Foto de Iraís García
La muerte ha estado íntimamente ligada a nuestro México lindo y querido desde siempre. En cada cultura, región y zona de este país cuenta con un apartado especial y la aseveración se confirma precisamente en estas fechas en que esperamos el regreso momentáneo de quienes se nos adelantaron.
Es cierto, hablamos de los fallecidos y no nos burlamos de quien les cobija, por eso a la mente llegan imágenes de platillos típicos y bebidas espirituosas, papel picado, fruta, dulces, juguetes, agua y sal. También música, también sonrisas y recuerdos, agradables o no, pero recuerdos al fin y al cabo.
Qué pena. Ojalá el binomio México/muerte se refiriese exclusivamente a la visita de nuestros seres queridos, pero para nuestro infortunio, la triste y penosa realidad es otra.
Entre todas las amenazas a los intereses vitales del hombre, la amenaza a su libertad tiene una importancia extraordinaria, individual y socialmente. En contraste con la opinión, muy difundida, de que ese deseo de libertad es resultado de la cultura y más concretamente del condicionamiento por el aprendizaje, hay bastantes pruebas que indican que el deseo de libertad es una reacción biológica del organismo humano…
El Estado Mexicano ha fallado y su falta de pericia, compromiso, capacidad e inteligencia han provocado el surgimiento de cientos de letreros por todos lados demostrando y evidenciando el hartazgo y desconfianza de la población: “delincuente, si te agarramos te linchamos” (palabras más, palabras menos).
Incluso la Iglesia Católica ha visto la paja en el ojo ajeno y recientemente afirmó en la editorial de su semanario “Desde la Fe” que el país está en llamas por la violencia y algo que calificó como una ola criminal.
Si una institución con oscuros asegunes, episodios cuestionables sobre el actuar de sus miembros y una credibilidad cada vez más depreciada, es capaz de señalar y juzgar la innegable incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de la ciudadanía y, por si fuera poco, pedir “restablecer un ambiente social de fraternidad y justicia”, entonces debemos reconocer que tenemos un problema y es bastante serio.
Las cifras son bastante elocuentes: una década en México tiene una equivalencia de 184 mil muertos, 27 mil desaparecidos y alrededor de 280 mil desplazados. Peor aún resulta que el propio Consejo Nacional de Seguridad Pública reporte un aumento de casi 40 por ciento de la violencia con respecto a 2015, así como más de 12 mil homicidios y casi 3 mil 400 víctimas en el mismo lapso.
¿Quihubo?
El hombre está dotado de una agresión potencial que se moviliza ante las amenazas a sus intereses vitales. Pero ninguno de estos datos neurofisiológicos está relacionado con aquella forma de agresión que caracteriza al hombre y que no comparte con otros mamíferos: su propensión a matar y torturar sin ninguna “razón”, como un fin en sí, un objetivo que se persigue no para defender la vida, sino deseable y placentero en sí…
La gente está harta y los que administran y disfrutan del poder, como siempre, pretenden y apuestan al olvido. Mientras enrique peña (sí, en minúsculas) dice que el aumento de la incidencia delictiva “está focalizada” sólo a 50 de los 2 mil 500 municipios de México, en la entidad de la que surgió aumentan los crímenes contra mujeres, al igual que los homicidios y los robos y los asaltos, hechos que, como siempre, son minimizados por los gobiernos locales (y también estatales a nivel nacional) y vistos solo como cifras sin apellidos y familia.
Para ellos, que cuentan con la inmejorable seguridad del Estado Mayor y/o todo un séquito de policías federales, estatales o municipales a su servicio y el de los suyos, la percepción de la gente con respecto a la violencia es una exageración.
Y es una pena que no sepan leer, porque por eso hay cadáveres abandonados en vías de comunicación y personas amputadas y cuerpos molidos a golpes apareciendo por todo el territorio nacional.
Quienes son responsables directos de salvaguardar la integridad física de la población están más preocupados por atender los requerimientos del partido que las urgentes exigencias de la ciudadanía.
La anatomía de la destructividad humana, de Erich Fromm (España, 2000, XVII edición), es un excelente texto de análisis que, por supuesto, nuestros estetas de la política nacional en cualquiera de sus tres niveles, evitarían leer: a nadie le gusta enfrentar su realidad y menos cuando uno se ha acostumbrado a mentir y vivir de la lisonja con terribles dolores en las rodillas y la espalda baja.
Pero yo no quiero olvidar. Maldito sea si olvido. Quiero representarme mentalmente cada día y cada hora del pasado. Eso crea un odio potente. No quiero olvidar ninguna humillación, ningún menosprecio, ningún gesto arrogante. Quiero pensar en todas las bajezas que me hicieron, todas las palabras dolorosas, intencionalmente dolorosas, que me dijeron. Quiero recordar todos los rostros, todas las experiencias, todos los enemigos, quiero cargar mi vida entera con toda esa asquerosa basura, con toda esa masa acumulada de recuerdos asquerosos. No quiero olvidar; pero lo poco bueno que me sucedió, eso sí quiero olvidarlo…
Me dueles, México…