Foto: Reproducción prohibida (1937), pintura de René Magritte.
“Ninguna luz final, ninguna empatía en el amor desvela
el laberinto que es la interioridad de otro ser humano”.
George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento
Miren a Tú, absorto de su realidad, poeta modernista que adora a un ave y se pierde en la belleza de su plumaje. Quién podría imaginar que aquel ser de tan absurdas acciones se encontraría atado de pies y manos por esa ilusión tan humana, tan cercana y a la vez tan lejana a su propia demencia: el amor.
Ha dejado de preocuparse por la suma de todos sus males, pero eso sí, se ha vuelto más sensible ante el dolor y muestra de ello es su veladora encendida en honor a las niñas muertas de Guatemala. Sin embargo, esa sensibilidad no se vio igual de persistente cuando uno de sus conocidos se acercó a él para buscar ayuda. Quizá en realidad el amor no es otra cosa que egoísmo.
Pero en Tú, el enamoramiento le ha traído un aura casi pacífica, tanto que me hace querer admirarlo, parece que ha encontrado el recurso necesario para fugarse del fango en que se había mantenido prisionero, pero a final de cuentas, ¿no es el amor también una prisión?
Ha dejado de encender su televisor, no tiene tiempo para preocuparse por los precoces anuncios de aquellos que serán los candidatos para ocupar la manoseada y fragmentada República de M. que deje Peña. Ha dejado de sumarse también a las marchas en pro de la libertad, del rechazo a los aumentos de los combustibles, del grito ahogado por los 43 estudiantes. Ya no.
Ahora escucha música, escribe una novela rosa del momento en que conoció el amor, cuando descubrió que todos sus días habían sido mancillados sólo para llegar a ese instante en que, cual milagro divino, sus ojos reposaron sobre esos otros, se tomaron de la mano y decidieron vivirse.
No crea usted, amable lector, que aquel romance de Tú dejó de conmoverme, pero no he parado de esperar el momento justo en que llegaré a él y le daré cátedra de su error, cuando aproveche la debilidad del pobre inmundo y le advirtiera que aquello no es más que una ilusión, algo en lo que su cerebro le ha fallado, algo que lo hará caer más profundo.
De todas las emociones humanas, la que menos creí que fuera capaz de llegar a Tú es ésta, el amor. ¿Cómo un cuasi insecto se vería envuelto alguna vez en una imagen tal? ¿Llegará el día también, quizá, en que la realidad lo devuelva al cuerpo y se descubra derruido hasta la más mínima partícula de su ser, con una habitación vacía y tratando de que aquella porción de su cerebro que aguarda ese lapso de su vida, sea digna de donar a la ciencia?
Pero me sigo reservando, mi morbo es tal que desea esperar al momento preciso en que mis palabras retumben en la imagen que ahora lo embelesa y que decida romper con lo que tiene enfrente: ese espejo en el que lo descubro hechizado, enamorado de su propio reflejo.
¿No es el amor, a final de cuentas, un acto de egoísmo?