Diario de campo (Rosario Izquierdo)

Diario de campo me llegó en un paquete junto con cuatro libros más. Eran los tiempos de Constantino Bértolo. Participé en un concurso que él mismo organizó sobre la figura de don Quijote, había premio para tres y entre esas tres estaba mi narración. 

Han pasado diez años. Y a Diario de campo le ha pasado lo mejor que le puede pasar a una obra. Alianza Editorial la ha reeditado. Le ha cambiado el vestido y acaba de sacarla a pasear. El libro es magistral, Rosario Izquierdo no se conforma con contarnos una historia más y se entrega entera en una historia que es humilde, femenina y extremadamente humana. 

La novela ―que tanto mira hacia fuera como hacia dentro― pone de manifiesto las carencias del sistema mediante el testimonio de una rebelde con causa que, a pesar de su «sensación de tiempo perdido», siempre ha estado en la brecha y sigue en ella.  

Por eso no estoy de acuerdo con la protagonista cuando dice: «Te atabas muy pronto a “ese hippy” […], creyéndote una especie de guerrillera antisistema, pero no quisiste atarte a un trabajo estable y mucho mejor pagado que el de tu madre, que hubiera sido lo verdaderamente revolucionario», pues ese trabajo estable con aroma burgués no me parece revolucionario; de hecho, muchas mujeres tienen «trabajos estables», de esos que las «atan de por vida a cualquier institución», y a mí ese camino me sabe más a sumisión que a revolución.

Supongo, entonces, que la protagonista habla de una revolución interior, de la posibilidad que tuvo de luchar contra su rebeldía, contra su «fobia a cualquier cosa que oliera a burocracia», y de esto trata esta novela, de las personas y sus conflictos.

Cuando la socióloga que protagoniza Diario de campo nos dice que «todo lo que podrá conseguir este trabajo será […] informar en los despachos de arriba sobre lo que esta población necesita», está denunciando una diferencia de clases abismal, y ella misma está abajo, tan abajo como para colarse espontáneamente en su propio estudio, autoanalizarse, contestar a su cuestionario y trazar su mapa de relaciones.

Dice la protagonista: «Quiero saber qué va a hacerse con lo que he dejado escrito, qué utilidad tendrá, cómo va a difundirse y si de verdad podrá contribuir a cambiar algo que debe cambiarse», y digo yo que alguien que piensa así ya está cambiando lo que debe cambiarse.

Diario de campo no quiere ser una novela al uso, la España que está en riesgo de exclusión social merecía algo más y Rosario Izquierdo ha sabido encontrarlo.

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