El Padre como exceso en _A Sun_ de Chung Mong-hong

Sea el Estado, el padre perdido del Viejo Testamento, el sublime más allá de cualquier ideología o ese mecanismo ambiguo que cierta psicología llama figura paterna, el padre es principal y cabalmente un exceso. De entre los muchos ejemplos de esto presentes en el arte occidental, quisiera enfocarme esta vez en una película taiwanesa. 

A Sun, propuesta del director Chung Monh-hong, es un metraje crudo y directo, pero no por ello exento de un subsuelo en donde se debate la dimensión humana del deseo. Como espectadores asistimos a la vida de una familia taiwanesa de cuatro miembros: el padre A-Wen, su hijo mayor A-Hao, su hijo menor A-Ho y su esposa Qin.

La película, que si bien posee como protagonista al hijo menor A-Ho, tiene en la figura del padre a quien, desde su padecimiento interior, tensa los hilos de toda la trama: tanto A-Ho como su hermano mayor (A-Hao) padecen el exceso paterno y sus respuestas a esta presión es el drama que nosotros, como espectadores, presenciamos.

El tema es de sobra conocido: las expectativas paternas, el favoritismo velado o cínico de un padre para con un determinado hijo y la larga retahíla de consecuencias.

Lo que realmente me tocó de la película fue su equilibrio, digamos, donde la angustia y la reflexión se amparan, primero en un momento culmen a la mitad del filme aproximadamente y, luego, hacia el final de la misma. El último mensaje del hermano mayor del protagonista, tensa esta primera parte: “Todos lograron encontrar rincones oscuros con sombra, pero yo no pude. No tenía tanques de agua, ni donde esconderme, sólo la luz del sol las 24 horas, ininterrumpidamente, radiante y cálida, iluminándolo todo”, escribe un desesperado A-Hao a la chica con la que compartió sus últimos momentos de tormenta interna. A-Hao, visiblemente afectado por la sentencia dictada a su hermano por cometer un crimen, comienza un lento descenso hacia el suicidio a medio camino entre la culpa y el recelo.

Lo interesante es la economía de recursos por parte de la película. En esta primera mitad, que, repito, queda cerrada con la lectura de la supuesta nota suicida, el espectador no entiende muy bien las razones del comportamiento de los hermanos: podemos vislumbrar en qué medida son un espejo invertido el uno del otro, pero hasta ahí. El mayor se adecua a los establecimientos paternos y sociales, se le considera en el núcleo familiar como alguien dotado para los estudios, además de heredero de un futuro brillante. Y para colmo, guapo. El menor cree no llenar los zapatos del hermano mayor y altera su comportamiento en consecuencia con un historial incipiente pero ya constante de actos criminales. Y evidentemente, lo que se dice guapo, pues no es. Esto los separa a ambos, aunque se unan también desde esta no-relación.

El título en español, que trató de ser más fiel al original y quedó en la expresión “El sol que abrasa”, habla más bien de un sol abstracto, cuyo lugar común en tanto creador y sostén de la vida queda invertido. Hablamos del padre, quien, en su compleja red de expectativas y frustraciones moviliza afectos en los hijos que ni él mismo comprende, se trata de un líder cuya adhesión a su visión del mundo desfigura todo. El padre es carcelero y preso de una esfera a la que dio forma sin saberlo.

En este sentido, nosotros como espectadores, hallamos una respuesta al final del largometraje para únicamente quedar embargados por el misterio: “En mi trabajo, conocí a muchas mujeres entrometidas y chismosas. A menudo me preguntaban: -Instructor Chen, ¿está casado? ¿Cuántos hijos tiene? Siempre respondía: -Solo uno-. ¿Sabes por qué decía solo uno? Porque, en mi mente, nunca acepté a A-Ho.” Ante esta especie de anagnórisis, que comparte con la madre de sus hijos (en una escena de ascenso hacia el sol precisamente), el padre bascula sus emociones y asesina al extorsionador de A-Ho, causa azarosa pero concreta de su comportamiento criminal. La confesión a su esposa no solo es el asesinato, el verdadero crimen fue lo hecho con el hijo.

¿No es abominable esto cuando entendemos que A-Ho es un joven menor de edad? Es decir, ¿en qué momento antes de los eventos de la película, el padre decide que su hijo, casi un niño, es un caso perdido y que mejor sería, amén de las normas básicas de la paternidad, renegar de él? Y es sobre la base de esta incógnita que el final de la película se construye: lo que A-Wen hizo para salvar a su hijo fue excesivo en la misma medida que su oscura relegación de A-Ho fue excesiva. Así las cosas, toda presencia paterna es desmesurada: en su ausencia y presencia, en su amor u odio. La respuesta que estructura todo el drama, toda la dinámica familiar palidece ante el silencio mucho más profundo de las proclividades paternas.

Más allá de las intenciones del director, que en una entrevista manifiesta cómo la familia es una metáfora de Taiwan, yo pienso el sol de este filme como el trasvase  de la imagen de la China de Xi Jinping. A-Hao menciona cómo el sol, la claridad, la total transparencia en su inmediatez imperecedera no lo deja en paz, como si un vigía anónimo lo persiguiera sin cesar. La total vigilancia y control del estado chino no es un correlato simple de contener: las complejas relaciones de Taiwán con China no se reducen a las proclamas independentistas, sino que son atravesadas por una cultura, un idioma y un cúmulo de bien remunerados negocios entre ambos países, situación que por supuesto genera diferencias socio-económicas bien marcadas entre su población. 

Las relaciones entre comunidades y países rebasan toda analogía exclusiva con la familia. No obstante, es el aparato ideológico lo más parecido a esa dinámica familiar de compensaciones y faltas. Baste recordar las complejas relaciones del padre de Xi Jinping con el ulterior partido comunista chino (en un momento dado tratado como traidor y perseguido por ello). Uno no puede dejar de preguntarse por la dialéctica del asunto: ¿es una fidelidad mayor al padre, la restauración y consolidación de los ideales más inamovibles del partido? En una escala mayor, Mao es, acaso, un padre devorado al que se le restituye mayor poder simbólico al propulsar un estado exento de la lógica occidental, que creyó necesario el lazo entre capitalismo y democracia liberal. Y finalmente, ¿no se tocan en sus extremos capitalismo y comunismo, cumpliendo esa vieja antítesis de que en el núcleo del deseo habita el horror? Quedan ahí las preguntas.