El origen (sin destino) de la obra de arte

Reelaborado en la segunda mitad del siglo XX, El origen de la obra de arte es un ensayo del filósofo alemán Martin Heidegger escrito presumiblemente entre 1935 y 1937. Se trata de un texto considerablemente denso donde Heidegger se pregunta por la esencia (el origen) de la obra de arte. Para dar una respuesta adecuada plantea tres categorías que acompañan la reflexión central: el ser-cosa, el ser-utensilio y el ser-obra, cada uno en sus determinaciones constitutivas. Según su intrincada argumentación la obra de arte abre la esencia de las cosas (como meras cosas) y como utensilios. Sobre este último rescato aquí su famosa lectura del cuadro de Van Gogh, Schoenen (Zapatos o calzado). Pensar el utensilio por sí mismo solo conduce a un rodeo donde los atributos impiden ver la esencia de su entidad; a diferencia de ello, la pintura de Van Gogh deja en evidencia lo que Heidegger llama ‘Mundo’ y ‘Tierra’ como elementos que combaten y se postulan como creados en la obra. De manera muy sucinta, el ‘Mundo’ de la obra serían los (digamos) horizontes de significado y sentido erguidos por la obra: lo desgastado de las botas ya nos dicen todo (no solo sobre su utilidad sino muy especialmente) sobre el conjunto de relaciones en donde estos objetos se desgastan. 

Pero ese mundo referido requiere de un elemento impenetrable y mudo que es su propia materialidad (en este caso, por ejemplo, el color o la constitución de la materia dispuesta para hacer ser la obra), que es lo que identifica como ‘Tierra’. Ambos se compenetran en un combate con ciertos ecos del ‘pólemos’ heracliteano. Lo que emerge de este combate autoafirmativo es la verdad de esta dinámica (no la verdad de la representación según un modelo mimético a la vieja usanza) que en su propio emerger brilla como la belleza que cualquier hijo de vecina ha experimentado como experiencia estética.    

Con este trasfondo es que Heidegger puede asimilar este origen (que es esencia) en tanto poema. La esencia del arte (para entendernos fácil) es poema, entendido este como la expresión de un adentrarse (por parte del “espectador”) a la apertura de la obra y establecerse con la verdad allí donada/fundada. Evidentemente, se trata del Heidegger posterior a Sein und Zeit (Ser y Tiempo) que busca regresar (a todo un cauce occidental) a una especie de simbiosis entre pensamiento y poesía, como un despliegue de aletheia (desocultamiento o lo no olvidado) completamente opaco para la época moderna. 

Quizá por eso George Steiner lamenta (no tanto el nazismo de Heidegger como) el fallido encuentro entre el filósofo alemán más importante del siglo XX con el (quizá también más importante) poeta Paul Celan. Si en verdad “podemos discernir la perturbadora máxima heideggeriana según la cual el pensamiento filosófico de primer orden y la mutación de dicho pensamiento ha tenido lugar solamente en dos lenguas: el griego antiguo y el alemán” resulta todavía mucho más escandaloso lo que ocurre entre Heidegger y Celan; casi como un anuncio de la imposibilidad de todo el siglo XX de poder ver y escuchar realmente. 

Accesos de locura en ambos. Desgaste. Angustia como brotes físicos de un cerebro tensado por la existencia en su raigambre más emocional que es siempre lengua. Dos. Hölderlin y Celan. Por eso la tristeza que rezuma hacia el final de The poetry of thought. Para el lector descontextualizado referiré únicamente lo siguiente: Celan era judió, sobreviviente del holocausto. Heidegger, por su parte, apoyó el nazismo con un brío aterrador.   

Dice Steiner, “Celan ofreció una lectura en la Universidad de Friburgo el 24 de julio de 1967. Al día siguiente fue a visitar a Heidegger en su famosa cabaña de Todtnauberg. ¿Lo había invitado el maestro? ¿Había solicitado Celan el encuentro? Si fue así, ¿por qué?” Sin mayor registros del encuentro, existe un poema de Celan precisamente llamado ‘Todtnauberg’del cual Steiner extrae una “memoria de la decepción abismal, de la incomunicación invadida por presencias procedentes de la Shoá”. Al final, continúa Steiner, “lo que queda es una imagen, acaso un insondable mito en el sentido de Platón. El pensamiento filosófico soberano, la poesía soberana, uno al lado de otra, en un silencio infinitamente significativo pero también inexplicable. Un silencio que salvaguarda y al mismo tiempo intenta trascender los límites del habla, que son también, en el nombre mismo de aquella cabaña, los de la muerte”.  

Pocos instantes como este que resumen un siglo (si no es que una época). Origen y destino parecen igualmente dos paseantes que en silencio se comunican, opacos el uno para el otro. Precisamente The poetry of thought termina con las consideraciones sobre el arte venidero; atravesado por la dinámica tecnológica e híbrida de su constitución, el arte se asume como un horizonte sin destino. Steiner lo sabe y quizá por eso da una última letanía de negación con miras a la creación soberana. 

Pero acaso no se trate de eso (de lo soberano). El ‘Mundo’ y la ‘Tierra’ aún tienen vías inexploradas. Precisamente en el ensayo de Heidegger El origen de la obra de arte es Heidegger quien dice: “La piedra carece de mundo. Las plantas y los animales tampoco tienen mundo”. Acaso el que pedía escuchar no escuchó lo tan cerca de él. El Tiempo lo dirá (lo ha dicho, lo dice, lo está diciendo).