Ensayo «El discurso de género en la novela» por Argentina Casanova

Dentro de la generación actual de escritoras, las mexicanas han aportado su visión de la Revolución desde perspectivas diferentes a los escritores, en ellas encontramos historias en las que el eje central no es la lucha, sino la perspectiva íntima de otros personajes cercanos o que conocieron a los héroes revolucionarios, es lo que se vio a través de los ojos de los abuelos y las madres, tradición que inaugura Nellie Campobello (Cartucho, 1931) y que continúa Silvia Molina con La familia vino del Norte (1987).

Es la visión íntima, desde la unidad a lo general, ya no es el caudillo, sino los personajes secundarios que estuvieron en algún momento junto a los grandes héroes. Y es así como tenemos una dimensión alterna de la Revolución desde novelas íntimas.

Entre ellas, La Familia Vino del Norte, obra de Silvia Molina, sobresale porque al igual que Campobello, la autora nos lleva de la mano de un personaje femenino: Dorotea, cuya historia nos da a conocer su entorno, el abuelo: el general ex revolucionario Teodoro Leyva, la relación con la pareja y sus expectativas de vida en su relación con la familia, cada uno abordado en planos narrativos y distintos momentos históricos.

La novelística de Silvia Molina, tiene una visión femenina del entorno desde un cuerpo femenino que le permite materializar su realidad con una significación distinta, en La mañana debe seguir gris (1977), Ascensión Tun (1981), Imagen de Héctor (1990) El amor que me juraste (1998), Muchacha en azul (2001) y los libros de cuento Lides de estaño (1985), Dicen que me case yo (1989) y Un hombre cerca (1992), títulos que evocan a la relación de la mujer con la pareja, la familia y su cuerpo.

En su obra, hay un discurso femenino inserto en el discurso narrativo, con el cual se expresen condiciones sociales, económicas e históricas a partir de la concepción de la persona femenina en el entorno patriarcal, enfatizando cómo se relaciona con ellos a partir de su pareja, su familia y su propio cuerpo.

Se enfatiza la voz femenina en la novela, no solo en los personajes femeninos, sino en la voz que narra y que refleja un yo de mujer a partir del cual se configura el universo e incluso “desde el que se ve” a los personajes masculinos y con un especial significado para la pareja, la familia ascendentes, y descendientes. Dimensiones latentes y que sin duda marcarán una “línea” de los personajes que continuarán años más tarde en otras escritoras.

En la relación con la familia y la mujer, el cuerpo femenino es fundamental, pues no termina en su propio horizonte, se extiende más allá, en los ascendentes y en los descendientes; ellas se prolongan a sí mismas en el cuerpo de la madre y los hijos. Sobre esto, sostiene Nina Baym “las mujeres no logran separarse de sus madres porque las madres tampoco logran separarse de ellas, lo cual da como resultado que la frontera entre el yo y los otros se vuelva fluida”[1].

El cuerpo es ese flujo por el que se extiende la historia personal, pero también la de la familia convirtiéndose en una forma de hilo conductor para construir la realidad literaria en la novela, en la que tenemos a una voz textual femenina que habla, escribe de sí misma, de su familia, de su abuelo revolucionario y del patriarcado familiar y de su formación como profesionista, percibiendo imágenes a partir de su propio cuerpo.

Es el cuerpo femenino el que permite al personaje establecer su relación con la realidad y consecuentemente con quienes la rodean, desde la familia ascendente hasta la pareja; y es la riqueza que nos ofrece la expresión del cuerpo que está mediada por estructuras lingüísticas, lo que hallamos en la voz de Dorotea, en La Familia vino del Norte.

Nelly Furman explica que “por medio del lenguaje definimos y categorizamos áreas de diferencia y semejanza, las cuales a su vez nos permiten comprender el mundo que nos rodea”, y observamos que las categorizaciones centradas en lo masculino predominan en el español mexicano y conforman, sutilmente nuestra comprensión y percepción de la realidad; es por esto que la atención se ha ido en aumento hacia los aspectos inherentemente opresivos para la mujer en un sistema de lenguaje construido por el hombre.

En la novela La familia vino del Norte, se nos da pautas para tomar la realidad femenina desde una lengua que se transforma y se nutre de lo que otros han dicho antes, y que es posible analizar discursivamente, “porque el lenguaje participa de la vida a través de los enunciados concretos que lo realizan, así como la vida participa del lenguaje a través de otros enunciados… Todo enunciado es un eslabón en la cadena muy complejamente organizada, de otros enunciados (Bajtín 1982).

Dorotea, la mujer de la novela, nos habla con una voz propia que se esfuerza en hacerse escuchar, pero tiene la virtud de hacernos “visible” otros discursos, los ajenos y que se cuestiona como verdades, en esa voz interior que se nutre de los discursos de las familias, de los patriarcados, y nos recuerda que “la mujer habla y enuncia su propia voz usando un lenguaje que le es conferido por el hombre”. Bajtín dice que “el lenguaje es aprendido a hablar a partir de enunciados ajenos, de la lengua que el niño aprende y reelabora dialógicamente para crear algo propio”, es así que se advierte y delinea un discurso femenino en la voz del personaje y al mismo tiempo la propuesta de la autora que construye así un discurso literario femenino.

Esto es posible a partir de observar en la voz del personaje femenino Dorotea el discurso ajeno, el cual se explica como una fuente que alimenta el pensamiento propio a partir de la palabra ajena; Bajtín habla del discurso ajeno en la conformación del pensamiento propio a partir de la palabra ajena y de lo dado y lo creado en el enunciado. La mujer no sólo habla por sí misma, cuando lo hace reproduce ese discurso que le es dado, es el discurso en el discurso enunciado dentro de otro enunciado, pero al mismo tiempo es discurso sobre otro discurso, enunciado acerca de otro enunciado (Volochinov, 1992, 155).

La voz femenina que enuncia al otro reproduce entonces el discurso masculino, el del patriarcado que le dice a ella cómo debe ser o como la ha visto, y lo que espera de ella.

Una vez identificados los discursos implícitos en la voz del personaje femenino, identificamos un “corpus literario” en el que es posible diseccionar las partes que lo integran y sus aportes al discurso de femenino narrativo, categoría que nos permite explorar la diferencia entre los cuerpos sexuados y los seres socialmente construidos. Un primer paso es aproximarnos a los discursos patriarcales, que “se visibilizan” cuando el personaje femenino los reproduce y nos permite identificarlos.

La novela está escrita a una sola voz, la de Dorotea, y desde su voz podemos oír a Teodoro, el abuelo; y a Manuel, el mentor-pareja, pero también se escucha al padre y a la madre; voces, discursos que exponen visiones patriarcales acerca de las mujeres y lo que se espera de ellas, incluso de ella -de la voz que narra-. Voces que discuten y parecen acallar a la verdadera Dorotea.

Cuando Dorotea habla del abuelo, es la voz del patriarca en la voz de Dorotea, es la que tiene memoria, la que cuenta, la que nos habla, y lo hace con las palabras de un yo masculino que nutre su voz, pero que es en sí la reproducción de un discurso patriarcal.

En los atisbos en los que oímos a Dorotea es la voz a través de la que percibimos una visión crítica del papel que toca a las mujeres.

Desde una crítica literaria feminista, tres elementos nos permite la novela: el primero es identificar un discurso en el cual la conciencia del cuerpo contribuye a la formación de lo femenino frente al otro masculino; la identificación de los discursos enunciados es fundamental para conocer precisamente la sociedad que retratan, así como las relaciones ideológicas, políticas y familiares que predominan en ésta.

En segundo lugar, apoya el análisis de los discursos enunciados y su relación con el cuerpo femenino identificado, facilitando la sistematizacion de lo femenino como construcción cultural, según la categoría de género que propone explorar la diferencia entre los cuerpos sexuados y los seres socialmente construidos.

En tercer lugar, una vez identificados los discursos y las construcciones femeninas o masculinas, nos permite determinar si en las enunciaciones el cuerpo (biológico) y la conciencia de éste se refleja y nos permiten comprender cómo las mujeres conceptualizan su situación en la sociedad y cómo se relacionan discursivamente con el padre y la madre, con la familia ascendente, así como el discurso específico que construye para hablar con ese otro –hombre- con quien también sostiene un discurso amoroso.

 

[1] La loca y sus Lenguajes, Nina Baym, Otramente: Lectura y escritura femenina.