Ensayo “Entre la risa y lo grotesco: la libertad y la crítica a la vida monacal en el Gargantúa” por Luis Alberto Espinosa Bautista

Sin duda, por motivos muy distintos, la obra de Rabelais ha sido muy leída y revisada desde su publicación. Algunos lectores del fraile francés se acercan a sus obras esperando encontrar en sus páginas alguna carcajada, otros buscan en sus pícaras historias satisfacer un deseo morboso y otros tantos se aproximan a sus textos cual si fuesen tratados filosóficos que bien podrían haber escrito renacentistas como Ficino o Nicolás de Cusa. Cualquiera sea la razón, no podemos negar que sus obras se hicieron famosas por algo más que controversiales y, como veremos, tienen características muy particulares que las hacen destacar de entre otras obras renacentistas.

La meta de nuestra investigación, más que inquirir en los aspectos e innovaciones literarias que abundan en las obras del monje francés, será problematizar elementos clave que resulten de interés filosófico, concretamente aquellos presentes en el Gargantúa. Asimismo, pretendemos mostrar que detrás de la gustosa lectura humorística del Gargantúa se va dibujando una propuesta filosófica de amplias dimensiones y con ricos matices. Para esto, sin detenernos mucho en ello, consideramos que será importante dar un esbozo de la vida de nuestro autor que, creemos, proyecta hacia donde estará encaminada su tesis filosófico-literaria.

François Rabelais nace en Francia a finales del siglo XV, en medio de una Europa que despide un aire humanístico y un ímpetu por el estudio de los clásicos. No es fortuito que la época que engendró a nuestro autor también haya visto nacer a pensadores como Maquiavelo, Erasmo o Moro. Es evidente que, para haber escrito obras tan ricas en lenguaje y que incluso desafiaban el uso de este, Rabelais se tuvo que interesar desde muy joven en el estudio de las lenguas doctas y, por ende, en leer a los clásicos. Testimonio de ello son sus múltiples alusiones a los clásicos a lo largo del texto, o las cátedras que impartiría de Galeno e Hipócrates. 

Ciertamente, su estudio de los grecolatinos influiría bastante su obra, pero no podemos pasar por alto la otra gran arista que constituye la formación de Rabelais y esa es su vida religiosa. Desde temprana edad había frecuentado lugares eclesiásticos, fue en una abadía donde se inició en el estudio de las letras.[1] No tardó en ordenarse sacerdote con los franciscanos; sin embargo, no duraría mucho con ellos, pues no vaciló en mandarle una carta al papa pidiéndole que lo cambiase de orden, objetando la austeridad con la que vivían los seguidores de San Francisco. Rabelais siempre se mostró muy crítico de la vida en el monasterio: tenía intereses en ciencias consideradas paganas, repudiaba el enclaustramiento con el que vivían los monjes y, principalmente, no estaba del todo contento con ciertas prácticas de la vida monacal.

Comienza a tener correspondencia con humanistas como Guillaume Budé y el propio Erasmo, demostrando un insaciable interés por adentrarse en el mundo del humanismo. Se hace secretario de Geoffroy d’Estissac, a quien acompañaba a cumplir sus deberes eclesiásticos en varios lugares de Europa. La experiencia con este dignatario haría que nuestro autor se diera cuenta que el ostracismo en el que vivían confinadas algunas órdenes religiosas no era lo suyo, y que le placía conocer la cultura de otros lugares. Esto, aunado a las prohibiciones que tenía en el sacerdocio, despertaron un deseo en él de huir de la vida monacal. Eso sí, sin olvidarse de su fe.

Tal vez más para su gusto que para su desgracia, lo expulsaron de la orden por razones inciertas,[2] aunque Clemente VII perdonaría sus crímenes contra la iglesia después. Es cierto que los benedictinos, orden a la que perteneció finalmente, le daban más libertades que los franciscanos, pudiendo estudiar medicina y crecer en sus estudios. No obstante, no dudó en tomar precauciones cuando en 1532 publica Pantagruel bajo el seudónimo “Alcofribas Nasier” dos años más tarde, animado por el éxito de este, publicaría Gargantúa.

La realización de este par de obras es fruto de una acumulación de ideas y críticas que Rabelais tenía en torno a la iglesia y al hombre de la actualidad que le acontecía, además de la fascinación y el apego que el escritor le tenía a la cultura popular de su tiempo, interés que le permitió conocer las historias originales del gigante Gargantúa. Entonces, más que hacer historias caballerescas extra-temporales, la obra a analizar pretende hacer una crónica de su tiempo, mofándose de sus costumbres a través de la sátira y la exageración.

La historia de Gargantúa es, desde su premisa, un relato que transfigura la realidad. El empleo de un gigante como protagonista, más que referirnos a un carácter mítico, pretende burlarse de características propias de lo humano para crear situaciones que invoquen risas en el lector: caca, miembros, tripas y sangre no faltarán en ningún capítulo de este peculiar libro. El objetivo principal de Rabelais es romper con estructuras vigentes en su tiempo y lo hace desde el mismo empleo de un lenguaje al que no estaba acostumbrada la sociedad que rodeaba a Rabelais. No es gratuito que sus libros se ganaran la prohibición por la Sorbona. 

¿Vulgar?, sí, para ese tiempo. ¿Innovador?, también. La pregunta válida y obligada sería: ¿en dónde radica la genialidad de este escritor que ha consagrado su obra como algo único? y la respuesta que podemos ofrecer es: en la risa. “Cierto es que aquí muy poca instrucción adquirir podríais, sino es el reír.”[3] ¿Qué nos trata de decir Rabelais al confesarnos que la pretensión de su texto es la de provocar la risa? Ciertamente, el ingenio de nuestro autor está en que se dio cuenta de la potencia de la risa como vehículo; se ríe el docto, se ríe el tonto, se ríe el filósofo, se ríe el culto y también se ríe el religioso. Rabelais construye un mundo en el que las situaciones que plantea tienen sentido, desde que un gigante nazca por una oreja hasta que se ahoguen miles de parisinos en orina; ese mundo del que nos hace partícipes es una sublevación irónica de nuestra realidad, guiándonos entre chiste y chiste como si nos llevara de la mano. La comedia dota al texto de una amenidad tal que seduce al lector a leerlo desde principio a fin. “Mejor de llanto es de risa escribir, puesto que la risa es lo propio del humano.”[4]

Mas debemos ser precavidos al momento de analizar el carácter humorístico del texto, pues podríamos errar en considerar las irreverentes situaciones que Rabelais nos presenta como bromas pueriles que permanecen en la banalidad. Es desde el inicio de la obra que nuestro autor perspicazmente nos advierte que no permanezcamos atrapados en la superficie de su historia del singular gigante bonachón. Sino que, tal como la descripción que Alcibíades hace de Sócrates en el Banquete de Platón, Rabelais devela el significado de su obra. Detrás de una “ridícula apariencia”, fea nariz, tosca cara y desalineada figura se encuentra el alma de un gran filósofo en Sócrates; de igual manera, la historia del Gargantúa está repleta de escenarios risorios, chistes vulgares y grotescas descripciones, “mas, abriendo aquel cajoncito dentro hallaríais una celeste e inestimable droga.”[5] El Gargantúa, entonces, se revela como una propuesta con tintes filosóficos, éticos y políticos que hace de la risa un infalible recurso pedagógico.

 Mijaíl Bajtin, al respecto, anota: 

La actitud del Renacimiento con respecto a la risa puede definirse, en forma preliminar y general de esta forma: la risa posee un profundo valor de concepción del mundo, es una de las formas fundamentales a través de las cuales se expresa el mundo, la historia y el hombre; es un punto de vista particular y universal sobre el mundo, que percibe a éste en forma diferente, pero no menos importante (tal vez más) que el punto de vista serio: sólo la risa, en efecto, puede captar ciertos aspectos excepcionales del mundo.[6]

Rabelais, con la risa, atraviesa la realidad cual rayo de sol en un ventanal, hiperbolizando los aspectos más cotidianos de nuestra existencia, para enfatizar en ellos y evitar que pasen desapercibidos ante la óptica humana. Hay autores, por ejemplo, como Ségolène Le Mouillour,[7]que ven en el “¡Beber! ¡Beber! ¡Beber!” gargantuesco la sed de conocimiento que tenía el hombre renacentista, como la que tenía Rabelais de joven. 

En este tenor podemos reconocer dos cuestiones matrices que se plantea Rabelais a lo largo de su obra: a) La crítica al estilo de vida de los monasterios a ciertas prácticas restrictivas de la Iglesia. b) La construcción de un nuevo modelo de hombre sustentado en el libre albedrío. Empero, el entrelazamiento de estas, en donde recae su contundencia, nos impide separarlas para su exposición, así que dejaremos que el análisis se vaya tejiendo a partir de la obra. Las cuestiones tratadas en la obra comprobarán que verdaderamente Rabelais se iría perfilando como un gran librepensador de su tiempo, con un espíritu reformista que tiene su vista puesta en el futuro.

Realmente es en los últimos capítulos de la obra, aquellos que corresponden a la Abadía de Thélème, en donde Rabelais asienta los puntos que quería reflejar en su obra. Las hazañas en batalla del peculiar “Fray Juan” le valieron para que Gargantúa, en agradecimiento por sus servicios, le otorgase una abadía para que moldease a su parecer. La “regla de oro” de la mencionada abadía recitaba lo siguiente: “HAZ LO QUE TÚ QUIERAS”.[8] En tan sólo unas cuantas líneas Rabelais nos da la clave de la obra: el problema que se está jugando en la historia es el de la libertad. Creímos conveniente empezar por el final, porque esta pista que nos ofrece nuestro autor resulta esclarecedora, leyendo la obra desde este problema, torna distintos ciertos escenarios y circunstancias que antes se nos antojaban baladí. Ahora, es como si el fraile francés nos dijera hacia dónde enfocar nuestra mirada.

En este punto de la investigación resuenan los ecos de la vida monástica de Rabelais: encerrado en el monasterio, horarios para realizar actividades, frugalidad, abstinencia, prohibiciones hasta de conocimiento. Con todo, la regulación no era una cruz que sólo le tocaba cargar a los monjes, sino que también el hombre se encontraba limitado por todos lados: por el tiempo, por las leyes, por las costumbres, por la moral. Suponemos, Rabelais se da cuenta que es anti-natural inhibir y suprimir a un ser que es predominantemente libre y lo que pretende con la utopía de Théleme es liberarlo. Dentro de los dominios de la abadía se puede realmente ser sin ataduras. “Nunca me someto a las horas: que las horas se hicieron para el hombre, y no el hombre para las horas” clama el heroico monje que parece personificar al hombre de la Iglesia con el que sueña Rabelais, aquel que toma las riendas de su libertad y se hace dueño de su vida.

La abadía del fraile tiene todo lo que no tenían las abadías del tiempo de Rabelais: ausencia de muros, carencia de horario, mujeres, sirvientes, disfrutaba de ornamentos, lujos, joyas, materiales de alta calidad y actividades de recreo. La exageración de las amenidades en la abadía es crítica de la vida monacal en excesivo controlada y que, para opinión de Rabelais, estaba dando pie a una Iglesia en decadencia que día a día se hacía más corrompible. Pecaríamos de insensatos si no aclarásemos que el objetivo de Rabelais no es separar su proyecto utópico de toda práctica religiosa o de la propia cristiandad, sino de la vida monástica tradicional. Al respecto, Lucien Febvre reflexiona: 

Pero ¿por qué asegurar que los thelemitas no van a misa? En primer lugar pueden asistir a ella en la parroquia. […] O podían hacer también que se la dijeran en sus capillas. […] ¿No tiene Thelemo iglesia? No; aunque tampoco templo. Más consolémonos, los thelemitas podrán sin duda encontrar uno u otra en la ciudad cercana. Además, al no tener templo ni iglesia ¿quiere decir que fuesen ateos?[9]

Creemos que se puede dilucidar que Rabelais no estaba en absoluto en contra de las prácticas de la fe, pero sí de su imposición. El hombre, en tanto que libre, debe acercarse por su buen uso de razón a la palabra de Dios y la practica religiosa en la medida que su libertad le dicte, no cuando le obliguen. Permitiéndonos una ligera interpretación, además, la ausencia de templos en Thelema puede ser un símbolo de que, así como la práctica religiosa no debe estar restringida por reglas fútiles, tampoco lo debe estar por espacios: la fe no está delimitada por un templo, sino que lo trasciende. Hablando de Rabelais, Le Mouillour agrega: “Rezar no consiste en aumentar los actos religiosos, refugiarse en las obras teológicas y los libros de culto, es entregarse a aquellas actividades que proporcionan buena conciencia.”[10]

Rabelais llega a quebrantar el orden establecido con medidas que podrían parecer alarmantes. El episodio en el que Gargantúa se apodera de las campanas de Notre-Dame sirve de metáfora para lo que Rabelais llegaría a hacer con su obra: las campanas simbolizan tiempo, supervisan desde lo alto a los ciudadanos y son estandarte del poderío de la iglesia manifestando su sonido por cada rincón de París. Coincide con nuestro punto Jorge Alcázar cuando escribe: “Regresando a la imagen de la campana, podemos notar que se vuelve el símbolo de la autoridad que preside sobre las diferentes esferas de la vida humana, tanto la de los horarios como la de la educación, así como la que marca los parámetros de lo interpretable.”[11]

A oídos despistados podrían sonarle sencilla la propuesta de una vida en libertad. No obstante, siendo consecuentes con lo que habíamos dicho de enfocar nuestra mirada correctamente en la obra, seríamos descuidados si pasáramos por alto las dificultades que el propio Rabelais pone sobre la mesa. ¿Qué hacer con la libertad? ¿Acaso el hombre no puede desvariar y hacer de su libertad una desgracia? Es como si nuestro autor renacentista se les adelantara unos siglos a los existencialistas al meditar sobre el peso de la libertad. Las acciones tienen consecuencias y es algo que se ve reflejado en la obra. Grangousier y Pricochole se interponen uno como el rey benevolente y sabio, el otro como el arrojado y desmedido. La historia del segundo bien puede ser calificada de fábula donde la moraleja es hacer buen empleo de la libertad. Su desmesura e irracionalidad al no indagar y hacerle la guerra a su viejo aliado terminan en su derrota y grandes pérdidas para su reino.

El trayecto del hombre que reconoce su libertad, tal vez, podría estar descrito en la vida del Gargantúa, que bajo la tutela de Tubal Holofernes tenía una educación orientada a la pura erudición, que “más le valdría no aprender tales libros de tales preceptores […] buenos sólo para bastardear los mejores y más nobles espíritus y corromper la flor de la juventud por entero.”[12][13] Ponócrates, en cambio, poco a poco va adiestrando a Gargantúa, sin limitarlo, a introducirse libremente en el estudio y en el cuidado de su tiempo, a no vivir por las horas, sino a aprovecharlas. 

Concluimos, entonces, que la utopía de Theleme que idea Rabelais es una regida por la libertad, pero la libertad bien instruida; para nuestro autor no hay mayor origen de vicio y de maldad que la prohibición y la inhibición: 

En cambio, cuando por vil fuerza y sujeción son constreñidos y obligados, desviando la noble cualidad por la que tenderían en derechura a la virtud, la emplean en deponer y destruir el yugo de tamaña servidumbre: que siempre intentamos las cosas prohibidas, deseando más precisamente aquello que se nos niega.[14]

Rabelais tiene una gran fe en el hombre que, en libertad, por sí mismo se encamina hacia la rectitud, sin necesidad de leyes o códigos. Y así viven en Theleme: letrados, aseados, rectos y, especialmente, felices. Sólo es necesario encausarlos hacia una libertad razonada.


BIBLOGRAFÍA:

ALCÁZAR, Jorge, “¿Por qué se roban las campanas? Gargantúa y las “últimas cuestiones””, Acta poética, volumen 18, número 1-2, pp. 319-341, 1998.

BAJTIN, Mijaíl, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais., trad. de Julio Forcat y César Conroy, Alianza, Madrid, 2003.

FEBVRE, Lucien, El problema de la incredulidad del siglo XVI. La religión de Rabelais., trad. de José Almoina, Unión Tipográfica, México, 1959.

LE MOUILLOUR, Ségolène, “François Rabelais, pionero de la educación “natural””, Padres y maestros, número 374, pp. 78-80, 2018.

RABELAIS, François, Gargantúa, 3ra. ed., trad. de Juan Barja, Akal, Madrid, 2007.

SCOLNIK, Jaime, “François Rabelais. Su vida y sus obras.”, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, volumen 23, número 3-4, pp. 412-437, 1936.


[1] Esta y otras cuestiones en: Jaime Scolnik, Rabelais. Su vida y sus obras.

[2] Vid., Ibid., p. 413.

[3] François Rabelais, Gargantúa, p. 36.

[4] Ídem.

[5] Ibid., p. 40.

[6] Mijaíl Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais., p. 60.

[7] Vid., Ségolène Le Mouillour, “François Rabelais, pionero de la educación “natural””, p. 78.

[8] François Rabelais, op. cit., p. 279. 

[9] Lucien Febvre, El problema de la incredulidad del siglo XVI. La religión de Rabelais., pp. 129-130.

[10] Ségolène Le Mouillour, op. cit., p. 80.

[11] Jorge Alcázar, “¿Por qué se roban las campanas? Gargantúa y las “últimas cuestiones””, p. 340.

[12] François Rabelais, op. cit., p. 104.

[13] Jorge Alcázar ve una crítica al escolasticismo, lo mismo en la figura de Jonatus de Bragmardo, op. cit., pp. 331-332

[14] François Rabelais, op. cit., p. 280