El suicidio en adolescentes y la implosión social II

Vamos ahora a profundizar en la noción de implosión o rompimiento del sujeto hacía adentro, con el propósito de culminar algunas ideas a manera de propuesta ante la problemática del incremento de suicidios en adolescentes.

Uno de los puntos a destacar en el problema de los suicidios es el miedo en los adultos para abordar el cuestionamiento de la muerte que escuchan o intuyen en sus hijos.

Diremos frente a lo anterior, que en el trabajo psicoanalítico con adolecentes, resulta interesante escucharles expresar sus preocupaciones en torno a la muerte, a veces a manera de pregunta, otras a manera de deseo, de cierta inclinación hacía todo aquello mórbido.

Sabemos incluso, que ante la negativa de los padres para hablar del tema, muchas veces disfrazada de supuesta apertura o amistosidad, ellos prefieren adherirse a grupos virtuales donde sí experimentan esa libertad para sentirse contenidos.

Posiblemente, cuando la presión que genera el cuestionamiento a la muerte, no tiene una salida adecuada, o resulta insuficiente, se presenta por tanto, el fantasma del no-deseo, que en algún momento del nacimiento fue producido.

Aquí repasaremos brevemente el no-deseo del nacimiento, tema por demás difícil, pero como ya se puede ver en nuestro discurso, es mejor hablar de ello a dejarlo ahí, en el olvido produciendo más fantasmas.

De acuerdo a Francoise Dolto (La causa de los adolescentes, 1988), el no-deseo en el sujeto, se trata de la ausencia de una persona que tuviera una mirada de alegría al verle nacer…eso, está inscrito en el ombligo de su alma.

Por lo tanto, cuando ese fantasma es convocado de nuevo en la adolescencia, ante la arremetida de cambios y hasta metamorfosis propias de la edad, el sujeto revive la experiencia, si es que no se la ha dicho nada al respecto de cómo sucedió su nacimiento.

Es un tema espinoso, puesto que ningún padre o madre puede admitir de buena gana que en algún momento existió un no-deseo hacía su hijo.

Y es precisamente esa experiencia, ese vago recuerdo en el alma el que el adolescente suicida está confrontando a través de su paso al acto, de la actitud violenta frente así, que como podemos entender, es frente al Otro, al que le dio la vida sin dársela en el deseo.

En suma, la implosión, el rompimiento en sí es a razón de la fuerza que provoca una imagen rota desde el inicio, que ahora se vuelve insoportable. El no-deseo se vuelve contra sí en un deseo de matarse en efecto.

Lo que pudo simbolizarse, ponerse en palabras, se representa en lo real, en un real deseo de matarse ante el sentimiento de vacío.

En ese sentido, no es extraño escuchar a madres o padres de familia que se ven sorprendidos ante lo que les refleja su hijo o hija, pues muchas veces se trata de la misma edad en la que en su juventud dejó algo sin resolver.

De ahí que resulta apremiante, el escuchar con honestidad y total atención al adolescente, pues en esa escucha de los problemas que está sufriendo, muchas veces el adulto se encuentra a sí mismo.

Algo de lo propio en el adulto vendrá a representarse en su hijo; es algo que el psicoanálisis ha podido evidenciar con muchos casos y autores (V.a. Mannoni, M. El niño, su enfermedad y los otros, 1966, y Cordié, A. Los retrasados no existen, 2003).

En suma, si lo que provoca una implosión es un efecto de la presión interna en el cuerpo, ¿por qué no pensar en crear válvulas que permitan el escape de esa presión?

Si lo que rompe al sujeto es no poder hablar de sus miedos y fantasmas, ¿por qué no crear espacios para que los exprese? Por supuesto, que en este sentido el campo de lo educativo y del arte tendrán mucho que aportar.

Además si como decíamos en la primera entrega de esta comunicación, el rompimiento, el efecto de implosión en el adolescente viene por ese alejamiento de otros, habrá que pensar mejor qué les ofrecemos en relación a las tecnologías y el tiempo que pasan ellos inmersos en sus pantallas.

Lo que escuchamos en el trabajo con ellos es que buscan afuera lo que no encuentran en sus casas, cosa por demás común. Pero lo realmente preocupante es cuando manifiestan ante ese sentimiento de vacío, el deseo de sumergirse en profundidades oscuras.

Nos referimos a los sitios web donde ellos además de encontrar algo que pretende responder su cuestión ante la muerte, también pueden llegar a capturarlos en su imagen ya de por sí rota.

Es decir, que si no tenemos algo mejor que ofrecerles, está más que comprobado que lo buscarán en las redes sociales que les permiten hablar de lo que les venga en gana.

La diferencia estriba en que en una familia, el amor contiene, el amor produce al sujeto, mientras que en esas páginas web o redes sociales, el sujeto desaparece, inclusive esos sitios les aportan ideas estratégicas a sus deseos de muerte.

Como sugiere Francoise Dolto (Idem), valdría más que los padres expusieran sus deseos de muerte –los cuales no tienen porque cumplirse-, que mantener una apariencia de hacer el bien, que ahora sabemos, empuja al suicidio.

Hablemos de maneras que eviten la implosión, la presión que destruye por dentro, tal vez expresando en mayor medida lo que realmente deseamos y que ocultamos supuestamente para vivir mejor.