El valor democrático y los ciudadanos

El individuo se ha vuelto el rey, y el cumplimiento del placer personal está a solo un click. Nuevas personalidades nos invaden: apáticas, indiferentes, desertoras y amantes de las seducciones momentáneas, son aquellos que sustituyen a las convicciones sociales por el goce instantáneo. Estamos ante un estallido de lo social con la consecuente disolución de lo político. La democracia parece un sistema efímero, nos da la sensación que ante cualquier problema se nos cae de las manos.

Siempre hemos pensado en el la democracia como el sistema que va a resolver todos los problemas de un país. Creemos que nos traerá libertad, abundancia, que será una generadora de paz y del bien común, el santo grial para un país lleno de necesidades. Pero el pasado cuestiona muy firmemente esas afirmaciones, la democracia no contiene la fórmula mágica para la solución a los problemas que aquejan a una comunidad. La democracia tiene desperfectos, o en palabras de Tomáš Garrigue Masaryk que dice: “La democracia tiene sus defectos, porque la gente tiene sus defectos”. Si queremos resolver las dificultades de este sistema, si es que queremos realmente una transformación, lo primero que tendríamos que cuestionar, es a aquellos que lo conforman, que somos nosotros.

El individualismo en sus fondos tiene sus dogmas, no es una completa libertad. Ya que estamos atados a nuestros sistemas de pensamientos, estamos anclados a nuestra cultura y pensamiento, que es primera base lo que conforma al individuo. Entonces si no empezamos realmente con una crítica hacia nuestro sistema y modo de vida, hasta que no haya una deconstrucción de lo propio, hasta ese momento la democracia ni la política no tiene sentido. Si no  lo hacemos de esa manera siempre vamos a terminar contradiciéndonos.

Porque como la ética, el amor y la política, el sentido se le da al pensar en el otro, hacer política para uno mismo, para los mismos y para los propios no es hacer política, es hacer negocio, es hacernos una beneficencia.

El problema con las democracias occidentales, es que siempre pensamos en la expansión de lo propio; mi idea, mi pensamiento, mi bienestar, mi yo. El otro nunca tiene espacio en mi democracia; si nunca me falta agua, no puedo pensar que existe un problema en el suministro del agua, si yo tengo electricidad, ni siquiera creo que exista un desabasto eléctrico. Al día de hoy así es como funciona mi democracia. Nos hacemos tan esclavos de nuestras propias ideas,  que terminamos dogmatizados de que tenemos la “verdad”.

Debemos comprometernos como ciudadanos. Que el fin de nuestra democracia no sea encontrar a un mesías que nos resuelva los problemas, si no ser un pueblo crítico, que siempre se cuestione y  que cuestione a su entorno.

Si nunca nos comprometemos en la política, la política nunca se va a preocupar por nosotros. La desvinculación del pueblo respecto del sistema político es otro indicador de que éste es poco democrático y está fracasando. La política afecta a todo el mundo y cuando la gente empieza a desentenderse es porque empieza a perder la fe en un sistema que no le resuelve sus problemas. Esto genera que la gran mayoría de la población tenga una actitud beligerante contra todo concepto democrático, por lo cual nuestro castigo “mental” contra la democracia es no votar, pensamos que no generara ningún cambio acudir a marcar nuestras boletas.

Todos pensamos que tenemos derechos a la ciudadanía, pero nadie quiere ser ciudadano para el otro. Debemos empezar a crear una democracia para el “otro”, ¿cómo hacerlo? La verdad no te puedo dar una conclusión definitiva, pero en la respuesta se encuentra nuestro futuro.