El síndrome del espejo

En alguna ocasión, caminando por la calle Juárez de Guadalajara, me detuve a mirar un aparador que se encuentra en el Ex convento del Carmen y que da hacia la calle. Este espacio está cubierto por un vidrio, en el que cada cierto tiempo colocan alguna muestra de arte distinta. La finalidad de este espacio es promover el arte fugaz para las personas que van pasando y puedan detenerse a mirar, si es de su interés, lo que se esté mostrando. En la ocasión de la que les hablo, estaba expuesta una máquina de impresión en 3D, acompañada de un vídeo en el que se explicaba su funcionamiento. Esto llamó mi atención e hizo que me detuviera. Acto seguido, varias personas comenzaron a detenerse a mirar el mismo artefacto que yo miraba. Ante esto, mi admiración se volcó a las personas ahora reunidas a mí alrededor, y no al artefacto en sí. Pensé que el hombre es un imitador por naturaleza, ya sea por adaptación o mera intuición.

Cuando tuve esta reflexión recordé una plática que tuve con mi hermana Elena, quien es psicóloga, en la cual me explicaba sobre el conductismo (1910 – 1920) como un foco en el que convergen diversas vertientes de la psicología experimental, y a su vez, diversos autores. Así que decidí justificar este suceso con la teoría.

Sobre este fenómeno de imitación, habrá que hablar del psicólogo canadiense, Albert Bandura, quien en su teoría del aprendizaje social (TAS) argumenta que las personas aprendemos nuevas conductas a través del refuerzo o castigo, o a través del aprendizaje observacional de los factores sociales de nuestro entorno. Sobre la imitación plantea que si vemos consecuencias deseables y positivas de la conducta observada será más probable que la imitemos y la adoptemos como modelo.

En la teoría de Bandura se sitúan dos aspectos de aprendizaje: el cognitivo y el conductual. En el primero los factores psicológicos influyen en las conductas de las personas y en el aprendizaje conductual el entorno de las personas causa que otras personas actúen de una manera determinada.

En esta teoría social, Bandura plantea tres requisitos para que las personas aprendamos y moldemos nuestro comportamiento: retención, reproducción y motivación. Es decir que primero recordamos lo que hemos observado, después reproducimos la conducta en cuestión y finalmente buscamos una razón para querer adoptar dicha conducta.

Con esta teoría social es que justifiqué la imitación en cuestión de las personas que estaban a mí alrededor, pero también me sirvió para comprender cuestiones más amplias. Por ejemplo, podemos decir que el acto de corrupción es un comportamiento de imitación. Este acto no es un acto disgregado, sino que parte de otro, que a su vez parte de otro más.

Quizás el primer acercamiento de un individuo a este comportamiento fue ver a su padre (o alguien cercano a él) hacerlo; lo observó, lo reprodujo y por medio de la justificación que fue algo funcional y factible, lo adoptó como una conducta propia que muy probablemente heredará a sus contiguos. Así podemos explicarnos tanto actos de violencia, como de buena fe.

También existen otras teorías conductuales que pueden explicar sucesos de la vida cotidiana y que resultan muy interesantes. Por ejemplo tenemos la teoría de la “desesperanza aprendida” acuñada por el psicólogo estadounidense, Martin Seligman, en la que expone el estado en el que las personas nos sentimos indefensas, pues creemos no tener control sobre nuestra situación y pensamos que cualquier cosa que hagamos será en vano.

Para explicar este fenómeno, Seligman realizó un experimento con dos perros. Colocó a estos en dos jaulas y los expuso a descargas eléctricas. Solo uno de los perros tenía la oportunidad de detener las descargas mediante una palanca.

Las cargas eléctricas eran igual para ambos y cuando uno presionaba la palanca, éstas paraban para ambos. El resultado de esto derivó en que el ánimo del que poseía el control de las descargas era normal, mientras que el segundo permanecía asustado. Ante esto se concluye que cuando se tiene control sobre la realidad hace la situación soportable, mientras que cuando se carece de control, llega la desesperanza pues cualquier acción que se quiera hacer será impotente para cambiar la realidad. Después Seligman le dio el poder al perro desprotegido de poder accionar la palanca para detener las descargas, sin embargo éste ya no actuaba, pues su desesperanza aprendida era ya irreversible.

Esto corresponde a la situación de hartazgo en la que nos encontramos ante tantos actos violentos, de corruptela y de falsos mandatos.

Así pensamos que por más que salgamos a la calle a pedir justicia, la situación actual sigue empeorando, pues el control se encuentra en las altas esferas del sistema, ajenas a nosotros. Diremos, pues, que somos la metáfora del perro enjaulado en el que aunque a veces tengamos un cierto control de cambiar las cosas, no haremos nada, pues ya es parte de una desesperanza aprendida.