El hombre natural o modernamente antinatural

Miles de árboles tejidos en la acera con líneas de savia y madera, hilvanadas y atadas por necedad del hombre. Siempre nos molestan sus hojas, porque nos manchan las veredas. Se nos caen sus semillas, se nos escurren su madera, pero su sombra al cansado perpetuamente le alimenta, con descanso y serena, su alma lisonjera.

Se nos caen las semillas, se nos resbala la naturaleza, bordeando siempre por algún terreno infértil, se desliza y va rodando pidiendo algún aguardo. Las semillas peregrinas, hambrientas de agua, parecen peregrinos caminando por desiertos. Le rezan a un dios que las empuje, un viento que las atrape y las lleve por alguna confianza, algún Horeb que le muestre las tablas. Pero solo son recibidas por el estéril y caliente concreto, aplastadas por algún zapato certero.

Clavados como Cristo y suplicando perdón, los mezquites nos mira con desprecio y  despecho, monumento a lo ambiguo que nos es la naturaleza. Engullidos y atrapados por la sombras de nuestros monumentos, ídolos llenos de castillo y cemento, sin belleza ni color. Estructuras metalizadas, frías y corrugadas, edificios nos muestran la ambición: la comodidad estructural frente una salvaje realidad.

Los eucaliptos, estatuas de ramas y hojas, que nos recuerdan que más allá del gris y el negro del concreto, existe una realidad verde, insegura, blanca e indescriptible. Ya no somos ese ser salvaje e impredecible, vivimos en un entorno que siempre está presentándonos signos de soluciones y respuestas.

El vocablo naturaleza proviene del latín “natura” que significa natural. La naturaleza es todo lo que está creado de manera natural en el planeta. En general, con el término naturaleza nos referimos al conjunto de la realidad física que nos rodea, distinguiéndola así de las producciones humanas, como la cultura y la historia.

La naturaleza está relacionada con las diferentes clases de seres vivos, como los animales, las plantas, las personas. También forma parte de la naturaleza el clima, y la geología de la tierra. Pero aunque sabemos todo lo que te acabo de decir, vivimos como si nunca nos lo hubieran dicho.

Pareciere que el termino naturaleza se nos presenta como algo irrazonable, fuera de las estructuras sobre las cuales caminamos. Como si nosotros fuéramos algo fuera de lo natural, algo que pudiera juzgar que debe de estar y que no.

Quisiéramos ser como dioses; tal vez pensamos que lo somos. Hombres que están más allá de la vida y de la muerte, fuera la irracional naturaleza.  Para contrarrestarla nuestros edificios son cuadrados, nuestras calles tratan de ser lo más rectas, y nuestra vida un número más de nuestro lenguaje dialectico. Buscamos fantasmas racionales en las penumbras de la infinitud, una esperanza en el alumbrado del callejón de nuestras vidas. Nuestra vida trata de alejarse lo más posible de la naturaleza para tratar de transformarse en montonales de códigos binarios.

Todos los días lo natural está ahí, recordándonos que no todos los días son lo mismo: que el devenir está más cerca de lo que te imaginas. Y a pesar de que la naturaleza esta como un martillo taladrándonos, la ignoramos. Tratamos de no verla ni vivir ni morir, ni tenemos tiempo para nosotros también hacerlo. Los ciclos nos parecen extenuante, agobiantes. Vivimos preocupados porque el semáforo no nos toque en rojo.

El detenernos se vuelve un pecado, la lentitud una falta, la tardanza el peor fallo. Aplastamos la tierra por plantar gravilla y petróleo, secamos los ríos por inundar nuestros pozos, la propia naturaleza nos parece innatural y molesta. La naturaleza nos parece el más grande sarcasmo ante nuestra vida.

Y todo empieza desde lo íntimo, desde lo personal. Nos convertimos todos los días en jueces supremos dentro de nuestro mismo hogar: los insectos no son bienvenidos aunque ellos tienen más tiempo aquí, las hojas que caen “ensucian” nuestras banquetas, la tierra es un estorbo y se tiene que barrer. ¿Qué nos pasa? Acaso nos creemos policías encima de la legislación, que no formarnos parte del flujo natural, pensamos que el universo se detiene a llorar nuestra pérdida. Nuestra superficial grandeza no es más que una nada ante nuestro planeta, siempre estamos llorando cuando este se enfurece y se queja.

Quisiéramos que nuestros pecados se acabaran con soltar unas lágrimas, mas tendremos que cargar con ellos. La bella y destructora naturaleza nos regresara la misma carta con la que le hemos jugado. Destrucción por destrucción, conquista por conquista, olvido por olvido. No estamos fuera de la naturaleza, estamos bajo su reino y dominante dictadura. Seguimos clavados al poder la Tierra.