El transeúnte bíblico

El transeúnte bíblico puede ser femenino, masculino o intersexual, toda persona es susceptible de adoptar esta personalidad arrolladora que tan de moda está en nuestros días.

El transeúnte bíblico es aquel que va caminando con la vista al frente, impertérrito, sin mostrar ningún interés por cuanto le rodea, convencido de que es el centro del universo.  

El transeúnte bíblico tiene ―sin embargo― una debilidad que le humaniza o le demoniza: si ve a alguien fregando, ha de pasar por en medio como Moisés pasó por el mar Rojo.

El transeúnte bíblico suele lanzarse hacia el fregador ―tanto si es hombre como si es mujer― pensando que este se apartará de la misma forma que lo hizo aquel mar sumiso.

El transeúnte bíblico respinga cuando el fregador le corta el paso con su cuerpo o con su fregona, y trata de driblar al insolente friegasuelos con una finta o con un salto o con un amago.

El transeúnte bíblico suele salir victorioso, la práctica hace al maestro y nuestro olímpico amigo entrena sin descanso, con intensidad, es en verdad un profesional aunque no cobre.

El transeúnte bíblico, cuando va acompañado, tratará de arrastrar a su tropa hacia el objetivo, y sonreirá satisfecho si lo consigue, no todos los días se le presenta la ocasión de colgarse una medalla.

El transeúnte bíblico es pertinaz, no se rinde, si no puede pasar ahora, lo intentará un poco más tarde, sabe que el friegasuelos es falible, no va a estar todo el rato custodiando la entrada. 

El transeúnte bíblico no muestra interés por un suelo seco, solo le interesa lo recién fregado, si vuelve y se ha secado, buscará otro objetivo, lo que él persigue es la sumisión de su mar Rojo particular.

El transeúnte bíblico es un experto pisador, en unos segundos es capaz de pisar todo lo pisable siempre que esté recién fregado, y muchas veces sale del local sin saber dónde ha entrado.

El transeúnte bíblico es un adicto, sufre si nadie friega a su paso, el síndrome de abstinencia puede llegar a ser espantoso, y, en su afán por aliviarlo, es capaz de todo, como un niño perverso.

El transeúnte bíblico podría ―por ejemplo― comprar un helado o un pastel para poder pringar a conciencia los cristales de los comercios más atractivos, a falta de suelos, buenos son (los) cristales.

El transeúnte bíblico tiembla cuando me ve, el otro día le arreé con la fregona y tuvo que salir pitando, que ya cogía el cubo para refrescarle, y cómo corría, el cabrito, ¡tun-tun! / ¿quién es? / un pisasuelos descortés / ¡cierra la muralla!