Ensayo «El hermano sándwich y los Godínez» por Héctor Sapiña

El complejo del hermano sándwich es una afección relacionada con la supuesta carencia de atención padecida por los segundogénitos en familias de al menos tres hijos. Como muchas otras preocupaciones de la clase media, sólo ha recibido atención de los blogs y los libros de Sanborns porque sería ridículo llamarlo una psicopatología. A lo mucho se podrá considerar una práctica común en ciertos grupos sociales y eso resulta más interesante, pues manifiesta la impotencia histórica de quienes nunca han dominado ni se han rebelado. Aprovechando el espacio ensayístico, autoricémonos la especulación sobre un problema que, de antemano, es inexistente.

El discurso manejado al interior de la clase media suele colocarla en una doble marginación. Cuando el tío de los suburbios expresa su punto de vista político, suele mostrar cierto resentimiento por no participar de manera activa en los procesos sociales. Por un lado, no se encuentra en la posición que permite a las clases altas entrar en la disputa del poder; por otro, su mano de obra es virtual, pues a diferencia del obrero o campesino paradigmático, el clasemediero no posee una técnica, sólo trabaja con las sobras imaginarias de los verdaderos propietarios. De ahí que la oferta de las universidades particulares “de segunda” se enfoque en preparar a los hijos para administrar las posesiones de otros.

Para lidiar con esta especie de castración social, el miembro de la clase media ha erigido una axiología escapista. Se interesa poco en problemas socio-políticos, espera con ansias los rituales de alienación como los juebebes y las vacaciones, y consume series de televisión para entretenerse (no para experimentar catarsis). El conjunto de prácticas escapistas indica un mecanismo clave para la supervivencia moral de la clase media: la disociación del trabajo respecto a la vida. 

Tal mecanismo se origina en las interacciones de oficina, cuando se pausa el trabajo para “ir por un cafecito o un cigarrito”. Sin advertirlo, los empleados modelan mutuamente sus escalas de valores durante la plática casual. Se repite una y otra vez “prefiero mantener mi vida personal separada del trabajo”, se mira con recelo a quienes tienen vínculos con los dueños del negocio, se hacen planes para la próxima peda o se intercambian títulos de series de Netflix (“¡No mames, vela! ¡Te cagas! ¡Te cagas, weee!). 

El home-office no se escapa de la estructura, laborar en casa “para evitar el tránsito” y “las relaciones tóxicas” conlleva la idea de que el trabajo es una actividad a la cual nos encontramos sometidos y debemos confinar a su mínima existencia. Esta particular visión sobre el mundo se ha sintetizado en el estereotipo del “Godínez”, gran aportación de México al panorama de las subculturas durante la década recién finalizada. Sí, aunque nos neguemos, quien hace home-office también es Godínez.

Tal vez Pierre Bourdieu se hubiera sorprendido al encontrar un campo social donde se promueve la no-lucha por el poder. El Godínez quiere ascender de puesto y recibir un mejor salario, pero no se interesa por dominar su campo. Su interés primordial es el escape: ahorrar para viajar, ganar mejor para beber mejor, para comprarse una tele más chingona, para pagar un gym y aumentar su sex-appeal. Al disociar el trabajo de la vida, el Godínez ha elegido una vida fragmentada, ha renunciado a los deseos humanos que propician el cambio histórico y, por lo tanto, se ha desligado parcialmente de la cultura. 

La adolescencia cultural del Godínez se vuelve evidente en sus comportamientos turísticos. Cuando el neoliberalismo redujo las barreras económicas para viajar a otros países, dio a las clases medias la posibilidad de visitar los epicentros de la civilización. Quien quiera jugar a abogado del diablo dirá que, además de impulsar la industria turística, la intención era ofrecer oportunidades para el crecimiento autónomo a través de experiencias interculturales. Pero el único resultado ha sido una cascada mediática de selfies frente a escenarios varios: la Mona Lisa, el Castillo de New Glowken-no-se-qué o “cuando orinamos junto a la pagoda esa”. Las vacaciones en esta modalidad, además de alienarlo, suman puntos a un Godínez en su comunidad local; se disfrazan de cosmopolitismo, pero no rompen la barrera que los aísla del mundo. El Godínez en Londres no es un yo inmerso en la cultura del otro, es un yo viendo lo que quiero ver para mostrárselo a otros como yo. El Godínez omite el rasgo de “diversidad” en el concepto de “diversión”.

Ahora, ¿cómo influye esta mentalidad en fenómenos semejantes al hermano sándwich? Del mismo modo en que el trabajo del clasemediero es virtual y los deseos del Godínez son imaginarios, la mayoría de los problemas afectivos de estos grupos sociales son producto del ocio. Recurramos nuevamente al contraste: el burgués paradigmático ocupa su tiempo libre en cultivar conocimientos clásicos porque sabe que para conservar su dominio debe hacer de sí mismo un hombre integral. Lee a los grandes novelistas, aprecia la buena música, cata vinos y, cuando viaja, contempla las pinturas. El obrero paradigmático no tiene tiempo libre, pero usa su trabajo para ingresar a sus hijos a universidades públicas para desarrollar la reflexión crítica o una técnica profesional. Es conocida la crítica al pequeño burgués en este ámbito: el clasemediero aspira a ascender de clase, por lo tanto, imita las actividades de la élite, pero no sabe por qué. No sabe por qué se debe cultivar en los clásicos, se aburre con los grandes novelistas y compositores, lanza algún terminajo sobre la cosecha del vino, prefiere embriagarse para flexibilizar su doble moral y no para gozar la lucidez de las percepciones. Para él, los estudios profesionales son un trámite cuya única finalidad es generar un ingreso relativamente digno.

De tal modo, mientras los problemas del empresario surgen de la competencia y, los de las clases bajas, de la carencia; los problemas del clasemediero provienen de su aburrimiento. Del consumo ocioso de textos simples y su aplicación a la vida suburbana. El famoso bullying, por ejemplo,sigue sin resolverse en las escuelas mexicanas porque es un concepto extranjero, calcado de la sociología y psicología estadounidense, sin una adaptación correcta al contexto mexicano. Cuando se habla del porrismo en la UNAM en términos de bullying hay una sensación reduccionista: ¿cómo diablos podemos equiparar una red de asaltos y violencia sistemática (más cercana al crimen organizado) con el bravucón del High School del cine ochentero?

Esta falsa conceptualización del acoso escolar es producto de otro de los grandes problemas de la sociedad sándwich, el malinchismo. Como es bien sabido, las ingenuas aspiraciones de la clase media en México lo acentúan. Nacido y criado en Ciudad Satélite, viví mi infancia bajo la ilusión textual de que este intento de suburbio era semejante al de Kevin Arnold en Los años maravillosos. A mi parecer, la generación sateluca nacida entre los 60 y 70 vivió una bonanza comparable a la de Kevin. Sin embargo, la pretensión de ser suburbio terminó con la mega expansión de la Ciudad de México, y Satélite se volvió una parada más en el Blvd. Manuel Ávila Camacho, que dejó de ser un periférico para convertirse en otro eje, la vía Xochimilco-Tepozotlán.

Ello no detuvo el asombroso poder mutante de los satelucos para imaginar que las Torres de Satélite emanan un campo magnético de protección. La burbuja defensiva (muy parecida a los escudos que utilizan los gungans de Star Wars para escudarse en las batallas campales) sólo permitía el acceso de foráneos selectos, principalmente “muchachas de servicio”, quienes tenían autorizado el ingreso para realizar sus labores domésticas. Algunas de ellas hasta “se volvían parte de la familia” como en Roma de Cuarón, ¡las abrazaban en su cumpleaños y todo!

Ahora entiendo por qué la primera vez que usé el metro y me golpeé con el tubo cuando arrancó el vagón, mi acompañante se carcajeó durante dos horas. Crecimos aislados, desprovistos de cultura tangible a la mano e inundados de textos pop. La lectura real nos exigía un esfuerzo inmensurable, ¿cómo podríamos sentir empatía por personajes que no eran semejantes a nosotros si se nos enseñaba a ignorar la otredad?

Al interior de la burbuja, consumiendo televisión por cable, nuestras aspiraciones eran alcanzar lo gringo. Vivíamos ya en el mundo de las telecomunicaciones privatizadas. El diván de Valentina y otros contenidos del Canal 11 nos resultaban aburridos, ajenos, sólo los raros veían Bizbirije. Gracias al doblaje de Los Simpson no perdimos contacto con Latinoamérica. Cosa curiosa, pues cuando Homero cantaba “estaba la pájara pinta…”, los traductores habían hecho una adaptación para apelar a la cultura local, pero nosotros estábamos desprovistos de ella. Aprendimos una canción mexicana a través de un texto extranjero. Mi familia, de raíces guerrerenses, conservaba el gusto por el son y la tarima, pasión que floreció en mí a través de los años, pero que me producía cierto complejo durante la secundaria.

Para explicarnos a nosotros mismos sólo teníamos a la mano nociones extranjeras. Nuestros conflictos amistosos nos recordaban a escenas de Dawson’s Creek, el impulso puberto hacia la autonomía se nos figuraba un dilema propio de Ariel (sí…, la sirenita), y la pregunta por el pasado encontraba su límite en los años 50. Estábamos bajo la impresión de que la mitad del siglo XX era tan remota como el Paleolítico y sólo una máquina del tiempo podría mostrárnosla. Nadie nos dijo nunca que en los años 50, nuestros abuelos se habían vuelto profesionistas por medios del Estado y que, gracias a ellos, gozábamos una infraestructura digna, retorcida después en pos de nuestra enajenación.

El complejo del hermano sándwich es la clara manifestación de la cosmovisión Godínez. El sujeto de en medio, que por elección propia ha permanecido desprovisto de identidad. El mismo término recurre al anglicismo, ¡pesadilla para Salvador Novo!, teniendo a la mano la torta, se le denominó hermano sándwich. Porque para el lunch es preferible el sándwich y no la guajolota, ni los chilaquiles, “¿qué van a decir las mamás de tus amigos si te mando a la escuela con comida de chachas?”.