El unicornio (Javier Tomeo)

Javier Tomeo lo arriesga todo en una novela que solo Javier Tomeo podía escribir. Apoyándose en una prosa a las finas hierbas, consigue lo imposible con unos personajes irreales que devendrán reales ―realmente reales― en un teatro-cárcel que duele como la vida.

«Pausa. El Duque mueve la cabeza de izquierda a derecha, arroja el cigarrillo encendido por la ventana y se cruza de brazos, como esperando que abajo, en el jardín, salte la primera llama del incendio que habrá de consumirlo todo».

Los coches se golpean en las esquinas, nos dice el narrador nada más empezar, y me quedo pensando en esta frase que es también un microrrelato multicolor.

«(Allá, en el cuarto, el hombre observa a la mujer fijamente, como si estuviese ya a punto de tomar una decisión. “Sin pestañas estás mucho mejor”, dice)».

Nos cuenta Javier Tomeo la historia de siempre, la única historia que merece ser contada, pero nos la cuenta, y el pero no es opcional, como nadie nos la había contado.

«Pausa. Pedrito H. observa que el Clérigo, por debajo de los toscos sayales, calza unos relucientes zapatos de charol».

El unicornio es un libro para sibaritas, el estilo de Tomeo debe ser paladeado, corre peligro este delicioso guiso tomeano en unos tiempos donde lo búrguer es tendencia.

«(“Lo que quise decirte”, repite el hombre, “es que me gustaría que te pusieses el camisón”. La mujer se aparta ligeramente y se lleva las manos a las caderas. “Me duelen los riñones”, suspira)».

Sorprende el talento de Tomeo, que es capaz de contarte una historia dentro de otra historia que es la misma historia o quizá no, y en ese quizá hay otra historia que bien podría ser la misma historia o quizá no.

«Pausa. Una de las dos enanas, precisamente la que está sentada junto al pasillo ―el acomodador dispuso que se colocasen en la primera fila―, se suena con fuerza, y el Clérigo, a despecho de la solemnidad del momento, vuelve durante un instante la mirada al patio de butacas, sorprendido tal vez por la nostálgica trompetilla». 

Y la fluidez. Y la precisión, las palabras exactas en el sitio exacto formando párrafos exactos. Y la ironía, tan sutil. Y los giros, todos ellos imprevisiblemente previsibles. Y la voz, inextinguible.

«(“¿Crees que valía la pena preocuparse por una chica que ni siquiera tenía los ojos iguales?”. La mujer ha puesto en la pregunta una ternura que creía perdida para siempre)».

No hay poética como la de Javier Tomeo, descuella su contar en el mundillo literario contemporáneo, tan romo, tan insípido, ¿quedarán paladares capaces de degustar lo exquisito?

«Pausa. Resulta patético contemplar ahora a las dos enanas, aturdidas y temerosas a un tiempo, levantándose ligeramente la falda y tratando de seducir al Duque con la primorosa puntilla de sus enaguas».

Vuelve a la vida Tomeo a través de su obra mientras los coches siguen golpeándose en las esquinas.