Cuento»Vidas espejadas» por Silvia Rodríguez

“Solo tenemos una doble vida

doble vida

todos tenemos una doble vida

siempre quisimos esta doble vida”

Soda Stereo

 

Eran muchos los años que llevaba en esa rutina. Últimamente se sentía enredado en los hilos del telar que él mismo había tejido cuidadosamente a través del tiempo.

Bebió el café parado junto a la mesa de la cocina. Mientras leía los titulares del diario tuvo un deja vú, hubiera jurado que ya conocía esas noticias. Estaba apurado, tenía que llegar temprano a la oficina porque había muchas cuestiones que resolver y lo debía hacer él, después lo esperaba el viaje, como todos los lunes. Mientras lo pensaba, desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de Sandra: “No puede ser que todo lo tengas que hacer vos”.

Eso también  se lo había dicho Teresa.

La noche anterior habían tenido una fuerte discusión. Sandra pretendía que delegara en otros sus asuntos y  se había confabulado con el hijo para hacerle creer que no lo veían bien, que necesitaba un descanso. En los años que llevaban juntos nunca le había hecho planteos acerca de su exagerada dedicación al trabajo. Él debía ser muy organizado con los horarios, con los viajes entre las dos ciudades y los días que pasaba en cada una. Era la única forma de llevar adelante su vida y sus ocupaciones. Ella compartía su sentido de la responsabilidad, pero ahora, por primera vez, quería que consultara un siquiatra, como si  él estuviera loco.

Dejó la taza en la pileta e hizo sonar las llaves del auto para asegurarse de que las tenía en la mano. Después buscó el celular. Esa noche lo había dejado cargándose, pero no lo halló. Revolvió entre los papeles del escritorio, abrió y cerró cajones sin encontrarlo, entonces decidió marcar el número desde el teléfono fijo para escucharlo. La llamada le llegó lejana y débil, venía de la cocina, más precisamente de la heladera. Sin poder creer que su familia hubiera llegado a tanto la abrió. El aparato estaba allí en un anaquel de la puerta, junto a la manteca. Sintió que, con su carcajada estridente, se burlaba de él.

Ya estaba muy atrasado como para pedir explicaciones a Sandra, pero a la vuelta lo haría. Sacó el auto y se saludó con el vecino que salía a correr. Lo miró con cierta envidia, era algo que él hubiera querido hacer, y también con extrañeza porque a esa hora, habitualmente, lo veía llevar los chicos a la escuela. Anduvo unas cuadras hasta que se percató de que  transitaba muy tranquilo y que no había escolares en la calle como todos los días. Por las dudas consultó su reloj, todavía no eran las ocho, seguramente no habría clases por algún motivo,  qué raro que el diario no lo dijera.

La ciudad se despertaba tarde ese día, había poco movimiento. Al pasar por la iglesia observó que entraban unas mujeres y se dijo que nunca había notado cuánta gente de misa diaria hay aún.

Durante el recorrido comprobó que los comercios no levantaban sus persianas,  que no había camiones proveedores en las calles y que las oficinas públicas estaban cerradas.

Cuando leyó por fin, en el reloj del auto, que era domingo tuvo que admitir que Sandra tenía razón, estaba agotado. También Teresa se lo decía.

Teresa y Sandra, las coprotagonistas de su mejor ficción.

En un principio urdir la trama le producía una gran emoción, el corazón le palpitaba de prisa en una mezcla de alegría y miedo. Había sido como crear una obra de teatro que él protagonizaba y dirigía en dos escenarios diferentes y con dos elencos.  Pero ya había durado demasiado. No ignoraba  que la puesta en escena algún día iba a terminar, aunque ahora no sabía cómo hacer para llegar al final. Revelar la verdad era la única forma, también la más dolorosa. Hubiera deseado ser descubierto para no tener que tomar él la decisión de escribir la última palabra de la historia.

Porque había sido un relato hilado por él, construido ingeniosamente. Un juego de simetrías en el que todos los detalles debían ser cuidados para que no se revelara el engaño. Las dos casas eran como escenografías similares. Las mismas cortinas blancas en las ventanas, igual olor a pino en los baños y los mismos productos en las alacenas ayudaban a que no hubiera confusiones.

Teresa y Sandra, sus grandes amores, usaban el perfume que él les regalaba y veían, con él, las mismas películas.

Detuvo el auto frente a un parque. Era domingo, debía volver con Sandra y el lunes iría con Teresa ¿o la inversa? Tantos malabares a través del tiempo lo tenían confundido.

Teresa y Sandra y sus vidas espejadas.

El azar hizo que se conocieran en la sala de espera de un consultorio médico. Ambas, coincidentemente, leían Ardiente paciencia, libro regalado por él. A partir de esa casualidad los hilos sueltos se anudaron y descubrieron muchas otras coincidencias en sus vidas, incluso a él.

Teresa y Sandra dejaron de ser ardientes,  perdieron la paciencia y comenzaron a tejer, ellas, la continuidad de la historia. Acordaron mantener el mismo estado de cosas condenándolo a continuar inventando engaños hasta su último día.

 

 

Semblanza:

Silvia Rodríguez. Nacida en La Plata, Argentina, donde resido. Docente y Capacitadora de Educación Nivel Inicial. Formada como Coordinadora de talleres, participante del Taller de Escritura creativa Espacio de la Palabra de La Plata. Participante de Encuentros Nacionales de Talleres de Escritura Creativa, Lectura, Interdisciplinarios y de Narración Oral. Escritora de Narraciones publicadas en Antologías de Argentina y España, revistas literarias y páginas Web. Autora del libro de cuentos Pájaros de Papel editado en 2009. Participante en Certámenes literarios nacionales e internacionales con diversos premios y menciones en narración y poesía, entre ellos: Mención de Honor 2008, género cuento en el V Concurso Internacional Hespérides. Cuentos seleccionados para espectáculos de Narración Oral.