El espíritu ilustrado, posición ante un alma grosera

Encontramos en el Satiricón (Petronio, 1969), una premisa interesante que invita a la reflexión. Se trata de que un alma grosera puede desaparecer ante un espíritu ilustrado.

Un alma grosera puede interpretarse como una persona llena de ira, de vicios, de prejuicios incluso, ante lo cual se enfrenta el deseo de cultivarse, de gozar en el arte.

Pero, ¿es posible que la ira albergada en un alma grosera desaparezca ante un espíritu ilustrado? En otras palabras, puede más el arte y la cultura, que la guerra, la venganza y los celos.

Y es que eso encontramos en la tragedia griega, los temas que hacen del corazón humano el drama cotidiano que se vivió ayer y hoy.

Pero avancemos en la disertación, considerando primeramente el sentido que adquiere la ilustración, concepto que remonta a precisamente al momento histórico conocido como tal.

La ilustración tiene como meta la derrota de la ignorancia y la tiranía, entre otros factores, de ahí que se ha nominado además como el siglo de las luces, en tanto el carácter revelador del ser humano que representa.

Y para poder revelar efectivamente al ser humano en su máximo esplendor, es el arte y el cultivo del espíritu lo que conducen a tal puerto. Tomando en cuenta sobre todo, que serán las letras, los libros en particular, los que adquieren un lugar preponderante en esa época.

La transformación de la sociedad no se hizo esperar una vez que las letras tomaron un lugar en la actividad cotidiana, y aunque no era para todos como suele suceder, los efectos sí se reflejaron en pueblos y ciudades.

El rescate de la literatura clásica y de las bellas artes en general, se ofrecieron como un oasis al cual había que acudir ante las ansias de saber y de libertad. Ya Umberto Eco en su esplendida novela, El nombre de la rosa (1980), nos presenta los alcances que tenía ya desde tiempo atrás, la sumersión del sujeto en la ilustración de su espíritu.

Se creía entonces, que el cultivo de las letras servía como vehículo al espíritu aterrorizado por la tiranía y el oscurantismo que enmarcaban la época. Un tiempo por cierto, cargado de supersticiones y de impulsos destructivos hacía el otro, sobre todo hacía aquel que lograba ser diferente.

Si retrocedemos al texto de Petronio, el cual además de ofrecernos una imagen inigualable de su tiempo, habremos de encontrar algo interesante al respecto. Cuando Encolpio –personaje principal- y su amante y servil Gitón caen presos al destino, se produce en un momento dado, una terrible lucha.

Lucha marcada por el odio y el rencor, en la cual será el viejo Eumolpo, quien tal cual imagen de sabiduría y elocuencia desata su lengua reconciliadora ante el escenario bélico.

Pareciera que la fuerza destructiva, llámese ira, fuera desviada de su meta original. Incluso se termina elaborando un contrato –registro simbólico-, en el cual se acordaba reprimir toda insinuación de agresión ante los acusados.

Si recurrimos a la teoría freudiana sobre la sublimación, podremos encontrar una clara línea de conexión. Para el psicoanálisis, la sublimación define a toda fuerza agresiva que es transformada en impulsos aceptados socialmente, en tanto no representan una amenaza para la disolución del lazo social.

Hemos escuchado como la lectura de cuentos facilita a los niños la entrada al mundo de los sueños. Como en la misma creación literaria, el sujeto accede a otro estado de ser, plasmando en la hoja sus fantasmas, y logrando de tanto en tanto, que no se exterioricen los miedos y agresiones en su entorno.

O en otro contexto, como la música es capaz de llevar al sujeto a confines menos dañinos hacía sí mismo, una vez que en los sonidos armónicos que crea ve reflejado su espíritu ante el cual desea confrontarse.

En suma, estamos en la posición de asegurar que en efecto, cultivar el espíritu con el arte y la cultura tiene efectos importantes en el sujeto.

Sujeto que en su origen alberga los defectos de su tiempo y su familia –Otro-, pero que en la lucha constante que desarrolla subjetivamente al insertarse en la cultura, logra desaparecer la grosería de su vida, es decir, la ira, que también se entiende como la fuerza que tiende a destruir lo exterior así como lo interior.