Cuento «Visiones» por Ruth Escamilla Monroy

Un poco nos queda…No hacemos más que guardar

nuestras casas. No se han de adueñar de los almacenes,

del producto de nuestra tierra.

Aquí está vuestro sustento, el sostén de la vida,

el maíz.

La visión de los vencidos. 

La serpiente repta por el valle, va cerca del suelo porque de ahí nació, porque la tierra es su madre. Hace mucho tiempo un ave de plumas de colores se unió a ella y hermanaron la libertad del cielo con la sabiduría de la tierra.

Hubo un tiempo en que vinieron del mar extrañas criaturas de hierro, sus pasos chirriaban y herían desde lejos. Algunos creyeron que era el dios-serpiente que volvía a ocupar el trono usurpado pero no era como ellos. Él habría llenado de flores el valle; ellos lo tiñeron de rojo. La diosa de la falda de serpientes todavía llora por sus hijos. Fueron muchos los que murieron ante la avidez dorada de las criaturas de hierro.

La serpiente quedó herida, las ondas que marcaba su camino eran estelas de sangre. Vinieron a decirnos que debíamos temerle, que seguirla nos llevaría a la muerte, que no era tan sabia como creíamos y que si reptaba era por el castigo que se le había impuesto al engañar a una mujer que hizo caer a un hombre. Nos llenaron de miedo.

Bajo la sombra de la selva, detrás delos muros, debajo de la tierra, adentro de los santos de bulto, allá se fue la serpiente para no ser vista, para seguir existiendo.

Los que chirriaban se fueron. Llegaron otros diciendo que todos éramos uno, lo dijeron muy hermoso pero en su corazón era distinto, en su interior era diferente.  Pensaban, en realidad, que todo era para ellos, que podían dominar el orbe completo, que el uno sólo podría existir bajo su mando. El presagio de su llegada fueron unos gritos en el cielo, unas alas que se movían buscando a su presa, una mirada penetrante que todo veía y unas garras que atrapaban y no soltaban hasta destruir.

Nos enseñaron su lengua, cambiaron nuestros cantos por los de ellos, cubrieron el valle con flores artificiales y levantaron sus grandes construcciones cambiando el viento por un aire helado que sale de unas cajas de metal. Muchos de los nuestros decidieron ir con ellos. Las mujeres se quedaron solas esperando cada año la semilla creadora de hijos que al crecer repetirían la emigración hacia el norte.

Vestido de madre protectora, un monstruo empezó a recorrer el mundo. Nos dijeron que no permitirían los abusos,el maltrato ni las malas intenciones de los otros, que la paz debía reinar.Pero mandaron casas de metal indestructibles para lanzar fuego y dentro metieron a muchos de los nuestros. Nos devolvieron los despojos.

Las alas seguían llenado de sombras el valle y sus gritos seguían escuchándose, cada vez más fuerte. Nos llenaba de terror.

Trajeron un muñeco con la cara pintada de colores para que nos diera alimento mientras se llevaban los tesoros de la tierra en enormes cajas rodantes. Hombres y mujeres se inclinaron para recoger cosechas que nunca verían en su mesa, aquí y del otro lado del río.

Convirtieron a los nuestros en presas de caza; nuestras playas, en extensión de las suyas, frías y revueltas;nuestros talleres, en engranes de sus incansables máquinas. De lejos nos llegan los cuerpos de aquellos que han muerto sin ver el rostro de quienes esperan su llegada. Y así, poco a poco nos vamos convirtiendo en esclavos.

El miedo en los ojos de los ancianos al encontrar la señal indicada por el dios en medio del lago se va convirtiendo en realidad, setecientos años después, las garras del águila calva se han posado sobre el nopal para devorar a la serpiente.

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Semblanza:

Ruth Escamilla Monroy (Guadalajara, Jalisco). Es profesora de lengua y literatura.Ha publicado relato, poesía y crónica de viajes en antologías, revistas y suplementos culturales. Obtuvo el primer lugar en cuento corto en el XXV Concurso Nacional de Creación Literaria del Tecnológico de Monterrey.