Conocí al señor Licona a los 10 años, en esa época en que todos los adultos se ven iguales. Era el director del coro infantil de la iglesia. Yo sólo sabía que tenía ganas de cantar; y si ya tenía que ir obligatoriamente a misa los domingos a las 10 de la mañana, pues bien iba a practicar algo que me gustaba mucho hacer. En ese entonces, la iglesia se sentía como una extensión de la escuela, un estirón muy cansado de la rutina escolar. Sábados de catecismo y domingos de misa, agotamiento y sueño a pesar de la devoción construida desde la infancia temprana.
En esas idas y venidas, mi mamá preguntó -por mí- sobre cómo unirme al coro, y le respondieron que le preguntara al señor Licona, quien dijo que claro, que me uniera, que los ensayos eran los miércoles a las cuatro de la tarde y los domingos llegar media hora antes.
Desde entonces, y con una breve pausa de poco más de un año en que ya no hubo coro infantil y me invitara al coro de adultos, que también dirigía (dirige), conviví semanalmente con él y su esposa Lolita, catequista y también miembro del coro de la parroquia Divina Providencia, en la calle 12 de la colonia Libertad. Ahora no me lo imagino en otro espacio que no sea la “Liber”, pero lo cierto es que hay todo un mundo detrás.
Alberto Licona Castellón es de los tijuanenses adoptados por esta tierra fronteriza. Nació un 15 de noviembre en Agua Blanca, Hidalgo, para mudarse durante la adolescencia al entonces Distrito Federal, y culminar finalmente en Tijuana durante su joven adultez. Mientras que en mis años formativos, para mí era simplemente una persona muy alta, con habilidades musicales y devoción por la iglesia, lo que no sabía es que en realidad el señor Licona fue una estrella musical con su trío Los Tres Latinos, una sensación especialmente en California y Arizona, pero un día se cansó de esa vertiente bohemia y se quedó finalmente establecido en nuestra Tijuana.
Los elementos policiacos tienen una gran fama en nuestro país. Una fama bastante negativa, a decir verdad. Entonces, el razonar a los 14 años que el señor Licona era policía, me generaba una gran paradoja al pensarlo en esos escenarios con tales connotaciones, mientras nuestros espacios de convivencia eran los salones de la iglesia y la misa de 12. Y una vez más, vine a conocer detalles que sólo me hicieron maravillarme.
Fanático de Pedro Infante, una vez que definió su estancia permanente en la frontera, se decidió a ingresar a la policía netamente por su amor a las motos y las emociones fuertes, desconociendo que eso lo llevaría a más de 50 años de servicio en distintas instancias gubernamentales y una labor gigantesca que continúa en la actualidad.
Hoy inmortalizado en la escultura realizada por el “Memorial del Policía”, durante sus años policiacos transitó entre el Estado y Municipio con una determinación a cumplir con su deber y compromiso con la ciudadanía, con sus pares y con Dios, pues incluso fue fundador de Los Tenientes de Tijuana, rondalla de compañeros policías con gusto por el canto, quienes hasta la fecha continúan participando en eventos y misas a las cuales son invitados. Fue en una de esas ocasiones que Don Licona recuerda la sorpresa del arzobispo Berlier, quien compartió con los feligreses el milagro vivido, ¿pues dónde más se había visto a unos policías cantar una misa a Dios?
De la misma manera, remite su primer encuentro con la madre Antonia, aquella monja que vivió con los presos mexicanos, cuando en medio del motín que hubo una vez en la penintenciaría de Tijuana, ella se sitúo con los brazos abiertos, pidiendo que cesaran al fuego (y los presos le hicieron caso); y una amistad entre ambos, fundamentada en la devoción a Dios y en apoyar a las familias de sus compañeros policías cuando estos parten a la otra vida.
Aún ahora, ya jubilado, continúa a la cabeza de la fundación Brazos Abiertos de Tijuana, donde brindan acompañamiento y apoyo a éstas cuando sus seres queridos ya no están, pues la mayoría de las veces no reciben nada de parte de la institución.
He tenido el honor y privilegio de platicar con el señor Licona en su casa, en la colonia Libertad, recordando todos los pequeños detalles que lo han formado y llevado hasta la actualidad, y claro que me recalca que su recorrido ha sido difícil, pues se requiere vocación, perseverancia y mucha fe ante las situaciones que se han presentado, sobre todo en lo laboral. Pero también me queda claro que estos 81 años los ha vivido en plenitud, con mucha emoción y repleto de personas que lo aman y respetan por todo lo que es: un ser de luz, una persona genuina, digna, que verdaderamente da sin esperar nada a cambio, y que siempre alzará la voz y procurará hacer del mundo un lugar más justo.
¡Feliz cumpleaños, señor Licona!