En la discusión sobre la naturaleza del lenguaje poético, un cambio importante consistió en considerarlo como una expresión y ya no como un reflejo de la realidad. Este cambio en ha enriquecido la perspectiva teórica y, a través de ella, el repertorio de recursos de los poetas. Y ha confirmado lo que los poetas ya sabían: sus obras tienen fines y un orden diferentes de los que pueden tener textos escritos en el lenguaje común o el científico.
Desde el Modernismo, el ejercicio crítico forma parte del trabajo del poeta, de manera que le exige manejar nociones teórico-metodológicas académicas, ampliando así su repertorio de recursos, aunque el recurso principal está en su intuición, sin la cual el andamiaje crítico termina por estorbar y aun esterilizar sus intentos de hacer poesía.
Cuando Julia Kristeva señala en su Semiótica (Fundamentos, 1981) un obstáculo en el estudio de “la morfología propiamente poética”, menciona la “vulgaridad” en que se convirtió el cambio de la noción del lenguaje poético como reflejo de la realidad por el de “desviación del lenguaje normal”; y a su vez propone reemplazar “reflejo” por “expresión”, anotando el término entre paréntesis. Más que sustituir una palabra con otra, plantea construir otra visión del lenguaje poético, que no traicione su naturaleza.
Una naturaleza compleja y diversa; se refiere a su carácter secundario con respecto al lenguaje natural, del que toma elementos. También, a la existencia de un orden diferente en esos elementos, organizado en niveles de época, región, autor, etcétera. Y se refiere a su historicidad, que la vincula a las condiciones materiales de su producción, como todo lo hecho por la humanidad.
La Poética entendida como disciplina con tendencia a lo científico, debe asumirse como general y como parte de la Semiótica, según señala Jenaro Talens en Elementos para una semiótica del texto artístico (Talens et al., Cátedra, 1980, pp. 59-60), apoyado en Kristeva y otros autores.
Este conocimiento sirve a los críticos y a los escritores. Como herramientas para su trabajo de estudio y para ejercer una lectura crítica de su propia obra y las de otros poetas, respectivamente. Señala que no hay una diferencia esencial entre analizar cómo se escribe un poema, por ejemplo, analizar cómo funciona y significa un poema ya escrito”. Pero reconoce que “la práctica artística (…) plantea algunos problemas específicos, diferentes de los planteados por la lectura-interpretación”.
En México, además de las facultades de Letras en las universidades del país, una vía para la introducción de las innovaciones literarias se dio en los talleres que durante las últimas dos décadas del siglo pasado se establecieron en las casas de cultura de diferentes ciudades en varios estados.
Los talleres difundieron el uso de un mínimo aparato teórico para el análisis de texto de narrativa y en verso que, además de convertir a los miembros del taller en lectores especializados, desplazó el abordaje impresionista de los textos. Había y hay en diversas regiones del país concepciones de la poesía desfasadas del presente. Dicho aparato incluye nociones de lingüística y semiótica, modelos de análisis de textos literarios y otras lecturas teóricas que, junto con la lectura de obras literarias, aportan elementos valiosos para la formación de los escritores. Como podía esperarse, las prácticas tallerísticas desplazaron a las viejas nociones de poesía como algo basado solo en la inspiración y otras vaguedades y en relación con el lugar del poeta en la sociedad. Por otro lado, desde las aulas, la academia ha contribuido a modernizar el oficio del poeta en las regiones donde la tradición ha consagrado ideas de la poesía asociadas a idealizaciones que distorsionan el conocimiento del trabajo poético.
Una de las deformaciones consiste en la idea de que el lenguaje poético refleja la realidad, pues en ella subyace una noción estática de lo real, a la que escapan los aspectos más interesantes del proceso creativo. Especialmente los relacionados con la autonomía literaria, pues desde la perspectiva semiótica se pasa de la relación mecánica entre lo real y lo verbal a una relación dinámica, que considera la productividad del lenguaje poético como elemento fundamental del proceso creativo.
Ciertamente, los poetas pueden seguir escribiendo y escriben poesía sin echar mano, al menos conscientemente, de herramientas críticas, confiados en su intuición. Sin embargo, ello les impide darse cuenta plenamente de lo que están haciendo, conformándose con el acercamiento intuitivo. Insuficiente para las exigencias de la escritura poética actual, que reclama el manejo del lenguaje de la crítica, el lenguaje normal y el lenguaje poético.
Como expresión de la realidad, este lenguaje produce esa misma realidad, participando en su construcción y en su percepción. Así la creatividad encuentra una formulación adecuada al carácter activo del lenguaje poético, que no solo refleja sino que produce una realidad diferente. Intraducible e irrefutable en su fragilidad verbal.