Ha pasado ya un año desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador y muchas cosas han cambiado, para bien y para mal.
No sé por dónde empezar o cómo iniciar este monólogo textual.
Lo confieso: anoche el peor enemigo de quienes nos dedicamos a este asunto de la comunicación se hizo presente y me mantuvo por más, mucho más de media hora tratando de darle forma a todas las ideas, realidades y hechos acontecidos en estos 12 meses para compartir con ustedes, apreciadísimos seis lectores y lectoras, mis muy baratas reflexiones a propósito de este asunto del “rumbo” seguido por nuestro país en diferentes aspectos. Todo en tiempos de don Peje.
Maldita hoja en blanco, de verdad, nunca terminaré de odiarte.
En fin. El punto es la incapacidad manifiesta y evidente para iniciar por la nada simple pero bien poderosa razón sobre los temas: incontables, humillantes, hirientes, dolorosos, ofensivos, vergonzosos… molestos.
Pensé poder arrancar con esta innegable polaridad nacional provocada por nuestro líder y escribir sobre las cruentas batallas libradas, en especial a través de las “benditas redes sociales” como él mismo las ha denominado, pero aún no acabo de aceptar los peores insultos surgidos en esta cosa llamada cuarta transformación de la vida nacional. Parafraseando al buen libro, la batalla entre ángeles y demonios (para el caso chairos y fifís, no en ese orden y no con esas cualidades), se libró en los cielos (apocalipsis 12:7). ¿Por qué involucro religión? Porque “gracias a Dios”, nuestro bien amado cuasi redentor adora el cristianismo. Por fortuna, casi de inmediato recuperé el laicismo olvidado por muchos en ejercicio del poder y tomé la decisión de abstenerme. En alguien debe caber la cordura y regreso a mis cabales. Él es un jefe de Estado y debería comportarse a la altura de las circunstancias. Ajá.
Luego me dije “economía”, pero el refrigerador está casi vacío y recuerdo. El porcentaje de crecimiento en tal rubro ha sido casi igual a la fortaleza manifiesta de este escribano para iniciar un régimen de actividad física cuyo resultado ideal sería un cuerpo sano y, quizá, una mente sana: nulo. Los bolsillos de millones en este país están rotos y ahora corrompidos por programas sociales en apoyo a quienes, dicen, no tienen oportunidades. Aquí concateno y recuerdo el lema del despacho de mi amigo Enrique en Soma Contadores (a quienes recomiendo sin empacho alguno): “las oportunidades las generas tú”. Mala idea meterme en camisa de 11 varas (en el medioevo, la camisa era la parte exterior de una muralla entre dos torres, 11 varas entonces era el equivalente a 10 metros de altura; pero si la medida era lineal, entonces hablábamos de 84 centímetros, lo cual implica una prenda de más de nueve metros). Lo cierto es la suficiencia del salario apenas agradecida para la alimentación de mis tres cómplices y las necesidades básicas de los cuatro (su servidor, Morgan, Mamba y Jack), y en ello inscribo el pago de servicios, alimentación, transporte y demás. En síntesis, mi bolsillo estaba vacío y ahora está completamente roto.
En mis pensamientos mal planteados y apenas comprensibles recordé el tema de la salud. Hace algunos meses tuve un predicamento físico y la urgencia obligó a hacer uso del desaparecido “seguro popular”. Esperé dos horas, me revisaron dos especialistas y solo gasté 58 pesos para comprar los benditos medicamentos en la farmacia cercana al hospital general, donde se habían agotado. ¿Molesto? Sí. No podía con mi alma entonces y lo menos recomendable era esperar. Abrí los ojos. Lo mío era, es, un absurdo, pero entonces regreso a esta sangrienta realidad y caigo en la cuenta de los centenares de seres humanos en esta mexicanísima y maltratada tierra necesitados de retrovirales. El “tratamiento” contra el VIH-SIDA puede llegar a sobrepasar los 100 mil pesos, ¿lo sabía usted?
¡A la chingada! Mejor abordaré el tema de la seguridad.
Enfrentamientos encarnizados y enmarcados en apabullantes galones, litros de sangre. Descuartizados, embolsados, amenazados. Heridas, centenares, pus y dolor y olvido y resignación y un mevalemadrismo “ofendido” con la propuesta: abrazos, no balazos. La República amorosa del principio no ha dejado de ser un anhelo, un deseo, una utopía factible solo por la palabra del señor. El problema es el desdén, la falta de empatía, la injustificable necedad de hallar culpables y no por buscar, aplicar y ofrecer soluciones. Pero ellos trabajan y las cifras les importan tantito menos que un carajo por una sencilla y simplista razón: al llegar encontramos este cochinero.
Qué pena.
Para nadie es un secreto la incapacidad mostrada por Don Peje y su barata filosofía de abrazos, amor y no se cuánta tontería más para enfrentar los grandes problemas de este México tan sangrientamente nuestro. Así lo acreditan los Le Baron, Coahuila, Abril… Las voces de miles y miles de mujeres en las plazas, las escuelas, frente a las oficinas: ¡el violador eres tú!
Para más mejor -dice el clásico-. Decido abstenerme.
La gente está feliz, feliz, feliz y muy contenta. Casi como él. Algunas decisiones han sido las correctas…
El problema son los fifís y los chairos. Pero no hay certeza de a quiénes se refiere. Hay dos lugares disponibles para todos los que no somos Morena.
Unos están tocados por la suerte de haber nacido en cuna amable o haber crecido al amparo de terceros. Los otros son los “nacos”, quienes siempre han padecido y sufrido y son víctimas de un conservadurismo sin rostro, pero presente en nuestra amada República.
Desde la comodidad de una “izquierda” envalentonada y al mismo tiempo inútil se gestan las batallas.
Perdone usted la alegoría… a Juárez se la pela el viento.