El dinero

El cuento apenas empieza termina. La voz del narrador se confunde con la de Hilario —el protagonista—, que padecerá el destino que le impone su realidad como cuervero. Por tuza muerta le dan diez centavos, y si le va mal, veinticinco por la cuerveada; por andar espantando a los cuervos; por la ignorancia. Por aguantar la pobreza; la peor de todas, la de ser ignorante. En el cuento “El cuervero”, de Juan José Arreola, nos lo dice sin mencionarlo, pero es un detalle que uno puede ignorar con facilidad.

Hilario no sólo espanta a los cuervos, con ellos, aleja la posibilidad de saber cómo vive. El cuervo, ave de mal agüero, también es una representación de la virtud. Hay un par: Hugin y Munin, que vuelan alrededor del mundo todas las mañanas y por las tardes se posan en los hombros de Odín para susurrarle lo que vieron. Uno es el pensamiento; el otro, la memoria. Hilario no los quiere cerca, que se vayan los cuervos; no quiere “saber” de ellos, y es que por eso le pagan. Como a muchos en el país.

Trabaja todo el día para ganarse unos centavos que se gastará en tragos; de alguna forma hay que pasar el trago amargo de no haber ganado lo suficiente. Condena interrumpida y continua que asumirá para justificar su vida: Cuando uno se ha pasado todo el día en el rayo del sol matando  una docena de tuzas para que le paguen nomás cuatro, dan ganas de echarse un trago, siquiera para no oír lo que diga la vieja. Porque si uno llega con cuarenta centavos, pues de todos modos hay pleito, y pues de una vez que costié. Con sus cuarenta centavos, y a diez el decilitro de alcohol, a Hilario le alcanza para dos tragos y hasta para invitarle otros dos al Patricio, su mero cuate.

Así es en todos lados o sabemos de alguien así, si no piénsenle. Me pasó. Tuve un trabajo que me costó trabajo tenerlo. Mal pagado, desgastante, repetitivo. Un día por ocio nos pusimos a ver cuánto ganábamos. Al dividir los 3 mil 500 que nos daban a la quincena de lunes a sábado de 7 a 4 —sin contar los domingos—, lo que ganábamos no eran más de 30 pesos por hora. Lo peor no era el suelo, sino lo que muchos hacían con él. Diario comprando almuerzo o comida, mínimo eran 50 pesos diarios ¿De dónde salía tanto dinero? Y todavía se preguntaban, eso sí, a la hora del almuerzo, por qué no les alcanzaba. Quién sabe, les decía. Hasta se me quitaba el hambre.

El dinero no alcanza y uno se da sus gustitos para irla llevando y no sentir tan feo, y todavía no sabes por qué no te alcanza. Y es que no podrá haber dinero, pero eso sí, a la hora de la fiesta uno tiene hasta para andar invitando. Lo decía Paz, somos un pueblo ritual: gastamos en tantos festejos porque somos un pueblo de rituales, de sacrificio; le rendimos culto al sacrificio.

Te endrogas para hacerle sus quince a tu niña o las vacaciones de semana santa y le sufres lo que le queda al año, pero valió la pena. Porque hay que darse sus gustitos. O aprendes a morirte en la raya y a no disfrutar de nada. Es que no hay dinero, si no sí.

Y como Hilario muchos. Andar trabajando de sol a sol para que no te alcance.  Y al día siguiente otra vez. Como el Sísifo de Camus. Tarea interminable carente de recompensa. Vemos a Sísifo subiendo la roca para dejarla caer en Hilario: […] Para cargar cualquiera sabe […] Bueno mañana nos vimos, tempranito.

El cuento se divide en cuatro partes. El primer movimiento define el último como en una partida de ajedrez:

I.- El ir a tomarse un trago en la cantina de Tonino, le facilita el encuentro con Patricio, que le cuenta cómo perdió su empleo por aprovecharse de su antiguo patrón. Pero no pasa nada, nunca pasa nada aquí, es normal ser aprovechado; pasas tantas veces que es bien común, te acostumbras y lo peor: La costumbre se vuelve ley. Patricio lo convence de dejar de trabajar de cuervero y entrarle a hacer adobes; al camino sin fin del progreso. Todo se resume en esa decisión, en una sola. Dejar el trabajo viejo por otro. El chiste es no sufrirle.

II.- De regreso a casa se da cuenta que acaba de convertirse en padre: […] qué hace tanta gente aquí, mama, que parece velorio! Es la muerte tener hijos en estos tiempos. No porque uno no los quiera. Porque no hay dinero. Y no otro niño, con él basta. Está demasiado cansado para madurar.

III.-. Apenas hace sus primeros adobes empiezan las lluvias. Lo poco arcilla que había amasado para ser hombre la diluyó el cielo. Resuelto a mejorar su destino, el destino se lo impide Y la norma psicológica dice que cuando no se toma conciencia de una situación interna, sucede afuera como destino. Es decir, afirma Jung, que cuando una persona no toma conciencia de sus contradicciones internas, la realidad forzosamente representará el conflicto, y lo llamarás destino.

IV.- Ora sí velorio, Layo […]

Se cumple lo anunciado. Lo pierde todo. Se muere el niño; el que acaba de tener y el que él era. Se resigna a su destino, a la tarea interminable. A volver a levantarse porque está arruinado. A su camino, que está construido sobre un país en ruinas. Hay que volver a trabajar para ganar lo que nunca tendrá. Camino sin fin; dinero, alimento de los pobres; bocado que no quita el hambre.