El Albatros

Baudelaire: A menudo, por divertirse, los hombres de la tripulación

cogen albatros, grandes pájaros de los mares,

que siguen, como indolentes compañeros de viaje,

al navío que se desliza por los abismos amargos.

 

Las metáforas y las palabras que usamos se reinventan y dibujan otro mundo. Pero al final, todo se persigue a las fueras del ser. Cuando los que vamos en este barco a la deriva que concebimos como nuestro mundo atrapamos al ave que nos hace sombra, reducimos nuestra ausencia. En este escenario, vemos al ave gigante que se retuerce y agoniza sobre el suelo, bajo nuestra sombra. En este momento, la sombra del ojo vigilante se hace diminuta y la nuestra enorme. Entonces, el hombre mata al otro, al hombre que parecer ser innecesario. La soledad se consume en una llama conforme las alas del albatros dejan de agitarse. Ahora, solo las efímeras nubes hacen una sombra de polvo.

 

Baudelaire: Apenas les han colocado en las planchas de cubierta,

estos reyes del cielo torpes y vergonzosos,

dejan lastimosamente sus alas blancas

colgando como remos en sus costados.

 

El hombre no existe en un solo lugar. Debe volar y caminar para coexistir consigo mismo. El peso de los cadáveres crea la pausa en el mundo, surge la quietud inmensa del oleaje del océano profundo. Las alas gigantes, como brazos, dibujan la vida que perece en el oleaje. El hombre ve como su cadáver dibuja mientras él lo termina de matar. El hombre prefiere pasar la angustia de morir dos veces, que vivir plenamente una sola y perfecta vez. El hombre muere en la venta de las plumas del albatros, en los guisos carísimos de su carne, en las armas hechas de sus huesos, en las joyas hechas con sus picos bañados en químicos que hacen de los delirios joyas hermosas e irrepetibles.

 

Baudelaire: ¡Qué torpe y débil es este alado viajero!

Hace poco tan bello, ¡qué cómico y feo!

Uno le provoca dándole con una pipa en el pico,

otro imita, cojeando, al abatido que volaba.

 

El hombre concibe al otro como un ser inútil. Lo denuncia, lo viola y paulatinamente lo extingue. El hombre su humilla a sí mismo al mofarse el albatros que ve a todos los cadáveres. El albatros ya no vuela y no fue hecho para caminar. El albatros vuela y el hombre camina, para así convertir al hombre en la sombra del albatros y al albatros en el techo del hombre. El hombre se mofa de sí mismo. Ya no existe el cobijo de las alas del albatros.

 

Baudelaire: El poeta es semejante al príncipe de las nubes

que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;

desterrado en el suelo en medio de los abucheos,

sus alas de gigante le impiden caminar.

 

Siempre he estado en contra de la mitificación del poeta. El escribir, el declararse poeta no significan nada. Tampoco valen las horas en el espejo intentando parecer uno. El quehacer poético es un acto tan mortal como el hombre, pero eso no le menosprecia. Los actos del hombre trascienden el ser y el conocimiento. En la nobleza y la sinceridad del acto converge el vuelo de los quehaceres humanos. El vuelo del albatros es la vitalidad de las cosas que nos enriquecen. Por eso, la otredad se alcanza cuando el hombre se siente desterrado de su mundo, se consigue en la soledad porque así es como uno se aleja del suelo que quema las alas de los albatros. El hombre solo será libre cuando en el albatros vea al hombre, cuando quiera ser el albatros.