El aburrimiento

Como una novela interminable o como la lectura infinita de un poema que se disgrega en el lenguaje. Como las ciudades abandonadas que, en soledad, inician el periplo del tedio. Como la sangre del parto, como las luces irreverentes del cielo, como el agua que sucumbe en las alcantarillas, como un mamífero ahogado. Así el aburrimiento gesta, aborta y revive al hombre metafísico.

Experimentar el infinito del tedio significa la interiorización de todas las cosas. El tedio es la construcción del ser en el mundo. Todas las cosas antes del tedio no eran más que nebulosas violentas de su esencia.  “El hombre no tiene porque hacer nada “, dijo Onetti. En efecto, no hay razón para hacer las cosas.

El tedio de la cama desarreglada. La música maldita del radio. Las fotos ineludibles del internet. Los vitales likes. La irremediable necesidad de la pornografía. Ver como el mundo se va al carajo. Buscar en las excusas de la historia algún momento en que el mundo no se estuviese yendo al carajo. El mundo siempre se ha ido al carajo. El acto de ignorar cada instante en el que el mundo se va más al carajo. Sucumbir a los oficios o a los fantasmas. Sucumbir a ser un hombre que no escribe o que sí escribe.

El aburrimiento es todo lo contrario a lo que pensó Abel Dufresne[1]. El aburrimiento solo se alcanza cuando se asume el absurdo. En ese instante, surge el infinito tedio, ya incorregible. Esta unión, niega todo lo que el hombre considera que lo define. El error más grande la humanidad ha sido pensar que necesita que algo le defina. El hombre ha definido todo y, por lo tanto, lo ha creado en la metáfora hermosa del lenguaje. La buena fortuna (desde el punto de vista utilitario, ya que nadie conoce otra definición) o la desdicha, a pesar de que la distancia entre estas es completamente injusta, no divorcian al individuo del tedio. En todo caso, la buena fortuna solo permite que el individuo se ponga a pensar sobre el tedio. Pero, sin importar las condiciones sociales, el individuo puede sucumbir ante el aburrimiento. Sin embargo, esto no significa que este se vaya a rendir frente a la vida. Concebir el aburrimiento es interiorizar la esencia de la vida: un vacío absoluto e innegable. Si a algo se le puede llamar victoria, es a aceptar el aburrimiento. También, a aceptar que el individuo no está obligado a hacer algo por sí mismo y, sin embargo, hacerlo como un acto de necedad.

La noche recae y la palabra, al ejecutarse, se pierde en el silencio del aburrimiento. Las flores crecen como el tedio, como el smog, como el hambre, como las distancias. El mundo rueda cuesta abajo y, sin importar la fuerza de nuestros brazos, su caída es inevitable. Pero ¿por qué no desgarrarse y fracturarse frente a la piedra? Al final, el aburrimiento es una consecuencia ineludible del ser. La muerte ha de ser el suceso más aburrido. Dios fue creado en el aburrimiento, porque los hombres somos seres aburridos. Las novelas son interminables, la religión del sexo persigue un fondo infinitamente lejano. La música es eterna en el aburrido silencio. La palabra es aburrida siempre que tenga significado.

 

 

[1] “El aburrimiento es la enfermedad de las personas afortunadas; los desgraciados no se aburren, tienen demasiado que hacer”-Abel Dufresne