Del escritor mexicano, su valor y otra forma de leerlo

In Memoriam

Javier Valdez Cárdenas.

“Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio”.

Desde ya hace muchos años he resaltado el poder y la importancia que tiene la palabra. Sin embargo, pareciera que aún es necesario recordar, que con ella se puede llegar a un acuerdo, se puede mejorar una idea pero, la palabra, en una mente enferma y necia, puede hacer todo lo contrario, siempre con el fin de beneficiarse a costas de otros.

Son muchos los sociólogos, filósofos y pensadores que han discutido el deber ser de la palabra, de sus objetivos y su alcance en distintas sociedades, tanto letradas como ignorantes. Pero son pocos los que han decido abundar sobre quien hace uso de ella. Y es que, no es nada fácil ser quien tenga que informar, guiar u opinar de forma escrita.

Si vives en Noruega o Finlandia no debes preocuparte por ejercer como periodista, columnista o editor de algún medio impreso o televisivo, sin embargo, nuestro querido México, este país en el que se presume de un amplio catálogo crítico, mientras le quitan su programa a Carmen Aristegui sin razón legítimamente comprensible y le da cobertura a un tal Callo de Hacha, este México, supera a Irak, Siria y Pakistán en asesinatos a periodistas, países que están en guerra, ¡EN GUERRA!

Y es que, si ya de por sí andar por la calle a los mexicanos nos da miedo, ahora hay que imaginarnos el valor de aquellos que van mucho más allá de lo que su profesión les pide y deciden, escribir, criticar y opinar, sobre el narco, la violencia, y la decadencia del Presidente.

Quienes escribimos somos conscientes de la responsabilidad que ello conlleva, no podemos afirmar cosas que no nos consta, no podemos criticar basándonos en las apariencias, pero sobre todo, debemos cuidar el respeto de quien opinamos, no meternos con terceros. Hacer esto es fácil, lo lamentable es que, el lector se sienta identificado con la crítica y la tome personal sin razón alguna.

Los malos entendidos o las incomodidades provocadas por los periodistas o los columnitas, pueden llevar a las agresiones virtuales, amenazas o peor aún, la muerte. Ese final que encontraron en este año Cecilio, Ricardo, Miroslava, Maximino, Filiberto y Javier.

En México la verdad siempre ha incomodado, desde el lector que se identifica hasta quien ocupa el cargo de Presidente, nadie está exento de la búsqueda clara y exacta de la verdad. Hablar de los temas que nadie quiere hablar, escribir sobre lo que todos tienen miedo de escribir y defender lo poco que nadie quiere defender es un deber muy complicado, un deber que te puede desaparecer.

Hoy, son pocos los que se atreven a hacerlo, a otros se le ha mostrado un poco de la fuerza de las influencias entre la esfera política y ya no escriben. Algunos, desde los rincones más olvidados y con la pluma más desgastada escriben mientras se esconden, acuchillan la ignorancia en el anonimato. Pero dentro de pocos años, quienes con letras firmes y duras han defendido su crítica, ya no estarán  y todo esto terminará.

México podría convertirse en un lugar seguro para los periodistas y los escritores, solo cuando estos se acaben, y no estamos muy lejos de que eso pase.  Si ya de por sí, no leemos, no escribimos, ¿quién de las juventudes Milleniales y siguientes, se atreverá a cuestionar las prácticas corruptas, violentas y degeneradas de los gobiernos y de quién los dirige? Nadie, entonces, colorín colorado.

Enrique Peña Nieto anuncio que se comprometerá –como casi siempre- a hacer valer el Estado de Derecho y que ­­–según- garantizará de manera completa la seguridad para los periodistas; sin embargo, al otro día en un evento, le hizo revisión completa a todo reportero o periodista presente. ¿A quién deben revisar? ¿Al que escribe? ¿O al que carga un arma consigo?

Podríamos señalar las incongruencias de la actual administración en contra de la libertad de expresión, pero aquel Presidente que no hace nada por evitar más asesinatos, no solo de periodistas, sino también de civiles, no merece mayor realce en esta columna.

El escritor mexicano se enfrenta a una de las peores crisis de la que este país puede tener, y es la de la ignorancia. Si algo no comprendemos, lo primero que hacemos es cuestionar en lugar de investigar, si una palabra es altisonante respondemos con una vulgar y así con todo lo poco –o mucho- que leemos por ahí.

Si vamos a leer, estamos condenados a respetar el trabajo que se nos presenta, comprenderlo y reservarnos nuestra opinión. Si por el contrario, lo que leemos es curioso, o nos mueve el tapete, respondamos,  de una forma crítica, sensata y responsable.

Podemos crear un debate en torno a un ensayo, una nota o una columna, todo buen escritor –por pequeño o grande que sea- siempre estará dispuesto a defender lo escrito y recibir observaciones.

Si queremos leer y luego criticar, hagámoslo, mediante la palabra escrita o disertada que son las únicas formas de explayar nuestro conocimiento de forma correcta. Todo lo demás queda a un lado, aquel que piensa que con la violencia se resuelven las cosas está muy equivocado, se equivocaron con Cecilio, Ricardo, Miroslava, Maximino, Filiberto y Javier.

Hoy, lejos de ser víctimas, son héroes, que demostraron que nuestro trabajo, nunca acaba. Ellos tal vez dieron mucha lata en vida, pero hoy, le pese a quien le pese, siguen dando de qué hablar, y así seguiremos, recordándolos y escribiendo por ellos, hasta que capturen a los responsables.

No se puede matar la verdad matando periodistas, dice mi profesor, el Dr. Raúl Figueroa, que quien usa la violencia es porque se la ha terminado la inteligencia.

Desde este espacio, solicito la mayor intervención de la sociedad, para comprender y respetar la noble labor de quienes escribimos, del Gobierno Mexicano, para protegernos y respetarnos y, de nuestros colegas, que, aunque no nos conozcamos, nos leemos, y ellos basta para unirnos contra quien nos silencia, nos desaparece y nos asesina.