Detesto el sarcasmo…

Un colega tuvo recientemente la invaluable oportunidad de entrevistar, con otros, a la maravillosa ex titular de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Magdalena Mayorga, y comentaba lo bien que luce la flamante y querida candidata hidalguense al Senado de la República.

Y cómo no había de ser así si cada día, desde que se decidió a participar por una curul en eso que llaman la cámara alta, ha tenido la oportunidad de hacer lo que siempre ha disfrutado: estar cerca de la gente, porque ella nació para el servicio público y también para ayudar a todos los seres humanos que hay en los alrededores cercanos y lejanos.

Esa es la actitud, por supuesto, y el ímpetu -me atrevería a agregar- casi tan férreo y omnipresente como el mostrado por el abanderado de su partido a la grande, a la sillota que ora ocupa un gran hombre, un estadista como pocos y un activo insustituible para nuestra maravillosa y mundialmente envidiable y justa democracia.

Así es, me refiero a don enrique peña, quien recientemente demostró de qué está hecho al responderle bien y bonito al gringo del norte y su maquiavélica pretensión por “militarizar” su frontera. Faltaba más. Tuvieron que pasar más de cinco años para descubrir el valor, la fortaleza, el compromiso y el patriotismo, pero eso es peccata minuta.

Lo importante es que no estamos solos y que la patria ya no cuenta solo con 22 personajes comprometidos desde ya para demostrar lo mejor de nosotros al mundo en una importantísima justa deportiva al otro lado del planeta, sino con todo un grupo de honorables dispuestos a renunciar a todo para servir a México.

Con tendencias izquierdistas, derechistas, populistas o centralistas, como sea, pero todos convencidos de lo que son y dispuestos a morir y dejarse desollar vivos antes de siquiera hacer ojitos a otro color o tendencia. Es innegable. Si algo tiene nuestra amadísima clase política es coherencia, convencimiento y, lo mejor, “altura de miras”.

Pero eso es lo de menos en este momento, lo que importa es lo bien que discursa José Antonio: el porte, el arrojo, el conocimiento y la convicción que como priista de cepa tiene para enfrentarse a cualquiera sea el encargo y doquiera esté el enemigo porque, no lo dude, en esta política tan nuestra los hay y por montones.

Ya ve usted a toda esa bola de despiadados y venenosos compatriotas quejándose de las instituciones electorales porque decidieron que don bronco (como quiera que se llame) tiene los talentos y el talante para aparecer en el pedacito de papel que usaremos los ciudadanos el 1 de julio para elegir de entre esa quintilla la mejor opción para guiarnos otros seis años.

Pobrecitos nuestros amigos del Tribunal Federal Electoral. Tuvieron que enfrentar el denuesto de algunos que no entienden lo difícil del trabajo independiente, ajeno a cualquier tipo de interés y pensado básicamente en el bien de la colectividad. José Luis Vargas, Indalfer Infante, Mónica Soto y Felipe Fuentes son quienes atinadamente dieron el sí a la figura norteña porque debe estar en la boleta, aun cuando su decisión alentara las críticas y dudas a propósito del papel de nuestro mil veces honorable tribunal.

Desafortunadamente, hay quienes solo atinan a ver la paja en el ojo ajeno y de todo se quejan: la actriz candidata, la decisión unilateral, el funcionario dispuesto a aprender y hasta el manotazo de una por el desprecio del otro. Con nada están contentos.

Ya ve usted, ayer mientras todo mundo estaba escudriñando este asunto del norteño, en la cámara de diputados federal aprobaban la Ley General de Comunicación Social y apenas unos cuantos bendecidos entendedores de la política (los que dicen que saben) empezaron a señalar y a decir y a nombrarla como la ley del chayo. Ya la enviaron al Senado para su “discusión” y “aprobación”.

De hecho hay verdaderos malos mexicanos diciendo cosas como que “incentiva el uso proselitista de la publicidad oficial”, “permite la ineficiencia y discrecionalidad en el uso de los recursos”, “centraliza más el control del gasto en publicidad oficial” y “no fomenta el pluralismo y la diversidad”, entre otras aberraciones más.

¿Por qué somos así? Qué triste…