólogos y psiquiatras con todas sus teorías del Desarrollo Psicosexual de Sigmund Freud pudieron descubrir qué está tan mal en mí que pienso de esa manera.

Después de todos estos métodos que usa tu familia y sugiere la sociedad para cambiarte, entiendes que estás mal, que tú no debes ser así, que de esta manera nadie te va a querer y por supuesto optas por aparentar, empiezas a actuar como la niña buena que te enseñaron que tienes que ser: siéntate derecha, no subas los codos a la mesa, cállate porque tus mamadas no son importantes, di por favor y gracias, no hables con la boca llena, no veas porno, no te debes de fijar en las pompas de los hombres, no uses escote para provocar a los demás, no pienses en sexo, no digas groserías y la típica frase de mamá “el hombre llega hasta donde la mujer lo permite”, como si el hombre fuera el que no se puede controlar y la mujer es la fuerte que probablemente ni ganas tiene porque ella impone el límite.

Lo intenté, lo juro, sólo que llega un punto en el que no puedes más, estás aparentando ser esa niña buena sin lívido, pero esa máscara tiene un ácido por dentro que quema tu verdadera cara y te cobra el precio más caro que he conocido, a ti misma, tu bienestar y tu personalidad. Pero la culpa y el miedo es el pegamento que no te deja quitarte esa máscara.

El momento más increíble es cuando llega esta persona, esta única persona, ésa que sabes que es TU persona porque nunca habías y sabes que no conocerás a otra persona con la capacidad de quitarte la máscara sin dolor. Con la capacidad de verte tal cual como eres, esa persona con la que no te da miedo desudarte, él se desnudó contigo primero y te mostró su rostro real, no te lo dice pero te demuestra que te ama así sin mascara, con las cicatrices y las grietas de tu piel, toda tú.

Te enseña a amarte, a través de amarlo a él, esta persona igual de loca que tú, esta persona que usó la misma máscara que tú por mucho tiempo y pasó por lo mismo, pero hoy lo superó y te da la mano para enseñarte que está bien, que lo puedes disfrutar y está bien. Así que la tomas y cuando sientes sus besos arrebatados, sus mordidas por el cuello y te ves los moretones, cuando te sueltas y te permites arañarle la espalda con todas tus fuerzas, cuando te dice “puta” o cosas sucias al oído, eso… eso sí te eriza la piel, no sabes qué le pasa a tu cuerpo porque nunca había pasado, te asustas pero no paras, no se siente mal.

Empiezas a dejarte llevar por lo que él hace, aunque son movimientos bruscos y fuetes que duelen, sólo duelen a la medida exacta, notas que él lleva un ritmo que sin darte cuenta tú también lo estás siguiendo, estás en sincronía total y se siente tan bien. Y entre palabras ocultas en su mirada te pregunta ¿te duele?, ¿fue demasiado?, ¿lo estás disfrutando? Con la misma mirada le contestas –¡SÍ!-.

En realidad no entiendes nada, ¿cómo esta persona conoce todo de mí?, ¿cómo conoce mis puntos débiles?, ¿sabe lo que pienso? Parece que sí, empieza a arañarte también y morderte, se le escapa una que otra cachetada; no sabes lo que está haciendo pero empiezas a sentir cómo se te eriza la piel, sientes como un rayo dentro de ti que provoca que tu cuerpo se contraiga y se estire de un jalón, sientes como que vuelas, vas dejando el piso y esta tierra lentamente… no sabes si gritar, pedirle que pare o que siga, salen gemidos de tu boca que nunca habías conocido, pues claro… estos no son fingidos, se estiran tus piernas y tus puntas de los pies se ponen en puntillas; no sabes qué hacer y quieres gritar que pare pero no te salen palabras, sólo esos gemidos nuevos en ti, lo ves a los ojos desconcertada y se le sale una sonrisa maliciosa, como si hubiera logrado su prometido, como si supiera lo que estás sintiendo y él también lo disfrutara.

Te ahorca lo suficientemente fuerte para hacerte llegar al clímax y sentir todo tu cuerpo temblar y volverse débil, llevarte al cielo y regresar a la tierra como mil veces en un segundo, –dicen que esto dura poco, pero yo lo sentí una eternidad, la mejor eternidad que nunca había experimentado.

Sientes cómo se recarga en tu cuerpo y te susurra al oído “terminamos juntos”. WOW no hay mejor sensación, lo ves a los ojos en un silencio que parece abarcar toda la ciudad, como si el tiempo se detuviera en su mirada que te penetra. En ese momento entiendes el poema que leíste un día y juzgaste:

“Observa bien esa metamorfosis
de diosa a humana pecadora,
carnal, necesitada de ti,
de un simple cabrón como tú”.

Ahora lo entiendes bien, te vio ser tú completamente, se metió a tu subconciente y tocó tu esencia para siempre. Ahora necesitas de él, ya no quieres estar sin él nunca más.

Creo que ahora ésa es mi droga, ahora se llevó una parte de mí dentro de él y me dejó bien gravada su esencia dentro de mí.

Me cogió, me puso como quiso, me ahorcó, me cacheteó, me llamo puta, pero me gustó; me hizo volar, tocar el cielo y me bajó de un putazo y ahora lo amo, porque es el primero que me supo hacer el amor y tuvo la delicadeza de hacerlo como a mí me gusta sin juzgarme, ni verme feo. Vio mi metamorfosis y me amó en ese momento, por eso sé que lo amo, que él me ama y lo mejor de todo… que es el primero en hacerme el amor.

 

Poema en el texto por Gustavo Hernandez.