Ensayo «Arte Poética: La muerte del padre y el nacimiento del escritor» por Asmara Gay

Piensa, piensa antes de escribir. “Todo depende de la concepción”. Este axioma del gran Goethe es el más sencillo y el más maravilloso resumen y precepto de las obras de arte posibles.

Gustave Flaubert

La primera vez que leí este concepto, “Arte poética”, fue bajo la mirada de Sergio Pitol en aquel hermoso libro que publicó en 1996, El arte de la fuga. En su ensayo “¿Un Ars Poetica?”, Pitol reconstruye lo que a él como escritor de narrativa le ayudó en el camino de sus letras: las interminables lecturas de los clásicos, sobre todo del gran Alfonso Reyes; los cuadernos de escritura de Henry James y de Antón Chéjov; los decálogos, consejos y preceptos de diversos maestros literarios, como E. M. Forster, Shklovski o Gide; el ejercicio de la traducción que le permitió formar parte de los mundos narrativos de los autores que tradujo y conocer íntimamente a los personajes y las tramas de las obras. No obstante, más allá de cualquier precepto literario, Pitol defiende la idea de que nosotros debemos hallar nuestra propia ars poetica: “Cada autor, a fin de cuentas, ha de crear su propia poética, a menos que se conforme con ser el súcubo o el acólito de un maestro. Cada uno constituirá, o tal vez sea mejor decir encontrará, la forma que su escritura requiere, ya que sin la existencia de una forma no hay narrativa posible. Y a esa forma, el hipotético creador habrá de llegar guiado por su propio instinto” [177].

Quien introdujo este vocablo fue Aristóteles en su libro Poética. Con ποιητκή trataba de sistematizar una serie de textos de creación literaria que se producían en su época e intentaba elaborar una noción que separara el arte literario de otras obras escritas con métrica pero cuyos temas eran médicos o musicales. Además, para “el lector” —llamado de este modo por Platón— era importante exponer en este tratado sus consideraciones sobre lo correcto e incorrecto, lo pertinente y lo no pertinente de los recursos literarios. Así, desde el siglo IV a. C la poética está ceñida a la percepción preceptiva de la composición literaria. Tres siglos después, un latino formado en las mismas escuelas que los hijos de los senadores a pesar de ser hijo de liberto, pero cuya profesión del padre le permitía tener una vida holgada (es decir, su instrucción tuvo una enorme influencia griega y a los veinte años marchó a Atenas para completar su formación), compone una epístola al cónsul Lucio Pisón y a sus dos hijos con el fin de instruirlos en el arte de la poesía. Esta Epístola a los pisones, escrita por Horacio y que se conoce más como Arte poética, establece en un largo poema lo que debe tener en cuenta el escritor para su oficio: la unidad en el arte, la belleza, la imitación de los creadores griegos, el uso del lenguaje, de los tipos de versos y su efecto en el lector. Los siglos que vendrán son un reflejo de estas dos creaciones preceptivas del arte literario: Beda el Venerable (siglos VII a VIII) introduce con su Arte métrica la teoría del ritmo en la poesía, Mateo de Vendôme (s. XII), Gervasio de Melkley y Godofredo de Vinsauf (s. XIII) crean ars poetriae destinadas a la composición de obras, sobre todo en verso, que incluían algunas cuestiones de carácter teórico: fórmulas de comienzo y de cierre, procedimientos para alargar o acortar las frases, recomendaciones para desarrollar el estilo de los autores y para usar los adornos y figuras retóricas con las que se puede crear la poesía.

Esta tradición preceptiva de las artes poéticas tiene su clímax y, por lo mismo, su declive con la publicación del Arte poética de Nicolás de Boileau (1636-1711). Compuesta también en verso, recupera lo expuesto en las poéticas precedentes que tuvieron una gran influencia de Aristóteles y Horacio. Con Boileau y sus seguidores, lo correcto en el arte literario se vuelve norma y no sugerencia. Armonía, belleza, verdad, precisión y elegancia eran los principios por los que debía regirse el escritor. Por eso, la llegada del Romanticismo es un grito de libertad en el arte literario. A partir de la publicación del prefacio a Cromwell de Victor Hugo (1827), las artes poéticas se transforman en manifiestos poéticos personales de composición. Al rechazar los preceptos de Boileau se repelían a la vez las antiguas artes poéticas, incluida la de Aristóteles, y se observaba la necesidad de afirmarse como escritor a través de sus pensamientos literarios.

Desde entonces el escritor sabe que necesita matar a su padre literario. Las artes poéticas publicadas a lo largo del siglo XX son prueba viva de ello. Uno de los primeros decálogos, publicado en 1925, el de Horacio Quiroga (“Decálogo del perfecto cuentista”), comienza: “Cree en el maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov— como en Dios mismo” (2008: 29). Como Pitol, Quiroga sabe que necesita un maestro, alguien que lo guíe por el camino de las letras, pero también reconoce que este padre literario debe morir para crear su propio estilo. Dice en el numeral 3 del “Decálogo…”: “Resiste cuanto puedas a la imitación; pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que cualquier otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una ciencia” (Loc. Cit.). Este decálogo es asimismo un aporte a la personalidad del escritor. Quien ordena estos mandamientos a seguir es el propio autor que los escribe y que intentará cumplir para que el mundo que ha creado este dios-autor cobre vida.

Los escritores contemporáneos en vez de seguir reglas de composición —que en la mayoría de los casos las conocen o las escriben— sueñan su literatura. El cuento, la novela, la poesía son vasos que tomarán forma bajo los pensamientos contradictorios de sus autores. Sus artes poéticas son maneras de trabajar para cultivar algún género, o quizá romperlo o destruirlo para crear un espacio híbrido aún no contemplado por los otros creadores. En la búsqueda de su preceptiva personal se han dado cuenta de que las poéticas son una guía algo parcial de su creación literaria: “Tengo una poética en el cajón. O mejor, tengo varias. Pero no estoy muy segura de que sirvan. Mis poéticas se parecen mucho entre ellas, sólo que invariablemente, en el instante en que pongo punto final a un libro, siento como si de repente se hubieran encogido. Han quedado cortas, incompletas, truncadas… O eso creo yo, en un primer momento. Luego recapacito, releo, asiento… Y me digo: ‘Sí, eso es. Pero hay algo más…’” (Fernández Cubas, 2006: 21). A la muerte del padre se ha unido, así, el pensamiento personal de los autores sobre cada obra. El impulso de la escritura evita que las reglas sean simples procedimientos mecánicos de composición y permite a los autores rastrear la medida que cada texto necesita para escribirse. Cada obra comprende una poética. Felizmente, la imaginación del autor se ha colado en su normativa y de este dichoso encuentro nace cada vez un escritor.

 

Fuentes consultadas

Aristóteles (2001). Poética. Traducción de David García Bacca. México, UNAM (Bibliotheca Scriptorvm et Romanorvm Mexicana).

Horacio (1777). El Arte Poética de Horacio, ó Epístola a los pisones. Traducción de Tomás de Yriarte. Madrid, Imprenta Real de la Gazeta.

Brunel, P., Jouanny, R. y Horville, R. (1988). Diccionario de los escritores del mundo. Traducción Luis Fernández y Ángel García Aller. España, Editorial Everest.

Fernández Cubas, C. (2006), “En China, donde viven los chinos…”, en Eduardo Becerra (ed.). El arquero inmóvil. Nuevas poéticas sobre el cuento. Madrid, Páginas de Espuma, pp. 21-26.

Pitol, S. (1996) “¿Un ars poética”, en El arte de la fuga. México: Era, pp. 174-181.

Quiroga, H. (2008), “Decálogo del perfecto cuentista”, en Lauro Zavala (comp.). Teorías del cuento I. Teorías de los cuentistas. México: UNAM, pp. 29-30.

 

Semblanza:

Asmara Gay. Estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm y la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Ha colaborado en las revistas Letras Raras, Astrolabium, Variopinto, Periódico de Poesía, Aeda, ConFabulario. Cuaderno de talleres, Ariadna y en el suplemento El Ángel del periódico Reforma, entre otras. Ganó el primer premio del I Concurso de Microrrelatos del Centro Cultural La Bòbila y de RBA, en Cataluña, España; el segundo lugar en el V Certamen Literario José Arrese por el cuento Do not disturb, el segundo lugar en el Concurso de Poesía realizado por el Centro de Cultura Casa Lamm y el tercer lugar en el concurso especial conjunto de Las Historias de Alberto Chimal y Diario de un chico trabajador de Alejandro Carrillo. Sus libros son: Elena se mira en el espejo (2011) y Adentro. Antología de poetas diversos (2012). Algunos de sus microrrelatos y cuentos han sido publicados en antologías en España y Argentina. Ha sido ponente en congresos internacionales de retórica, estudios clásicos y estudios Literarios. Fue becaria del Instituto de Investigaciones Filológicas y es miembro de la Asociación Mexicana de Estudios Clásicos.