Hasta que llegado un momento,
la almorrana ya era más grande que el hombre.
Etgar Keret
En el cuento Hemorroide de Etgar Keret (2015) que aparece en la compilación de cuentos De repente un toquido en la puerta, uno no pude dejar de preguntarse acerca del significado que tal relato puede tener en la vida actual.
Es decir, que muchas veces una enfermedad, una alteración, una patología física o mental se hace tan grande o tan importante que rebasa a la persona. En el cuento por ejemplo, una almorrana crece a tal grado que incluso se convierte en el director de la empresa.
Lo que además se dice en el relato es acerca del tránsito en la persona, que consiste en pasar del sufrimiento por una almorrana, al de una almorrana que sufre por un hombrecito pequeño que trae debajo; lo leemos a continuación:
Y a veces cuando la almorrana se sentaba en la silla de la sala de reuniones, el hombre que tenía debajo le molestaba un poco (Keret, 2015: 175).
Estamos hablando de cómo algunas personas pasan de sufrir un síntoma, a vivir en el mismo síntoma perdiendo su carácter humano, para volverse otra cosa, en este caso, convertirse en la propia enfermedad.
Dejan de ser personas, para en su defecto, representarse como la misma enfermedad, un síntoma que no puede ser entendido y por lo tanto, resulta preferible actuarse en la misma enfermedad.
En otras palabras, la persona deja de identificarse en tanto humano, para identificarse en su lugar con la misma enfermedad; hasta el nombre parece perderse para nombrarse en función de la tos, la tosienta; gripa, la gripienta; alergía, la alérgica; hiperactividad, el hiperactivo.
Llaman la atención los datos que arroja el INEGI (2014), acerca de la cantidad de muertes relacionadas con enfermedades, donde en primer lugar aparecen las que tienen que ver con el corazón.
En segundo lugar se ubica a la diabetes mellitus, la cual por cierto como señalábamos, antecede a la persona a tal grado que muchas personas que la padecen, se presentan a partir de su enfermedad, soy diabético, dicen.
Uno de los problemas que podemos detectar aquí está en función del manejo que se hace acerca de las enfermedades, donde se deja escuchar la preeminencia de un discurso en torno a lo patológico.
Cuando la persona manifiesta su inclinación a la enfermedad –creo que me voy a enfermar, como que me quiero enfermar-, no hace otra cosa más que anticipar un estado patológico en el que se encuentra posicionado.
Y es acerca de lo anterior de lo que se trata este problema, el lugar lo es todo, la posición es la que determina al sujeto. Desde donde se vive la persona, en la posición desde donde se mira a sí mismo, la posición o lugar desde donde se habla, donde se refiere a sí.
Como en el relato de Keret, el protagonista cambia su lugar humano al de una monstruosidad, la enfermedad, esa es su posición, hablar no como una persona enferma, eso se abandona, sino que habla en la experiencia misma de la enfermedad.
Se habla en términos de enfermedad, se previene en función del miedo a la enfermedad, se vive pues, en relación a lo que representa la enfermedad, que en la sociedad actual, parece ser total.
Entonces se tienen vidas menos arriesgadas, menos aventuradas al infinito de la existencia, mucho menos comprometidas con la vida, al fin y al cabo ha de entenderse, la vida es un martirio, un sufrimiento.
Y si la vida es como nos dijeron, un sufrimiento, un mar de lágrimas, una cruz, por supuesto que hacerse uno con la enfermedad, o vivirse como la misma enfermedad, resultará congruente para muchos.
Lo que no se dice sobre la enfermedad es que si así se mira, no es otra cosa más que un estado transitivo, será por un tiempo, incluso algo dice la enfermedad, para algo está ahí; decir o expresar lo que la persona calla, dirán algunos.
Una forma viable de escuchar a la enfermedad sería a través del cuestionamiento, donde cobra sentido la pregunta ¿para qué me sirve esta enfermedad? La respuesta la podrá ofrecer o construir cada quien, desde su existencia.
Donde muchas veces resulta interesante que se acepte que efectivamente la enfermedad está ahí en la persona para algo específico, algo se pierde, pero también algo se gana en ese estado, desde esa posición.
Freud (Estudios sobre la histeria, 1895) dirá que ante el síntoma existe una ganancia secundaria, una suerte de beneficio de la cual la persona no puede o no quiere dar cuenta, pero que sin embargo, lo obtiene.
En el relato de Keret al que nos hemos estado refiriendo, hay un momento en que se nota claramente el beneficio que pude contener una enfermedad, en esta caso una almorrana.
Y la almorrana, como almorrana que era, le daba unos consejos del culo. Le aconsejaba despedir a éste o al otro, no ceder, enojarse y quejarse. Y la verdad es que funcionaba, porque el hombre cada día cosechaba más y más éxitos (Keret: 175).
Y pos supuesto que se cosechan éxitos o beneficios con la manutención de una u otra enfermedad.
De nuevo esto significa que ante los beneficios de la enfermedad, la existencia de la persona en los términos que establece el estado de morbidez, se presenta una especie de suplantación subjetiva donde el sujeto deja algo de su humanidad, en tanto dignidad y respeto por la vida, para colocarse como decíamos, en la posición donde se es la enfermedad, se vive como determina la enfermedad.
En el relato de Keret lo vemos mostrado de la siguiente manera, que aunque chusca, no deja de invitarnos a la confrontación: Y así, antes de tomar cualquier decisión importante, el hombre escuchaba a su almorrana, al igual que otros escuchan a su conciencia (p. 175).
En efecto, muchas veces encontramos personas que escuchan sólo lo que les dice la enfermedad: no salgas, no camines con los pies descalzos, te puedes enfermar, cúbrete, cuídate del aire, del sol, de la gente, no hagas esto, no hagas aquello.
Lo interesante es que, esas mismas personas, entre más se cuidan, entre más quieren prevenir la enfermedad, es más, cuando creen que se han alejado de los riesgos de contraer cualquier patología, resulta que están más enfermas que quienes dicen no cuidarse.