Dejemos el pesimismo para tiempos mejores

«Escribir es siempre inmoral, y más cuando se hace entre temblores amarillos o muy diversos, que es la realidad literaria diaria de Diego Medrano y la mía propia (condición indispensable del experto en islas, aislamientos, en trances diversos de su existir; algo que Napoleón tenía muy claro: “La independencia, igual que el honor, es una isla rocosa sin playas”)».

De esta manera nos introduce Leopoldo María Panero en este Dejemos el pesimismo para tiempos mejores, una bendita obra maldita. Presentaré a Diego Medrano afirmando que es un monstruo literario. Si la salud semántica de este planeta fuera no buena sino regular, este exquisito libro hubiera conocido cuarenta ediciones como poco. No se ha agotado ni siquiera la primera, lo cual demuestra el bajo nivel lector.

Me dice mi lector imaginario que a algunos lectores les va a molestar esta afirmación. Me dice también que, aun así, algunos podrían adquirir la obra para aplacar su curiosidad o con la idea de escribirme después para decirme que ni siquiera han conseguido terminarla. Aunque —sigue diciéndome mi lector imaginario— tal vez no lo hagan, pues de esa forma se pondrían en evidencia: no les ha gustado porque su nivel lector es una birria.

«Decía cosas del tipo: “Mi literatura es muy de imágenes, por razones estéticas, pero también por convicción propia”. Citaba a Federico Luppi en Lugares comunes: “El saber provoca mucha tristeza”. Aseguraba que la Cultura, con mayúscula, era algo incierto y, en todo caso, “siempre aquello que no sé. Cultura es todo lo que no sé”».

Probablemente, algún día alguien rescatará la obra de Diego Medrano. Quizá en 2222. Y entonces podrán leer esta crítica. En mi última novela (aún inédita), un escritor le dice a otro: «La Literatura es eso que puedes leer una y otra vez». Pues bien, Dejemos el pesimismo para tiempos mejores es Literatura. Y, la verdad, de muy pocas obras puedo decir eso. De muy pocas.

Medrano es un ser social que sin embargo no encaja con exactitud en el puzle ciudadano. Se podría pensar que Medrano —al igual que Kafka— no sabe huir de sus demonios. Se podría pensar —incluso— que Medrano disfruta sufriendo entre unas gentes que dan sentido a su vida y al mismo tiempo le perturban. Se podría pensar —finalmente— que Medrano es el último producto de una sociedad que agoniza.

Su literatura se alimenta de literatura. Su prosa es la suma de todas las prosas. Su musicalidad, el cuadrado de mil literatos. Su tono, el denominador común de sus poetas muertos. Su ritmo, el de un pasodoble trágico. Un estilo ineludible, irreverente, irrevocable.

Cuando el lector se enfrenta a Medrano, se enfrenta a sí mismo, pues más tarde o más temprano a todos nos espera «El hogar, helado y cercano, después de ese punto en que todo es puro esfuerzo y total repetición».