El artista: genio y soledad

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños, las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos que sus padres y más delincuentes que sus hijos y más devorados por amores calcinantes. Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

 

Fernando Fernández Retamar

 

En la pasada entrega reflexionamos acerca de cómo se diferencia el arte, según Arthur Schopenhauer, de la ciencia y cómo el artista –y todo amante del arte– debe comportarse, por decirlo así, a la hora de la creación-contemplación. En esta entrega, nos adentraremos aún más justamente en esa figura enigmática, ese ser misterioso y fascinante: el artista, o en términos de Schopenhauer, el genio.

De acuerdo con el filósofo nacido en Dasing, aquél que puede crear una obra de arte, cualquiera que esta sea, es porque ya ha aprehendido la idea del objeto en cuestión y, por medio de ciertos recursos artísticos, ahora la re-presenta, pero esta vez bajo una forma más bella todavía; quien logra hacer eso, es precisamente el genio. Pero ahondemos un poco más sobre sus características.

Hablar sobre el genio siempre es peligroso, pues es un concepto que viene desde la antigüedad, y es “peligroso” en el sentido que es difícil discurrir sobre esos seres extraordinarios, y más específicamente, sobre lo que les da el carácter de “genio”. La concepción de genio en la filosofía de Schopenhauer está bastante alejada, por ejemplo, del de la filosofía kantiana.

Me explico, para Kant la Naturaleza continúa su desenvolvimiento en la figura del genio, y el arte para este filosofo sólo puede ser entendido como bello, en tanto que cumple esa regla. En una palabra, la naturaleza le da la pauta al arte. Para Schopenhauer, en cambio, el genio vendría a ser el individuo más alejado o más distanciado de la Naturaleza y, por tanto, de su naturaleza (su voluntad).

Algo característico del genio, es su soledad, le es muy difícil encontrar un interlocutor, alguien que lo comprenda. Además, si bien es cierto que el genio tiene la capacidad de ver y representar sensiblemente la idea, esto no sólo se debe a su inteligencia, sino también a la fantasía, a su imaginación. Y tan grandes son las facultades del genio que es capaz de representar cualquier objeto bellamente. Es decir, la realidad toda es susceptible de ser representada artísticamente, pero sólo un genio –en virtud de su imaginación y la correcta contemplación– puede mostrárnoslo bellamente, o sea, tal cual es…

Así, podemos decir que se denomina genio a todo aquel que tiene una cierta predisposición a entrar en este estado contemplativo y además posee una inteligencia y una imaginación superiores a los de la mayoría de sus semejantes, de las cuales se sirve para comunicarle al resto lo observado por medio de una obra de arte y con esto incitando a que ellos mismos experimenten dicho estado, ya que según Schopenhauer, todos los seres humanos lo poseen.

Y no sólo, Shopenhauer afirma que es por amor de esos individuos excepcionales y sus creaciones que la Voluntad –la esencia de la realidad, según el filósofo– se refleja más claramente a sí misma, pues el producto del genio pone a la luz el verdadero ser de las cosas.

Esto es así, porque “la obra de arte es simplemente un medio para facilitar aquel conocimiento en el cual consiste esa complacencia. El que a partir de la obra de arte nos salga más fácilmente al encuentro que a partir de la naturaleza y la realidad se debe únicamente a que el artista, que sólo conoce la idea y no ya la realidad, también ha reproducido en su obra sólo la idea pura, separándola de la realidad al omitir todas las contingencias perturbadoras. El artista nos permite mirar al mundo a través de sus ojos”. (Schopenhauer, 1819).

Se dijo que una cualidad que define al genio es su soledad, y es cierto. Tener un intelecto y sensibilidad superiores, crear algo imperecedero –y si no imperecedero– sí algo que quebrante los cristales del tiempo –a la manera de un dios– tiene su fatidico precio. Dicen que todo se paga en esta vida. El artista paga el precio por crear, que es vivir en soledad; y es comprensible, pues, al final “la humanidad no tiene tanta capacidad de recibir, como aquél de dar”.