Del peligroso camino hacia uno mismo

Imagen: Del Porfirismo a la Revolución David Alfaro Siqueiros.

 

En la entrega anterior afirmé: América se inventó (creó) a sí misma. Pues bien, ahora aclararemos cuál es el sentido de dicha afirmación.

Todo Estado-Nación se encuentra en una interminable búsqueda de sí mismo, de hacerse una identidad y, con ello, lograr distinguirse del resto. Toda Nación busca concebirse –y que la conciban– como una nación única e irrepetible. Es más: la historia de México, y de toda Nación, es la historia de esa búsqueda, de esos intentos por llegar a ser plenamente.

México, por supuesto, no es la excepción, sólo que la búsqueda de los mexicanos es muy particular. Ya dijimos que el ser-mexicano niega su origen, y que éste intenta crearse a sí mismo. Pero para llegar a ser hay que pelear y vencer a los demonios que nos persiguen y nos habitan.

Es necio entender al mexicano como fruto de la cultura prehispánica meramente, o de la española, porque el mexicano no es ni una ni otra por separado. El mexicano es el resultado de la grandeza de ambas culturas. Ambas estirpes, al unirse, dieron paso a una nueva raza huérfana, sí, sola; pero también orgullosa y fuerte. Así, la Conquista, pensada ya con la sapiencia que sólo brinda el tiempo y la distancia, fue, no nada más sometimiento, sino también enriquecimiento y complementación.

Puede que el camino hacia uno mismo sea largo, agotador y, sobre todo, doloroso. Pero, a diferencia de Paz, quien dijo que: “La ‘Grandeza Mexicana’ es la de un sol inmóvil, mediodía prematuro que ya nada tiene que conquistar sino su descomposición”, considero que el mexicano aún tiene algo que conquistar, conquistarse a sí mismo. De hecho, podemos decir que el mexicano ya ha intentado –no logrado cabalmente– conquistar y empoderarse de su ser y su destino al menos en tres ocasiones: en la Independencia, en la Reforma y en la Revolución.

La Independencia fue el primer intento del ser-mexicano por comenzar a crearse su propio camino. Y ese es el comienzo del nacionalismo mexicano. No obstante, el problema más grande que enfrentó –y enfrenta– México es que, aun como “Nación independiente”, sigue aspirando a ser –y esto es culpa de la gente en el poder– un país a la europea o a la estadounidense. Y es ese afán precisamente lo que nos ha llevado –desde entonces– a permanecer en un estado de crisis como Nación.

El modelo europeo, tomado como arquetipo, se le quiso aplicar a una sociedad que aún estaba lejos de estar preparada para dicho cambio. Sí, la creación de una constitución que declarara la igualdad de los hombres por ley y la implementación de la democracia como forma política estaba en boga en el siglo XIX. Incluso podemos decir que la política reformista buscaba reemplazar la función unitaria del catolicismo; pero a deferencia de aquél, dado el contexto del país, ésta no logró su cometido de unificación.

Decir que México, por haber adoptado una estructura político-económica extranjera con aras de llegar a ser un país como los que conforman aquel continente, o como su vecino del norte, no lo hace igual a ellos.

Es bien sabido, sin embargo, que los gobernantes no son el pueblo, no realmente, si hablamos de los mexicanos –con exclusión de los que componen la “clase política”– ellos no buscan ser como tal o cual país, son fieles a su tierra y a sus costumbres, o sea, a sí mismos. Y, sin embargo, ellos son los que siempre han pagado las maniáticas aspiraciones de los políticos.

Por ejemplo, aunque se le llegó aplaudir su empeño por modernizar al país, Porfirio Díaz, a su vez, hundió y marginó a la mayoría de la población en la misma medida en que iba cumpliendo dichos propósitos. No es que fuera mala –en sí misma– la política liberal-positivista, sino que no correspondía con el momento histórico del país. Aun así, ese fue el segundo intento de México por consumar su ser.

Mas fue la Revolución el estallido del auténtico ser-mexicano, puesto que este movimiento ya no fue pensando ni hecho hacia afuera, sino en la entraña de México. Es verdad que a la voluntad de ser del mexicano se le opone su miedo a ser; sin embargo, la justa revolucionaria vino justamente a mostrar que, al final de la contienda, la voluntad de ser venció. La Revolución fue el intento del mexicano por reconciliarse con su pasado, por aceptarlo y comprenderlo como parte constitutiva del presente. Ser comenzó a significar: soy en virtud de lo que fui.

Y aun cuando pareciera que no se ganó gran cosa con la Revolución, como tampoco lo ha logrado la política liberal que sigue operando en nuestros días. Bien apuntó O’ Gorman, eso no debe confundirse “con la independencia ontológica que presupone un desarrollo original y autónomo”. Y eso fue lo que nos mostró, a costa de sangre, sudor y llanto, la Revolución: la evidencia de que México, como cada Nación, tiene el poder de crearse y re-crearse a sí mismo.