Ensayo: «Escritura: inteligencia de la salud» por Víctor Hugo Espino Hernández

El límite no está fuera del lenguaje, sino que es su afuera: se compone de visiones y de audiciones no lingüísticas, pero que sólo el lenguaje hace posibles. También existen una pintura y una música propias de la escritura, como existen efectos de colores y de sonoridades que se elevan por encima de las palabras. Vemos y oímos a través de las palabras, entre las palabras. 

Gilles Deleuze. 

Uno de los placeres inauditos en la vida es aprender a escribir. Tan difícil y tan impracticable es la escritura que cuando le encontramos sentido se convierte en un acompañante eterno. Muchos escritores cuentan, entre ellos Balzac, el gran placer que intensifica su existencia al escribir. Sin embargo, ninguno de ellos declara saber de dónde surge la escritura, ni Platón a pesar de que con gran entusiasmo pone en boca de Sócrates el mito de la escritura es plausible del todo. La escritura rebasa la libertad y la suposición. La escritura implica existencia. Cuando reúno el valor necesario para escribir pequeños fragmentos pienso inmediatamente en que las palabras no se dirigen directamente al lector, sino al alma universal de la comprensión. Escribir claro es escribir con el alma. Hay una fuerza impresionante en las palabras. Expreso al pensar y el pensamiento es voluntad. Nada muere si el pensamiento está vivo. Imaginar, atreverse a fantasear es un acto del pensamiento que no se rige por un sujeto, sino por palabras. ¿Por qué hay confusión en la lectura de un escrito que podría tener un millón de interpretaciones? ¿Por qué confiar en la escritura como medio indispensable de la expresión humana? 

Es cierto, la escritura es un misterio. Se puede saber cómo escribir, pero no se puede saber cómo tener estilo. El estilo es el alma de la escritura. Por esta razón: escribir límpidamente es escribir con el alma. Las palabras contienen diferentes potencias: la potencia del que sufre, la potencia del enfermo, potencia de enfermedad, potencia de sanidad, la potencia de la salud, potencia de alegría, la potencia de la tristeza, etc. Sin embargo, desde la lectura no se puede saber con seguridad quién escribe, pero se pueden comprender rotundamente las potencias. Dice Gilles Deleuze: “la escritura como salud”. Si la escritura no responde a ningún poder o a ninguna valoración humana, ¿por qué devenir mujer en la escritura?  

También a través de la escritura se deviene hombre. No hay dualidad sin contradictorios. El placer de escribir surge del placer de vivir. Por eso la escritura es una potencia, porque toda potencia resucita de lo muerto, de lo que en otro es perecimiento y aniquilamiento. La escritura como salud, la escritura como fuerza. Nada aniquila la fuerza, esta pervive incluso en aquellos que se ven despojados de potencia y poderío: los escritores aún muertos a través de la escritura dejan constancia de su fuerza, en ellos todo se vuelve duro. El Pierre Menard de Borges muestra dureza contra el mundo, muestra dureza en contra de aquello que pretende dominio: el Quijote de la Mancha puede escribirse nuevamente, nada está determinado en la escritura. Las palabras vibran como bella sinfonía recorriendo el universo sin pretensión. Es necesario desplegarse o replegarse en la escritura, conviene pensar la escritura como salud, como vida. Nada más increíble que leer un muerto, sin embargo, son palabras de un vivo las que se leen, la muerte no rebasa la escritura porque es ajena a la labor del escritor. La escritura lejos de corresponder al autor pertenece a un espacio-tiempo distinto del hombre temporal. Los salmos bíblicos resultan interesantes porque perduran aún a sabiendas de su autor: David. También David resulta ser un genio cuando se sabe que él fue un pastor de ovejas: genio o no, la musicalidad y la belleza de los salmos bíblicos muestran un espacio distinto y ajeno al hombre, por lo tanto, autor y lector son independientes. 

Uno jamás dedica su vida para realizar lo que más desea, es por un golpe de suerte que llegamos a un magnifico destino, en este sentido dedicar la vida a la escritura se convierte en el único don para el ocioso. El destino no es la realización de alguna decisión divina, antes bien, es la realización del hombre por el hombre mismo. La escritura transforma. La vida de un borracho a través de la escritura se convierte en la vida de un rey o un mendigo aficionado. Existen transformaciones, mutaciones que rebasan la vida del autor y moldean las acciones hasta convertirlas en palabras. El escritor también funge como taumaturgo de su destino.  

El escritor también es médico. Uno de los verbos griegos menos usados en la lengua romance es el de “medere” que significa: curar. De ahí que la etimología de médico exprese: el que cura. El escritor siempre se acerca a la medicina. Investiga, analiza, piensa y por fin, escribe. Disecciona, opera, recorre el cuerpo social y el cuerpo mental, escribe, y cuando lo hace cura. Ojalá yo eternice las oraciones, profundice en ellas, analice su esencia y convierta el sentido en alegría y jovialidad a través de la escritura. Porque dejando de lado la escritura como medicina, antes debe uno inspeccionar su vida, su razón para obrar con recta justicia y en armonía con el sentimiento y con el ser más profundo de uno mismo. Entonces, sólo entonces, podrá uno integrar la escritura como una salud, como un remedio contra la enfermedad que aqueja al ser humano.  

La realidad es que las palabras no sirven de mucho para explicar los sentimientos. Las actitudes dicen más que un millón, billón de palabras. Cuando alguien usa la indiferencia como rechazo todo está perdido. El desentendido, un loco, quizá, interpretará tal indiferencia como atractivo. Pero, en la obra más conocida de Austen no hay locura. Hay orgullo y prejuicio. ¿Cómo combatirlos?, mejor aún: ¿Cómo evitar enamorarse por obra del misterio? Según el misterio rodea al objeto y lo hace atractivo, tiene algo que ver con el fetiche marxista. En la época más antaña el ser humano deseó guardar la fruta que hizo caer a la humanidad en pecado y en maldad, sin embargo, se pudrió y fue imposible conservarla: ¿cómo pensar en una inteligencia superior al hombre cuando la ciencia no logra conservar una fruta? ¿Acaso no todo vestigio muestra la impotencia de la inteligencia, de cualquier inteligencia?