Dos novelas de la Transición (Rafael Soler)

Si la Transición tuvo algún sabor, deviene este en Literatura de la mano de un Rafael Soler que se vierte entero en dos obras gemelas ―El grito y El corazón del lobo― cuyo sino era acabar fundidas en un solo libro.

«Y mamá tenía una estampa en el misal que se veía todito todo de malos que eran, y un churretón de sangre negra mojándole la cara porque iba a morirse por nosotros».

La Transición como libertad, como escape no se sabe muy bien a dónde, ahora sí, ahora ya se puede, ¿pero qué?, ¿qué hago yo con esta libertad que me viene grande?, ¿cómo domo yo a este potro salvaje?

«Había un calor dentro, persistente, y el amoroso tacto de la sábana, y algo más que no acertaba a describir, un bienestar arrullador mientras pensaba preocupada qué ocurriría si él, tres de la mañana, se levantaba por agua y la veía con la boca abierta, roncando, hecha una bruja de ojos legañosos y pelo. estropeado». 

El discurso es desasosegante, habla él, habla ella, piensan, los dos buscan una salida imposible de tan obvia, no hay tregua en esta huida hacia delante que Rafael Soler narra con la brillantez de los inspirados. 

«Y ella, dios, la pequeñaja, minúscula Fanny preparando un baño gel de espuma, jugando a ser mayor porque dolía, sí, dolía, y entonces qué, cómo au revoir, dónde me dejas, bribón de siete suelas».

Las dos novelas están contadas con la desesperación del poeta que siente demasiado, un poeta que lleva sobre sus espaldas el peso, en este caso, de una Transición que todo lo desató. 

«Estaban llegando cuando Alberto, pintor de brocha gorda, se cruzó en su memoria como un ciervo aterrado ante los faros del coche».

En Dos novelas de la Transición he encontrado detalles magníficos, sutilezas de 

madre-mía-lo-que-hizo-este-hombre-hace-cuarenta-años,

se adelantó Rafael a su tiempo, y hay que felicitar a Ediciones Contrabando por rescatar estas dos joyas literarias.

«Bajaron al pueblo del brazo, cogidos como novios, y en silencio. De vez en cuando ―una pitera, la macilenta sombra de algún algarrobo desmochado― el capitán murmuraba una frase corta, de cuchillo, que se perdía entre el polvo sin que Fanny se atreviese a preguntar “¿has dicho algo?”».

Literatura que te deja sin aliento, que te arroja a la escena sin miramientos, y ahí estás, viviendo aquellos días, sintiéndolos, recrea Rafael Soler la atmósfera de su juventud como solo él podía hacerlo.

«Dónde, si no, se metía una maestra de cuenta compartida ―indistinta, como decían en el banco, Alberto Fuensalida Miró y Ana Cuesta Gil indte― y sin trabajo porque ella era S.L., o sea, sus labores».

Con Dos novelas de la Transición consigue Rafael crear el túnel del tiempo perfecto, el lector absorberá, se impregnará de aquel aroma tan peculiar, quien no lo vivió, podrá ahora revivirlo.

«Y entonces ―qué magnífico plan― Ana esbozó una sonrisa que no era una sonrisa, sin cordeles, una pena de dentro que llevaba dentro y allí seguiría, suya, a pesar de la música, y de la dulce torpeza de su Alberto, bailas bailas, como un crío».