El pacto que hacemos a través de la ternura

Obra en portada

Childhood joys

Asha Sudhaker Shenoy

Vamos, caminemos y sujétame la mano. Acéptame con la desnudez más dolorosa, como si me vieses en el mundo efímero del vientre. Toma mi mano mientras me veo tan perdido como un niño, como cuando el mundo era tan grande y tan posible.

Volvamos al sueño que hace tiempo olvidamos. Extiéndeme los brazos y yo te abriré mi pecho, como para darte el abrazo del nombre, para cargarte como a una niña. A partir de la sentencia inevitable del beso en la mejilla aceptamos tratarnos como si fuésemos niños.

A través de ese pacto de ternura regresaremos a lo único que es honesto. Clavaremos nuestras manos en nuestros pechos y cerraremos los ojos para identificar a lo único de nosotros que vale la pena. Volveremos al cuerpo informe e inclasificable, volveremos a no ser nada más que la pureza y la crueldad de la infancia. Nuestros abrazos serán la cuna arrebatada por la historia. Seremos nuestros padres, nuestro tiempo, nuestra forma; seremos más que nuestros. Seremos el fondo blanco de la vida, el color de todo lo posible, seremos niños y seremos honestos con nosotros mismos.

Abracémonos, tomémonos de la mano y aceptemos que la vida es frágil. Escucha mis latidos y mide sus silencios: cuando mi corazón calla se anuncia la ausencia inevitable. Algún día las manos serán tan frías como nuestra historia. Lo único que queda de honesto es el olvido de la ternura, el poema interminable de los ojos que brillan por el simple hecho de reflejarse en otros. Porque así yo te veo y puedo decir quién sos. Y cuando me ves y me conoces y dices quién soy, tus ojos son el vientre donde renazco, donde nada más importa, donde escucho el llanto tácito de mi parto, donde entiendo mi nombre en tu voz. 

Somos seres que nacemos del dolor de la historia. Nuestro aliento es un momento de caos y, sin importar el contexto, el mundo o la historia, somos rotunda e innegablemente seres condenados a la soledad. Pero también, desde la víscera más profunda, negamos la condición impuesta por la naturaleza de las cosas: vivir es un acto de rebeldía. A través de la ternura, a través de tus manos y de las mías, de mis ojos y tus ojos, de tu verdad y mi verdad, reconstruimos un mundo perdido. Reconstruimos el mundo sin tiempo y sin lugar, el mundo donde aún no éramos un mundo por nosotros mismos. El mundo era algo que estaba y que nadie entendía. Solo nos quedaba la violencia del juego y la hermosura de construir un nombre desde cero. En ese mundo de la infancia yo te decía que te amaba y era verdad, en ese mundo yo te besaba y era, en verdad, un tributo al corazón que nunca callaba.

Y ahora, cuando el mundo se encogió y la soledad se hizo más grande no queda más que firmar un pacto de pecho a pecho. Y así, yo te abro mi pecho y te dejo sentir el silencio de mi corazón. Te dejo ver mi cuerpo tan vulnerable y te dejo tenerme tan cerca como para fusionar los colores de la piel y los nombres de la sangre. Así yo te digo que te amo y te beso de verdad. Mientras mi corazón aún niegue el silencio y busque recordar el sonido de su latido interminable, yo te veré a los ojos y te dejaré decir quién soy. Y cuando me reconozcas yo volveré a ser un niño sin nada más importante que la velocidad a la que late su corazón.