Ensayo «Andar por Comala: perspectivas de ruralidad en Pedro Páramo» por Ramsés Jabín Oviedo Pérez

  1. PRELIMINARES

Este artículo tratará de reflexionar sobre la poética de la ruralidad en la obra de Pedro Páramo. Justamente al celebrar el centenario del natalicio de Rulfo, la relectura de su obra es una actividad, de momento, bastante socorrida. Pero a la fecha, el relato de Pedro Páramo tiene espacios de interpretación que no han sido agotados del todo. Valga decir que el “efecto Rulfo” posibilita siempre nuevas interpretaciones. Para el caso que me ocupa, me interesa destacar cómo se objetiva el ámbito de lo rural en la trama de Pedro Páramo. Esto es un tema refractario. Lejos de minimizar el sustrato diegético del relato, abre la caracterización de la existencia estructural donde apreciamos una literatura abierta a la objetivación de un espacio antropológico mediado por un ámbito rural. Aunque esto no sea exactamente un vistazo sociológico, la lectura se centrará en las siguientes ideas principales: 1) consideración de la literatura de Rulfo como una literatura que recupera la perspectiva de la ruralidad mexicana en el contexto del siglo XX; 2) descripción de cierta poética de lo rural determinada por un conjunto de condiciones geofilosóficas; 3) vínculo que hay entre ruralidad y modernidad de cara a una filosofía arrabalera. Veamos.

 

  1. RECUPERACIÓN RULFIANA DE LO RURAL

En principio, partimos de la definición de ruralidad como una forma de comunidad ubicada a las afueras de la metrópolis constituida por un sistema de relaciones sociales caracterizada por una fuerza de producción basada en la agricultura principalmente. La palabra “rural” designa también formas de vida asociadas al campesinado. En la apreciación de Henri Lefebvre: “La comunidad rural (campesina) es una forma de agrupación social que organiza, según modalidades históricamente determinadas, un conjunto de familias ligadas al suelo.”[1] Con estas definiciones, podemos entender más concretamente la ruralidad como los modos de ser y de vivir de las “localidades” que circundan a las ciudades.

En este contexto, el Pedro Páramo que relata Juan Rulfo advierte esta noción de ruralidad. La historia de Juan Preciado se construye ficcionalmente en la experiencia mexicana de una comunidad rural. En cierto modo, es preciso tener en cuenta que las formas de la distancia en Pedro Páramo son ambiguas en función de la difícil relación que hay entre los personajes y los lugares donde buscan estar[2]. Sin embargo, el montaje espaciotemporal está lleno de minucias que organizan un mosaico de formas rurales de vida. Comala, Contla, Sayula, Apango, La Congregación y Puerta de Piedra, conjuntamente, instituyen un entorno convertido en lugares que no son, por la proyección descriptiva del autor, ni focos urbanos ni mucho menos sociedades preestatales. Por ello, la obra literaria que construye Rulfo proyecta y recupera la perspectiva de lo rural. Como la obra de pocos escritores de mitad del siglo XX (mencionemos a Elena Garro, Ramón Rubí, Fernando del Paso, entro otros), Rulfo presenta una literatura que fractura la tradición y en ese sentido volveremos más adelante.

En todo caso, se comprende muy bien que la narrativa de Rulfo no es muy rica en descripciones, por lo que la idealización descriptiva de las comunidades rurales de la obra no puede llevarse sino muy lentamente. Para empezar, podemos traer a cuento los siguientes fragmentos:

(f  2) “—¿Y por qué se ve esto tan triste? / —Son los tiempos, señor” (p. 6)

(f 2) “En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas” (p. 7)

(f 3) “Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos” (p. 10)

(f 20) “Y ahora esto […] Pero le tenía aprecio a aquella tierra; a esas lomas pelonas tan trabajadas y que todavía seguían aguantando el surco” (p. 41)

(f 24) “Este pueblo está lleno de ecos” (p. 45)

(f 37) “Fulgor Sedano se fue hasta las trojas a revisar la altura del maíz. Le preocupaba la merma porque aun tardaría la cosecha” (p.68)

(f 45) “—Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Éste es uno de esos pueblos, Susana” (p. 88)

Estos aspectos decantan ciertas descripciones donde ha podido evolucionar la perspectiva rural en Pedro Páramo. Porque los referentes materiales de la novela son referentes reales. El espacio antropológico donde silban los murmullos transita en un mundo compuesto de ciertos lugares como la hacienda de Media Luna de don Pedro, la mina de Bartolomé San Juan, la iglesia, el sucio río donde el Padre Rentería se lamenta, la plaza o plazuela, el mercado, los cerros, etc. Son referentes que crean un lugar. Todavía cabría considerar lo que el poeta Virgilio designaba como genius loci refiriéndose a la cultura de un pueblo.[3] Se trata de rasgos como clima, suelo y paisaje. Acaso el clima y paisaje pueda compartirse entre varias localidades pero no así el suelo, el aprecio para cultivar la tierra. Nada ajeno a Rulfo, pese a que la obra representa conflictos agrarios por la usurpación de propiedades ejidales, y pese también a que Comala se valore negativamente como “la mera boca del infierno” (f 2), en un momento dado la obra llega a barruntar el enraizamiento de los pobladores con su pueblo por ser un espacio vital con fertilidad.

Justo por ello, una aportación discursiva de Pedro Páramo es que el pueblo aparece en un plano de personaje orientado a suscitar hechos suspensivos en la trama. En este sentido, la caracterización del pueblo interpela toda la historia. Estructuralmente, el autor no da cuenta de un cronotopo claro. Incluso la propia historia se organiza en base a una falta de determinación espacial. Es una relativización manifiesta desde el principio del relato: “El camino subía y bajada. Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja” (f 2). Así le pasa a Juan Preciado: prácticamente busca en Comala a su padre pero se pierde y cuando busca “regresar” experimenta una incertidumbre horrible. Del mismo modo, el espacio rural en Pedro Páramo contrapuntea el tiempo con una indefinición geoespacial. Paralelamente se organiza descriptivamente en torno a cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. Comala unifica estos elementos de modo sinestésico. Este atributo textual da para poética en la obra de Rulfo que vamos a ver ahora.

 

  1. LA POÉTICA DE LO RURAL EN PÉDRO PÁRAMO

Desde nuestro punto de vista, la obra de Pedro Páramo está atada a una perspectiva poética de lo rural. Ella, ante todo, poetiza la ruralidad. Inevitablemente, Comala y su alrededor no puede ser entendida sin un ejercicio de transducción poética. Pedro Páramo plantea una autentica poetización del espacio vital rural. Como bien observaba Salvador Elizondo, la obra de Rulfo es un triunfo de la poesía. En el seno de Comala se modelan dimensiones poéticas de la ruralidad. Lo que son las descripciones de Comala cubren abiertamente una plenitud para los sentidos. Axiológicamente interpretada la visión poética de Comala, caben dos posibles direcciones de transducción: 1) la que concibe a Comala como una especie de “paraíso perdido”, que se advierte por ser la Comala del recuerdo, que exalta valores naturalistas y que se conforma por una visión optimista de Comala; y 2) la que concibe a Comala con una perspectiva pesimista, donde la cotidianidad de Comala se describe como solariega y desgarbada por las infaustas acciones de Pedro Páramo, por su control y arrojo, por lo que la soledad y el murmullo se vuelven pieza clave de la obra. Ambas perspectivas no pasa desapercibidas porque son ampliamente expresivas en la obra.

La primera lectura se introduce a partir de la anamnesis de Dolores Preciado sobre su hijo –quien parece no repetir la idealización de la madre, dicho sea de paso– y que se manifiesta en una frasecita fundamental:

(f 36) “Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida…” (p. 62)

El protagonismo de esta visión ventila en toda la obra: Comala participa de la exaltación de la tierra; Comala a todas horas es un idilio, un espacio vital que busca reciprocarse con la eternidad; su ruralidad coexiste con un vívido paisajismo: lleno de árboles, flores, alfalfa, cosechas, espigas, laureles, y más del verdor de la tierra. Aurora Pimentel considera que esa fertilidad se extiende hasta el ser humano, como dice:

La vista se delita con los colores de la fertilidad (el verde de los árboles, de la llanura y de la alfalfa; el dorado del maíz; los blancos del pueblo próspero; el color de la tierra y el pan en una perpetua aliteración de la abundancia) […] el oído se embelesa con los murmullos del aire […] el olfato y el gusto se ahítan con la miel derramada, el pan recién horneado, la alfalfa fresca y el azahar de los naranjos; mientras que a la tierra y a los seres humanos los acaricia el viento con “la tibieza del tiempo” y con “la lluvia de triples rizos”.[4]

Esta poética rulfiana percibe una condición rural de indudable admiración que identifica un espacio vital, contradistinto al anquilosamiento de las grandes urbes, con un punto de vista estético (en sentido extenso). Lo que constituye una demostración de este punto es que en Pedro Páramo el medio habitado implica vivenciar varias sensaciones al mismo tiempo (Dolores destaca la verde llanura, el aire, las espigas y la lluvia; mientras que Pedro las lomas y el “rumor viviente del pueblo”). En cierta medida, esta lectura puede parafrasear la exégesis heideggeriana[5] del verso de Hölderlin “Poéticamente el hombre habita el mundo” donde sólo agregaríamos “Poéticamente el hombre habita el mundo rural de Comala. Por más, si atendemos también a la descripción de cuatro elementos como tierra, agua, fuego y aire en el relato, cabría decir que figuran con un peso simbólico que poetiza en un sentido de espaciamiento idealizado.

A pesar de la primera visión, hay otra lectura que salvaguarda una suerte de pesimismo etnopsicológico que resulta asequible por las condiciones materiales de vida en Comala. Una serie de circunstancias aluden a Comala como un sitio solitario, marginal, podre, un páramo para vivos y muertos, un pueblo desdichado según dice Bartolomé San Juan a su hija. En varios fragmentos se destila y recogen visiones pesimistas de Comala. Damiana en el relato habla de Comala como un lugar fantasmal. El fragmento 42 refuerza la visión de una Comala llena de “adioses” y constantes despedidas (p. 85). Y el mismo fragmento recupera el ambiente aledaño a Comala para alcanzar a entrever una estética de la ruina en el cerro de Vilmayo. Esta ruralidad solitaria se hilvana en el fragmento 47 que da cavidad al fragmento de la interculturalidad en Comala: de Apango bajan los indios a Comala pero su temor es que ahí no hay nadie. El pueblo se percibe solo. Y por el cristianismo residual de Pedro Páramo, Comala igualmente se dibuja como “refugio de pecadores” según cuenta Juan Preciado en el fragmento 9 (p. 19). Dentro de esta línea, hay que recalcar el complejo sistema metafórico que atraviesa la novela con las apelaciones al Cielo, al Infierno y al Purgatorio. En todo caso, estos elementos tienen repercusiones descriptivas que sustancian una poética entretejida de murmullos y alejamientos, y cuyo estatuto no se desvanece en la concepción de la ruralidad de Comala.

En estas condiciones, ¿cómo compaginar ambas visiones? ¿Desde cuándo la ruralidad fue así de ambivalente? El poder decir que en Pedro Páramo la perspectiva de ruralidad bebe de una poética a dos voces, no es oportunidad para tantear la que mejor venga convenga al lector. Al margen de ello, consideramos que esta ruralidad crecida en el trance narrativo de Pedro Páramo interpela una cuestión –que algunos llamaran intrahistórica– que tiene que ver cierta irrupción de ideales modernos implícitos en la obra de Rulfo. Al tiempo de las acciones familiares, al mismo tiempo acoge una crítica por las formas de sentido. Pedro Páramo es un libérrimo viaje por una mentalidad de las periferias mexicanas. Es una microhistoria con cierto interés filosófico.

 

  1. MODERNIDAD Y RURALIDAD DE CARA A UNA FILOSOFÍA ARRABALERA

Por lo anterior, hay que considerar la realidad de Comala como una cuestión que presenta un espacio rural abierto a la materialización intrahistórica de una tarea moderna: la ruptura de la tradición. Esta cuestión tan ardua, tan volátil, y tan necesaria de decir, se podría plantear en función de la “filosofía del arrabal”[6]. Por lo que vamos a arrojar esta pregunta: ¿desde el punto de vista de la filosofía del arrabal, que por su cuenta ha intentado ilustrar la importancia de la descentralización del discurso generador de sentido, y ha pugnado por la concepción de lo periférico, en ese sentido, qué crítica filosófica cabe formular de una obra literaria que se inscribe y adapta justamente en los espacios perimetrales de una geometría de poder en el México posrevolucionario?

Sin excluir todo gajo de polémica, aquí la cuestión la manifestamos desde una postura analítica y no histórica. Aquí consideramos el marco geofilosófico que se permite intuir de ciertos episodios fragmentarios de la obra. En su vertiente sociológica, Pedro Páramo involucra varias problemáticas asociadas al trabajo, la mano de obra, el analfabetismo, la marginación, la dispraxis jurídica, la corrupción, la impunidad, el cacicazgo, la Revolución y la Cristiada, etc. Esta imagen de problemas concretos es, a fin de cuentas, la que permite dar forma a la perspectiva arrabalera señalada aquí como clave de lectura (que puede caer en formalismos de algún tipo). Pedro Páramo es la historia vivida por una comunidad rural. Pues bien, lo que podemos plantear, por de pronto, es que Pedro Páramo habla de un presente que ni es Oriente ni es Occidente. La cotidianidad comalense insiste en resaltar un país testigo del dolor. En el discurso narrativo se cuela una caracterización de un país empobrecido que habla en español y que transmite la melancolía que ha estudiado Roger Bartra. La espiritualidad de los comalenses, desde el punto de vista cultural, expresa una herencia europea en su cristianismo manifestado. Por otra parte, la propia postura de los personajes niega la universalidad (f 30) pero ahí invita a repensar el horizonte de la región. Esto es importante: la ruralidad de la que hablamos, aun con toda el baremo espectral de sus muertos, incide en definir su mundo en un espacio cuyo desarrollo político y económico es nulo. Sin embargo, la identidad de Comala se acerca al agenciamiento emocional de la tierra. Por tanto, la crítica arrabalera que cabe formular a Pedro Páramo es que sus formas de vida rural, con un mundo hispánico híbrido, no asumen las coordenadas culturales de la modernidad europea. Comala lleva otro rumbo en su tradición.

 

  1. CONCLUSIÓN

Para concluir, debo comentar las limitaciones que tiene la interpretación que hemos hecho de la ruralidad. Una de ellas ha de ser no confundir la existencia estructural con la existencia operatoria en el espacio ficcional de la obra. Tan pertinente advertencia evitará que creamos encontrar a Comala en un punto específico del estado de Guadalajara (aun sea con la geolocalización de la CIA). O en otras palabras, es totalmente torpe reducir los materiales literarios a una realidad física (pese a que esta sea la opción que ofrece Siegfried Schmidt). Como certeramente argumenta Jesús Maestro, “la Literatura no se puede verificar porque, como sabemos axiomáticamente, está exenta de veridicción”.[7] Y evado recalcar que el siglo XX nos legó numerosas “teorías literarias” –bien o mal citadas por tantos transductores de Rulfo.

Otra limitación es que quizá no atiné a plantear, tras lo dicho en la tercera idea, a comprender la imbricación moderna de Pedro Páramo. Lo cierto es que la poética de la ruralidad que examinamos antes deja ver, desde cierto antropologismo de la literatura, un paisaje humano que consuma arduos problemas de la convivencia. Rulfo no hace comedia (como sí Balzac) sino que recobra una Weltanschauung profundamente popular con formas estéticas que hemos advertido (y que Hugo Gutiérrez Vega se atrevió a centrar en las formas de lenguaje de la cultura rural jalisciense[8]). La fuerza expresiva de Pedro Páramo se resuelve en su figuración popular. El sentido de considerar lo rural en esta novela es subrayar una poética tragicómica de la vida del campo.

Con esto que he expuesto, es hora de releer Pedro Páramo con la conciencia de que su contexto se arraiga en una nación reconfigurada intrahistóricamente por su mundo campirano. Es justo eso: Pedro Páramo nos revela una parte inocultable del México profundo.[9] Tal es el alcance de la obra de Rulfo.

 

 

 

[1] Lefebvre, H. De lo rural a lo urbano, Ediciones Península, Barcelona, 1971, p. 31.

[2] Aguilar-Álvarez Bay, T. “Formas de la distancia en Pedro Páramo” en Pedro Páramo. Diálogos en contrapunto (1955-2005), Jiménez de Báez, Y., Gutiérrez de Velasco, L. (editoras), El Colegio de México, México, 2008, p. 81.

[3] Cf. Buela, A., Pensamiento de ruptura, Theoría, Buenos Aires, 2008, p. 41.

[4] Aurora Pimentel, L. “Paraíso perdido: Pedro Páramo y los espacios de añoranza” en Jiménez de Báez, Y., Gutiérrez de Velasco, L. (editoras), op. cit., p. 52.

[5] Cf. Heidegger, M., Arte y poesía, trad. de Samuel Ramos, FCE, México, 1958, pp. 138-148.

[6] Me refiero a: Moreno Romo, J. C., Filosofía del arrabal, Fontamara/UAQ, México, 2015, pp. 13-30.

[7] Maestro, J. G., Contra las musas de la ira. El materialismo filosófico como teoría de la literatura, Pentalfa, Oviedo, 2014, p. 359.

[8] Véase su conferencia: “Sombras y palabras en Juan Rulfo”: https://www.youtube.com/watch?v=OzfDjd-fGI.

[9] La expresión es de Bonfil Batalla. Reléase su México profundo, CIESAS/SEP, México, 1987, pp.73-96.