Producto de un placer estético con el objetivo de mercadearse, el arte a fin de cuentas es un negocio.
A partir de la década de los sesentas y el auge de la cultura Pop, movimiento liderado por Andy Warhol en Estados Unidos, la venta del arte se ha acrecentado y asimismo, han mutado las características del comprador de arte actual.
Sin embargo, la concepción de compra del arte está Infra valorado en América y Asia en comparación con otros continentes. El continente americano posee una riqueza cultural vasta y de carácter expansivo, aunado a ello, la permanencia de las costumbres y la continuidad en ejercicio de la artesanía, dividen opiniones y apreciaciones entre esta última y el arte.
En México, el patrón continúa, el primer obstáculo: la diferenciación entre arte y artesanía; sin la clarificación de este punto, el comprador carece de la confianza necesaria para adquirir una obra.
La inversión siempre es rentable, adquirir arte por sí mismo engloba una experiencia valiosa y fundamental para generar enriquecimientos en sentido metafórico, sensorial, monetario y real, asegura el presidente de la Sociedad Mexicana de Autores de las Artes Plásticas, Paul Anchar.
No obstante, las vicisitudes en las que ha fluctuado la constante devaluación internacional y la caída del petróleo, el arte permanece como un buen negocio; su inversión constituye un patrimonio para el coleccionista.
En palabras de asesores de colecciones como Carmen Reviriego, la crisis económica no afecta al negocio del arte, sino que este crece. Considerada como un activo financiero, la ventaja que el arte ofrece es la estabilidad.
Al permitir la diversificación, el activo de inversión puede realizarse en diversas manifestaciones o movimientos en el arte moderno o en el contemporáneo y, el consumidor adquiere automáticamente un estatus que conlleva la pieza obtenida así como el evidente poder adquisitivo.
La cadena de comercialización del arte está compuesta por el artista, el coleccionista o mecenas y el galerista. En este sentido, se puede prescindir del intermediario o el galerista, debido a que algunos creativos de renombre tienen pedidos de encargo y eliminan al intermediario.
Sin embargo, la galería se desempeña como agencia de mercadotecnia al promover al artista y con ello, ayudar a que su obra perdure en el tiempo, asimismo lo consagra y representa.
Una de las ventajas de comprar en una galería, pese a que esta obtiene –de 20 a 30 %- de ganancia, es establecer contacto directo con el artista y las piezas a elegir. Los resultados de subastas son públicos.
El arte genera dividendos de inversión que van del 12 al 40 por ciento anual, al representar cifras atractivas para el que lo adquiere.
Al igual que los bienes inmuebles, los beneficios son cuantiosos; la inversión en la compra de arte no tiene fecha de caducidad, la adquisición de una pieza única refleja la personalidad del inversionista, posiciona al comprador en un estatus de prestigio, adquirir arte genera reputación; el arte es una moda que no pasará.
Es fuente inagotable de placer, es un paroxismo que alimenta el espíritu y humaniza. El comprador adquiere tiempo: el original atestigua el producto vivencial del artista: es irrepetible. Como experiencia íntima y de contacto con la psique del creador: la sensibilidad es un bien que se torna invaluable.