El difícil arte de las verdades a medias

En este incesante batallar por el poder, los personajes públicos buscan entre sus bolsillos y en el fondo de viejos armarios familiares lo mejor de sí. Practican el tono, la forma, el tiempo, la sonrisa y el mensaje.

Aprenden a maquillar cicatrices y ocultar verdades. No mienten, solo han aprendido a no contar todo y entonces sus palabras se convierten en apenas entresijos. Se valen de todo y todos a su alcance porque el fin justifica los medios… eso han aprendido y aplicado en este enorme lodazal.

Nunca como hoy resulta tan cierta y tristemente real la sabiduría del pueblo y el pueblo no se equivoca: “el puerco más trompudo se lleva la mejor mazorca”.

Por eso ensayan y se envalentonan y gritan y señalan y acusan y opinan de cosas que apenas entienden.

Ahí hay presidencias municipales, curules, gubernaturas y hasta la pomposa y tristemente célebre primera magistratura del país preparándose para la llegada de nuevos inquilinos, aunque hay casos en que el “sufragio efectivo y no reelección” quedó ya como una simple frase de la historia revolucionaria -que no institucional-, de este país y por eso hay posibilidades de que la mediocridad repita el cargo.

Lo peor. Es esta la temporada de insectos y plagas. Aparecen verdes, amarillos, cafés y con ese mimetismo ramplón de nuestra clase política cambian con el entorno. En esta temporada los negros azulean y las orugas abandonan sus capullos. La peor de sus peculiaridades transforma: unos ocultan las extremidades que les permiten volar y otros las muestran orgullosos al sol para presumir un intrincado policroma.

Es bonito de lejos. Todos han aprendido a no negar que las tienen. Las alas de algunos majestuosas no les quitan el rasgo de la especie: insectos repugnantes, asquerosos y grotescos, pero convencidos de una belleza que solo encuentran en el autoelogio y la no menos deleznable autocomplacencia.

Suscribo: alabanza en boca propia es vituperio.

Lo cierto es que unos y otros tienen razón y sus discursos son apasionados, directos, fuertes, tajantes… el problema es que no sabemos qué parte del todo es real y cuántas de sus frases son esbozos.

No mienten, pero han aprendido a retar al adversario y autoproclamarse redentores, mesías, indiscutibles salvadores de un pueblo con hambre generalizada por justicia, empleo, salud, educación y, especialmente, seguridad. (Así estamos todos en mayor o menor medida. Hasta el vecino de enfrente ha sido víctima de berrinches y decisiones erróneas. Por eso no pudo vivir en la casa grande y ahora busca cómo conformarse. A veces lo veo alimentando a su perra, es una callejera toda fea, pero él la quiere porque lo ha cuidado desde hace años y va con él a todos lados. Le mueve mucho la cola y como ya está grande necesita comodidad ante todo. Finge desinterés por lo que hacen los demás fuera de casa, pero cada vez que alguien se acerca ladra para que la escuchen).

Por eso es importante recordar el señalamiento, la amenaza, el reto y hasta el chiste: “el dinero ha convertido a la política en un negocio”; “el que suelte al tigre, que lo amarre”, “vamos a ver si el señor tiene las ideas, el valor y los pantalones para enfrentarnos a un debate”, “…pintamos nuestra raya con los que se han aprovechado para llenar sus bolsillos a costa del esfuerzo de los demás”.

Reitero: quienes luchan por el poder no mienten, aunque ello no significa necesariamente que digan la verdad…