Me escriben de la Concejalía de Cultura. Me preguntan si quiero hacer algo el Día del Libro. La propuesta me extraña. La pandemia aún está aquí. Pero se permiten actos culturales con reducción de aforo. Acepto. Podría ser un buen momento para empezar. Fingiremos. Intentaremos convencernos. Intentaremos convencer al público. De que la normalidad está regresando.
Calpe está vacío. Todo el mundo lo dice. No hay que avergonzarse. Personas que en esta época suelen estar aquí, no están. Invito a mis amigos al evento. Y no están. Lo bueno de este asunto es que las ventas se disparan. Invitas a alguien que no está y enseguida compra el libro. Buena gente.
No nos engañemos. Calpe está vacío y nosotros estamos tocados. La pandemia pasa factura. Tenemos menos dinero, menos ánimos, ¿menos tiempo? Los que trabajan, trabajan más. Los que no trabajan, se mueven menos. Algunos están muy ocupados. Agobiados. Otros no saben ni cómo están. ¿Desconcertados?
Día del Libro. Charla literaria. Los amigos salvan el evento. Incluso viene un gracioso. Antes de empezar mi monólogo, pongo el temporizador. Treinta minutos. Para que la charla no se alargue demasiado. Suena enseguida. Les pregunto si sigo o nos marchamos. Unanimidad. Sigo hablando. Digo algunas tonterías. Me ocurre siempre. No soy perfecto.
Decidimos finalizar el acto cuando el gracioso empieza a ponerse pesado. Firmo unos cuantos libros. Bastantes, dadas las circunstancias. Los asistentes me dicen que se lo han pasado bien. He de decir que yo tenía una ventana a cada lado y soplaba una brisa fresquita-fresquita. Por eso me puse la cazadora. Por eso salgo en la foto con la cazadora. La foto la firma Cristian S. Un genio.
Me había preparado una chuleta. Para que no se me olvidara nada. Pero al final dije cosas que no tenía que decir. Y no dije algunas cosas que sí tenía que decir. El directo. Tenía que haber seguido el guion a rajatabla. Si empiezas a improvisar, pasa lo que pasó. Aunque no estoy descontento, soy consciente de mis errores. Si mañana repitiese el evento, saldría un poco mejor.
La falta de práctica. Estamos oxidados. Cuando haces tres o cuatro presentaciones seguidas todo fluye sin esfuerzo. Claro que yo hago presentaciones personalizadas todas las semanas. Incluso hay días que hago dos. Si en la tienda entra alguien con interés por los libros, ahí va el que escribe a darle la tabarra. A veces me tiro media hora hablando con un/a lector/a. A saber qué piensan.
Es un vicio. Vender mis libros se ha convertido en un vicio. En una obsesión. La semana pasada llegó un lector. Venía a por 2222. Decidido como pocos. Había leído El séptimo sentido y quería más. Este lector se llama Jose y es un tipo estupendo. Nos pusimos a hablar y terminó llevándose también La extraña curación de Marta.
Los lectores son los cómplices indispensables del escritor.
Qué gente tan estupenda son los lectores.
Los adoro. Os adoro.