El Precio

El Precio
Neil Gaiman

Traducción inglés-español por Diana Morales Morales.

Las prostitutas y vagabundos dejan marcas en las casas que informan a otros de su especie sobre las familias que habitan ahí. Yo creo que los gatos hacen algo parecido; ¿qué otra cosa explicaría que siguieran apareciendo afuera de nuestras casas hambrientos, llenos de piojos y abandonados?

A algunos los adoptamos y se quedan con nosotros por días, meses, años o para siempre. La población felina de mi casa es la siguiente: Hermaione y Pod, las hermanas locas que no socializan, Copo de Nieve, a quien encontré cuando todavía era una gatita y estaba medio muerta, y su hija Pelusa.

Y luego está el gato negro. Quien no tiene otro nombre que Gato Negro y que apareció apenas hace un mes. Al principio no pensamos que iba a terminar viviendo aquí; se veía muy bien alimentado como para estar perdido y demasiado viejo para estar abandonado. Parecía una pantera pequeña y se movía como un parche de oscuridad.

Después de la llegada de Gato Negro yo me tuve que ir unos días para terminar de escribir un libro y cuando regresé parecía que no se había movido de la entrada. Sin embargo, estaba casi irreconocible; le faltaban pedazos de piel y tenía heridas profundas. La punta de una oreja estaba arrancada, tenía una cortada debajo de un ojo y estaba cansado y herido.

Llevamos a Gato Negro al veterinario, le compramos antibióticos que le dábamos todas las noches junto con comida de gato que fuera suave. Nos preguntábamos con qué se peleaba. ¿Con Copo de Nieve? ¿Mapaches? Cada noche sus heridas empeoraban; o aparecía con el costado todo masticado, o con arañazos que le dejaban sensible y ensangrentada la piel de la barriga.

Cuando llegó a ese punto lo tuve que llevar al sótano a dejar que se recuperara. Estaba más pesado de lo que parecía pero lo cargué y lo llevé abajo. Tuve que limpiar la sangre de mis manos cuando salí de ahí.

Hice que se quedara ahí durante cuatro días. Al principio se veía muy débil como para alimentarse por sí solo; una cortada cerca del ojo por poco lo deja sin él, cojeaba y se balanceaba, y un líquido amarillento le salía de una herida que tenía en el labio. Yo bajaba a verlo día y noche para alimentarlo y darle sus antibióticos.

Los cuatro días que Gato Negro se quedó en el sótano fueron cuatro días terribles para mi familia. El bebé se resbaló en la tina y se golpeó la cabeza, por poco se ahoga; yo me enteré que me habían cancelado un proyecto muy importante para la BBC, mi hija mayor, que estaba en un campamento de verano, nos mandaba alrededor de seis cartas diarias suplicándonos que la regresáramos a casa, y mi esposa había chocado con un venado dejando el coche completamente inservible y a ella con una herida en la frente.

Durante el cuarto día, el gato estaba ansioso y caminaba impacientemente entre cajas y periódicos viejos. Me maullaba para que lo dejara salir y, reacio, lo dejé. Regresó a la entrada y durmió ahí el resto del día.

Al día siguiente el gato amaneció con nuevas heridas en los costados y parte de su pelo cubría el piso. Ese día llegaron nuevas cartas de mi hija diciendo que el campamento estaba mejorando y que quizá podría aguantar unos días más, había salido a la luz que el ejecutivo de la BBC que había cancelado mi proyecto había estado aceptando sobornos (bueno, “préstamos dudosos”) de parte de una productora independiente y lo habían despedido; y que la persona que lo sucedería era la mujer que inicialmente me había propuesto la idea antes de dejar la BBC.

Consideré regresar a Gato Negro al sótano, pero me detuve. En lugar de eso me decidí a descubrir qué clase de animal era el que lo estaba atacando noche tras noche y formular un plan de acción, atraparlo quizá. Pensé que tal vez si la criatura, el perro o gato o mapache o lo que fuera me viera sentado en la entrada no se acercaría. Entonces tomé una silla y, mientras los demás dormían, salí y le di las buenas noches a Gato Negro.

Ese gato, había dicho mi esposa cuando tenía poco de haber llegado, es una persona. Y ciertamente había una cualidad muy humana en su cara leonina, su nariz ancha, sus ojos amarillentos y su boca con colmillos.

Puse mi silla adentro de la casa y me senté armado con un par de binoculares para ver en la oscuridad. Y así pasó el tiempo en la penumbra. Mientras ensayaba cómo ver en la oscuridad con los binoculares, cómo enfocar, acostumbrarme a ver en tonos de verde. Y el tiempo seguía pasando. Me costó trabajo mantenerme despierto, me encontré extrañando los cigarros y el café, mis dos antiguos vicios. Cualquiera de los dos me habría mantenido despierto. Pero antes que terminara por ganarme el sueño, un alarido que venía de afuera me regresó a la realidad a la mala. De un brinco agarré los binoculares para ver que solamente era Copo de Nieve. Se alejó hacia una parte de jardín a un lado de la casa y desapareció en la oscuridad.

Estaba a punto de volverme a acomodar cuando me entró curiosidad por ver qué había espantado tanto a Copo, entonces agarré los binoculares y miré a la distancia. Sin duda había algo que se estaba acercando por el camino que llevaba a la entrada del garaje. Lo podía ver a través de los binoculares tan claro como el agua.

Era el Diablo.

Nunca había visto al Diablo antes y, aunque ya había escrito sobre él antes, si mucho me apuran hasta podría decir que no creía en su existencia, a menos que fuera como una figura imaginaria, trágica y Miltoniana. La silueta que se estaba acercando no tenía nada que ver con el Lucifer de Milton. Era el Diablo.

Mi corazón latía de una manera dolorosa. Esperaba que no me pudiera ver, que, dentro de una casa oscura, detrás de una ventana de vidrio, estuviera lo suficientemente escondido.

Su figura oscilaba y se transformaba mientras caminaba por la entrada. Un momento era oscura y pesada, casi como la de un toro o minotauro, al siguiente era delgada y femenina, y luego era un simple gato callejero, un gato gris con cicatrices y la cara trastornada y deformada por un odio difícil de descifrar.

El Diablo caminó y se detuvo en seco al pie de la escalera que lleva a la entrada de la casa, después dijo algo que no pude entender, tres o tal vez cuatro palabras en un idioma que sonaba como muy parecido a un lamento o un aullido, seguramente un lenguaje ya olvidado cuando Babilonia todavía tenía pocos años. Y aunque no entendía nada sentía claramente cómo se me erizaba el cabello de la nuca.

Luego me di cuenta que una figura oscura bajaba los escalones alejándose de la casa hacia el Diablo. Estos días Gato Negro ya no se movía como una pantera, ahora se tambaleaba como si fuera un marinero recién llegado a tierra firme. 

El Diablo era una mujer, ahora. Le decía algo reconfortante al gato esta vez en un idioma que sonaba parecido al francés mientras estiraba una mano hacia él. El gato le mordió el brazo y ella le escupió con coraje. En ese momento la mujer levantó la mirada hacía mí, y como para que no me hubiera duda de que se trataba del Diablo, sus ojos empezaron a echar llamas, las vi como manchas verdes que danzaban a través de los binoculares. Y el Diablo me vio a través de la ventana. Me vio. No me queda duda de eso.

El Diablo empezó a sacudirse y retorcerse hasta tomar la forma de un chacal, algo como la cruza entre una hiena y un dingo y así subió las escaleras. Bajé mis binoculares del susto cuando lo escuché rugir pero sin ellos no podía ver; cuando los volví a subir ya no había nada, sólo estaba Gato Negro viendo hacia el cielo a algo que se alejaba volando, un águila o un buitre, quizá y luego…nada.

Salí y tomé a Gato Negro en mis brazos y lo acaricié hasta que se durmiera, lo puse en su cesta y luego me dormí. A la mañana siguiente vi que había sangre en mi playera y jeans.

Eso fue hace una semana.

La cosa que visita mi casa no viene todas las noches, pero sí muy seguido; lo sabemos por las heridas que siguen apareciendo en el cuerpo del gato y el dolor reflejado en sus ojos. Ya no puede usar su pata izquierda y su ojo derecho se ha cerrado por completo.

Me pregunto qué hicimos para merecer a Gato Negro. Me pregunto quién lo envió. Y, lleno de angustia y egoísmo, me pregunto qué más tiene que ofrecer.   

Neil Gaiman empezó su carrera en Inglaterra como periodista. Sus primeros dos libros fueron biografías, el primero de Duran Duran que le tomó tres meses escribir. Gaiman dice de su primera etapa profesional: “Era demasiado agarrando una voz que ya existía para parodiarla”. A Neil Gaiman se le acredita el haber sido el creador de los cómics modernos, así como el ser un autor cuyo trabajo captura audiencias de todo tipo. El Diccionario de Biografía Literaria lo nombra como uno de los diez primeros escritores post modernistas aún vivos.

 

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