El inferno de las sombras

En la obra de Fedor Dostoievsky (1880), Los hermanos Karamasov, aparece una escena que llama nuestra atención al respecto de los miedos de los cuales muchas personas dicen sufrir.

Dicha escena sucede cuando el padre Fedor Pavlovitch se pregunta quién rogará por su alma, en medio de un discurso que más parece un ensalzamiento a su alma atormentada.

Demandándole a su hijo Alexey cierta explicación al respecto de los asuntos de ultratumba, que por cierto, no desea escuchar, desvía su atención hacía el tema de quién será el responsable de elaborar los instrumentos de tortura con los cuales el diablo se hará cargo de su alma.

Es necesario recordar que Fedor padre se considera malvado, pero no cualquier tipo de malvado, sino uno muy sentimental como se refiere a sí mismo; alcohólico, condenado al sufrimiento de sus intempestivas pasiones con las cuales se confronta contra su otro hijo Dimitri.

Su hijo menor Alexey le replica insistiendo que no hay tal cosa en el mundo de dios, a lo que Fedor, el padre responde de la siguiente manera: Sí, solamente existe la sombra de esos instrumentos de tortura, lo sé.

El padre de los Karamasov sugiere que a pesar de que puede no creer en tales asuntos de ultratumba, no considera lo mismo hacía la existencia de las sombras, y ¿qué son las sombras? Nos preguntamos.

Antes de intentar contestar tal cosa, lo que ya de por sí representa un enorme reto hablando de una especie de interpretación literaria, valdría la pena leer el siguiente fragmento que aparece en la misma novela. Se trata de un poema fránces que el viejo Fedor dicta a su hijo Alexey:

He visto la sombra de un cochero limpiando, / con la sombra de un cepillo, /la sombra de un carruaje (p. 61)

Son las sombras las que rememora Fedor, no así los objetos de tortura como él señala, porque tal vez no existen, pero las sombras resultan suficientes para atormentarlo.

Y de ahí sus desvaríos, de esas sombras se producen al mismo tiempo los excesos a los que se somete, las luces con las que busca acallar los demonios que le atormentan.

Tal interpretación nos hace cuestionar la realidad: ¿son reales los miedos que atormentan a las personas? O como en la novela de Dostoievski, ¿se trata de la sombra de algo que ya no existe, pero que su huella fue suficiente para dejar una imagen con la cual el tormento y sobre todo, los arrebatos hacen mella de la persona?

Puede presentarse la posibilidad de que la persona con miedos confunda objetos reales con las sombras que dejaron esos objetos, es decir, eventos del pasado, rostros, objetos reales con los cuales se pudo haber tenido cierta experiencia disconfortante.

Entonces no son las luces de las cosas tangibles con las cuales sentir temor pueda ser lógico, se trata en su caso, de sombras solamente, sombras que como en el poema aseguran una postura en la persona con una percepción.

Dicha percepción resulta innegable, porque efectivamente, ¿quién puede diferenciar lo que es real? ¿Quién puede asegurar si una sombra se mueve independientemente del cuerpo que la proyecta o si ésta cobra vida propia?

Estamos pues ante un problema de percepción, pero más allá de un efecto de los sentidos como apuntan los psicólogos, se trata de cómo los sentidos se ven afectados por imágenes que proceden no del exterior sino de un desconocido interior.

A la persona que en su experiencia de miedo, sea ésta provocada por una imagen recordada, una pesadilla, lo que sea pero que no es real, no se le puede persuadir hacía la inexistencia de lo que asegura ver.

Ese es su infierno como dice Fedor, y en ese sentido, el infierno no son más que las sombras de cosas, de objetos, de eventos que ya no están ahí pero que como decíamos, su huella ha sido suficiente para engendrar cualquier clase de demonios con los cuales ha de vérselas la persona que los sufre.

En el análisis que Freud (Caso Hans, 1909) hace de la fobia de un niño, entiéndase la fobia como un miedo tan intenso que paraliza o imposibilita al sujeto,  encuentra que el miedo se desprende efectivamente de ciertos deseos no tramitados y que han chocado con el sujeto, provocando fuertes trastornos a la vida anímica.

Ese degaste como decía Freud, es a razón de un sin-sentido aparente. No hay tal amenaza real, se trata como leímos en Los hermanos Karamasov sólo de las sombras que se producen.

En suma, tal vez, y sólo tal vez, muchos de los miedos que dicen padecerse no son tan reales como se cree, sino sombras, las cuales como ya señalamos, resultan suficientes para provocar miedo y con ello, construir infiernos que cada quien diseña a su propia imagen y semejanza.