En estas líneas quiero abordar un tema que desde hace muchos años, cuando era estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra Máxima Casa de Estudios, me parecía candente: el papel de los intelectuales en el examen y solución de los grandes problemas de la sociedad. A esa problemática la llamo aquí “malestar en la cultura”, para honrar el libro homónimo de Freud, aunque no toco los aspectos de su libro (la permanente lucha existente entre las fuerzas pulsionales –sexuales y agresivas– y las restricciones impuestas por la cultura a esas fuerzas pulsionales; la transformación de parte de los impulsos agresivos en sentimiento de culpa; y el malestar social –fundamentalmente “culpable”– que esto conlleva) pero sí los englobo en el actual estado de violencia inaudita, miedo, sentimiento de infelicidad y desazón que vive nuestra época.
Tanto Marx como Freud afirman que la civilización se encuentra sometida a los procesos económicos. Freud señala que las necesidades económicas imponen un fuerte peso tanto a la sexualidad humana como a la agresividad, que termina volcándose o contra la sociedad o contra los sujetos que la padecen; Marx descubre que los hombres están enajenados, desposeídos de su propio ser, sometidos a la producción capitalista, y que la cultura toda, la ciencia, el arte, la religión, también son una suerte de reflejo de las relaciones de producción, y que el capitalismo es un modo de producción inhumano que explota y cosifica a los hombres; por eso él pretendía sustituirlo por el socialismo, fundado en el materialismo histórico y en la revolución mundial del proletariado, que paulatinamente llevaría a la sociedad comunista, donde no existirían la clases y la riqueza se repartirían con justicia, eliminando la explotación del hombre por el hombre.
Muchas cosas han ocurrido desde los primeros decenios del siglo XX hasta nuestro 2016. Hagamos una rápida reseña. La práctica del psicoanálisis ha sido un bien para muchos miles de seres humanos que lo necesitaban y siguen necesitándolo. El triunfo de la revolución rusa, su expansión ideológica por el mundo entero, –hasta The Beatles canta una canción sobre la ya inexistente URSS: “Back to USSR”– su pronta transformación en bloque a su vez imperialista, que fagocitó Polonia, Hungría, Rumania, Checoeslovaquia y amenazaba al capitalismo mundial desde esas naciones de Europa oriental y desde la China de Maozedong; las dos guerras mundiales para repartirse el poder político y comercial; el Holocausto; el miedo tanto a la revolución socialista como a la democracia, que generó varios regímenes ultraderechistas en la Alemania nazi, en la España franquista, en la Italia del Duce, en Japón, en América Latina, donde cabe recordar que Cuba vivió una revolución socialista; y la democracia de corte socialista con Salvador Allende en Chile, brutalmente convertida en dictadura fascista por Pinochet; la guerra de Viet Nam, la Guerra Fría entablada entre el bloque de las democracias “libres” lideradas por los EEU y el bloque socialista, una guerra en la que no se dispararon misiles nucleares, pero el mundo estuvo en jaque, siempre al borde de que eso sucediera; el envejecer de los fascismos y su conversión en democracias; la muerte del socialismo. Las reivindicaciones sociales logradas sobre todo en Europa y los EEUU para la clase trabajadora, reivindicaciones que fueron bienvenidas, pero que alejaron de esta clase todo espíritu combativo. Y acabado el socialismo, el regreso de un nuevo capitalismo global, cada vez más feroz. Guerras nuevas en el Oriente próximo, en África, intervenciones lamentables (¿o necesarias?) de los EEUU en un contexto embrolladísimo de intereses y particularismos que se han polarizado en torno a dogmas político-religiosos como la barbarie de Estado islámico, las luchas por la sobrevivencia de etnias, la intromisión en todo esto de las mafias de las drogas, etc.
En nuestro continente no faltan problemas graves. La posibilidad de un régimen fascista en el país que supuestamente liderea las democracia, los EEUU, en caso de que Trump gane las próximas elecciones presidenciales. Guerras interminables como la civil en Colombia, pseudo-revoluciones como el chavismo venezolano, populismo, desmoronamiento del Estado de derecho y sustitución de éste por situaciones de facto e ingobernabilidad (como ya ocurre en México) introducidos por el Narco, que ha traspasado todos los diques y podrido la moral social y a la clase gobernante. A grandes rasgos, ése es el malestar en nuestra cultura, acompañado de hambre, inseguridad, injusticia, corrupción, demagogia, crímenes masivos, desconfianza en los partidos políticos, en la vida institucional, en las fuerzas públicas, desdén por la política, odio, desprecio por todo lo que suene a vida democrática. Y aparejado a todo ello, un cinismo insultante, indiferencia y valemadrismo (lo digo por México, no conozco las demás realidades latinoamericanas en carne propia), y un deterioro del respeto a nosotros mismos y a los demás, una decadencia moral y de la civilidad: un enorme desencanto que se ha acostumbrado ya a la corrupción y la violencia institucionalizadas de facto.
Cierto, hay una juventud combativa, movimientos de izquierda algo desfasados y muy entusiastas (que reivindican el socialismo, o peor aún: el anarquismo), grupos que reivindican causas justas en la ecología, en lo social, en la defensa de los derechos humanos. Cierto que se sigue produciendo cultura popular, cultura de gran calibre, bienes culturales, libros, música, buen cine… y quiero pensar que en conjunto todavía es mayor la cantidad de personas buenas que su contraparte. Pero me acucia aún el pensamiento angustioso de mi juventud: ¿qué vamos a hacer los privilegiados que con preparación, principios, conciencia histórica y sentido ético estamos inmersos en este mundo complejo, desquiciante? ¿Qué podemos aportar al menos en el sector de realidad histórica en que nos toca vivir? Admitiendo que, como en mi caso personal, nunca he apostado al uso de las armas, y siempre me ha parecido que la vía democrática es la menos insoportable, entre los sueños de la revolución vuelta utopía y las nefastas consecuencias de las dictaduras que tanto mal nos han hecho en Latinoamérica. ¿Qué hacer? Y hacerlo ya. Pues ese privilegio del que gozamos frente a tantos seres humanos que aún no saben leer y escribir, frente a amplios sectores de la sociedad que son víctimas de la injusticia y están desesperados, sin esperanza en el país, sin fe en el porvenir, hambrientos de pan, de luz, de conciencia, de esperanza, debe ponerse en movimiento ya, porque las condiciones son muy graves y el tiempo apremia.
Hoy más que nunca resuenan en mi oído interno las palabras de tantos maestros universitarios de mis años mozos, desde hombres de fe, como Luis Ramos, sacerdote dominico, hasta hombres que defendieron durante toda su vida el materialismo histórico, como el filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez: “La función del intelectual es crear conciencia”. Hoy más que nunca lo aportado por los grandes maestros del pensamiento universal vale la pena que cada quien desde su actividad y desde su índole particular, lo retome, lo recicle dentro de sí, y lo devuelva, en dirección a todos los que lo necesitan. El reto es enorme. Freud y Marx, si vieran el estado actual tanto de las condiciones materiales de la historia como el surgimiento de más desórdenes mentales y morales en cada vez más personas, se morirían otra vez, pero ahora de tristeza. Por un capitalismo que ya no es sólo industrial y radicado en países individuales, sino que se ha transformado en capitalismo ubicuo, megalómano, transnacional, en manos de una oligarquía inmensamente poderosa, mientras aumenta cada vez más el número de los que no tienen ni siquiera qué comer, y porque muerto y sepultado el socialismo, ya nadie piensa en defender los derechos de la clase trabajadora. Es momento de crear conciencia en un mundo donde aumenta el número de los muertos y desplazados por las guerras (toda guerra es fratricida), el peligro de enfrentamientos con armas nucleares y bacteriológicas, el deterioro ambiental, la escasez de agua, y la escasez de sentimientos. Machismo, hembrismo, homofobia, perversiones, sadismo, adicciones, crueldad contra los animales… y la mega-idolatría, el mega-fetichismo mundial del maldito dinero, que ha logrado invertir el orden de la moral, por lo que cada vez es más evidente –sobre todo en los niños y jóvenes– el esquema mental consistente en que los héroes, los de admirar, los buenos de la película son los mafiosos, los narcos, los que pueden comprarse las mujeres más hermosas y matar a su antojo, mangonear comunidades, territorio enteros, y al mismo Estado mexicano.
No somos todólogos. Ni tenemos posibilidad de llevar ayuda a los kurdos, que claman con razón por un estado propio en el Medio Oriente; a los sirios, pueblo que se desangra en la guerra feroz contra los carniceros de ISIS. ¿Y qué hacer por los pobres miserables que huyen de África, buscando una vida mejor en los países europeos? Ni siquiera podemos hacer mucho por nuestros hermanos venezolanos. Pero cómo quisiera que todos aquellos que lean mis palabras sintieran dentro de sí el fuego de la compasión y la solidaridad, y hagan lo que puedan, máxime si tienen una cultura que ofrecer, unos valores o enseñanza que transmitir, unos principios que volver a sembrar en las mentes de los jóvenes, un pequeño ejemplo que dar, allí donde sea necesario. Curen los médicos, colaboren las enfermeras, enseñen a leer los maestros, sacúdanse los vicios de su gremio los hombres de iglesia, escriban los escritores, forjen mundos alternos para la fantasía y consuelo de las almas, los poetas. Reflexionen, repiensen la realidad y el mundo, los filósofos, propongan nuevas pautas, la humanidad toda las necesitamos. Crear conciencia es no sólo aliviar –si bien sea un poco– las carencias de quienes menos tienen, sino apostar porque prosigan la cultura, la convivencia armoniosa, la conciencia del valor de la vida, el amor a la humanidad y a la Tierra, la hermandad, la solidaridad, los valores que se están perdiendo o se han trastocado merced a la barbarie; allí donde la locura auto-destructiva y hétero-destructiva que se anida en nuestros tiempos en el fondo de los hombres, cuando son víctimas de alguna injusticia o abuso, o bien cuando se abandonan a la ambición de poder, o a la desesperación, provoca que nos convirtamos en bestias sanguinarias y que nos olvidemos de que todos pertenecemos a la gran familia humana.
Semblanza:
José Luis Bernal. Nací en la Ciudad de México un 26 de noviembre de 1950. Estudié Letras italianas y doctorado en Letras clásicas en la UNAM, en donde fui catedrático de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras, en el Dep. de Letras italianas, impartiendo durante 30 años asignaturas del plan de estudios, destacando las relacionada con Historia literaria, Poesía italiana del siglo XX, y traducción literaria (tanto de prosa como de poesía). Me he destacado en la investigación, la traducción no sólo literaria, y en la escritura creativa. Soy poeta, traductor políglota. Desde hace tres años estoy jubilado y me dedico más a la literatura. Entre muchos otros títulos, soy autor de la traducción integral a nuestra lengua de los Cantos de Giacomo Leopardi publicados por Ediciones La Veleta, de Granada, España, en 1988. He publicado 5 libros de versos y estoy preparando el sexto. Colaboro con notas y comentarios en varios blogs sobre literatura y política.