El mal truco de Red lights de Rodrigo Cortés

La película Red lights del director Rodrigo Cortés me parece un ejemplo perfecto de aquello que algunos nombran como capricho de autor; es decir, un elemento que nada o poco aporta dentro de una obra artística, y que no obstante, el autor se empecina en poner, a costa de la integridad de la obra. Cualquier persona que haya tallereado algún texto literario sabe qué es esto: muchas veces los caprichos de autor tienen que ver más con sus ideas (su ideología o visión) que con sus técnicas. Al querer comprobar un punto, la obra se desequilibra, si no es que simplemente pierde su congruencia. 

En el caso de la película de Rodrigo Cortés se tiene un film que busca demostrar un punto de una manera pobre. Red Lights (cuyo guión también es de Cortés) sigue la historia de la académica Margaret Matheson (interpretada por Sigourney Weaver) y su asistente Tom Buckley (interpretado por Cillian Murphy), quienes se dedican a investigar y desacreditar fenómenos paranormales. Su trabajo los lleva a enfrentarse al renombrado psíquico Simon Silver (interpretado por Robert De Niro), quien ha vuelto a la escena después de muchos años de retiro. Aquí es donde empiezan a ocurrir elementos gratuitos y convenientes a la película. Hay una especie de elementos interconectados pensados para que el espectador empiece a especular sobre cómo está construida la trama (el asesinato de los dos críticos de Silver, por ejemplo), pero que al final quedan como un exceso de interpretación producto de los vacíos argumentales en la trama. 

La cosa va así: Margaret muere en circunstancias sospechosas, Tom será quien buscará desenmascarar a Silver. El giro de tuerca lo sabe cualquier espectador del terror o del suspenso: el que investiga es quien cometió el crimen. La película de Cortés se torna un truco barato que socava sus propias premisas (casi una tensión de opuestos entre lo racional y lo irracional) para ofrecernos un protagonista que sí posee poderes psíquicos, básicamente porque sí. Es decir, el giro de que Tom sea quien haya realizado los elementos paranormales solo está ahí para “sorprender” al espectador. 

Pero es tan vacío el final que uno no sabe ni cómo reaccionar. Los supuestos poderes de Tom se vuelven el mismo truco simplón de ciertas películas de terror: abrir y cerrar puertas porque sí. Los pájaros que se estrellan contra los vidrios o las máquinas que explotan cerca de Tom solo hacen eso sin razón alguna. No hay relación de elementos (¿por qué esas manifestaciones de sus poderes y no otras?) ya que el guión está tan ocupado en demostrar su punto que pierde todas las formas. Es la misma queja que tengo con las apariciones paranormales en ciertas películas de terror: si vas a abrir o cerrar puertas, o escribir cosas en computadoras y celulares, o aparecerte donde te dé la gana, no sé, hackea el sistema financiero mundial, boicotea al crimen organizado o algo medianamente interesante.      

Lo que más desaprovecha la película, desde mi perspectiva, es lo del control experimental: Silver se revela como un fraude gracias a una astucia por parte de los compañeros de Tom quienes detectan que hay un código entre dos relojes sincronizados al momento de hacerle pruebas “científicas” y un pobre control de observación y verificación, al detectar que los experimentos científicos pueden ser laxos ante ciertas personalidades o realidades sociales (los científicos que evalúan a Silver nunca verifican, por ejemplo, que sea realmente ciego debido al aura de personalidad con poderes telequinéticos). 

Si vas a exponer un punto (que tampoco es lo ideal, ni ciertamente un crimen en una obra de arte) mínimo que sea de una finura más allá del sentido común. Afirmar que no todo lo puede conocer (o abarcar) la ciencia, me parece de una pobreza extrema. En lugar de ello, detallar cómo un procedimiento con intenciones científicas puede ser alterado, sesgado o manipulado es, por lo menos, un tema sumamente actual ya que poquísimas personas conocen los procedimientos concretos y específicos detrás de la experimentación y comprobación científica. Rodrigo Cortés nos muestra una dicotomía de ilusión/verdad en una época (ya desde el lejano 2012) donde la posverdad es reina.  

Las malas obras casi siempre son la venganza personificada contra su autor. Si mi lector quiere asomarse a obras que le hagan tambalear su noción de ilusión/verdad, no tengo más que señalar a los clásicos, especialmente aquellos del Barroco: Cervantes, Calderón, Quevedo, Shakespeare y una larga lista. Las palabras que Tom dedica a Margaret parecen ser, más bien, las de la película contra su director/guionista; así que no soy yo quien le dice a Cortés que es una lástima que no vea más allá, es su propia película quien se lo dice: 

“Hice lo que habrías querido, pero nunca me perdonaré no haberme mostrado. No haberte dado al menos el consuelo de saber que hay algo más”.

Acaso esto explique que Red Lights sea una película tan olvidada y olvidable.