Cuento «Vestida para ti» por Rodolfo Novelo Ovando

Desde que nos casamos, el rubor en mis mejillas se recalca, vuelve cada noche, como si el miedo se instalara en mi estómago, ayudando a digerir los alimentos de manera aislada a mi mente.

Siempre supe que tu rostro tenía la capacidad de ser ambiguo, hermoso como un limón y agrio como tu carácter; incluso tu expresión apacible es la que me convenció de tu amor, aunque siempre sentí que escondías algo más, no sé si por los anteojos o por la sonrisa retorcida.

Nunca dije nada, pues mis padres nos educaron para atender la casa y obedecer al marido; tal vez mis hermanas no piensen lo mismo, pero yo no tuve estudios, por ser la mayor ayudaba a mi familia lavando ajeno. Siempre he estado convencida que la obligación de la esposa es velar por su casa y acompañar a su pareja en las malas y buenas, ese hecho, día a día, me ató a ti y a tus locuras. Podría asegurar que me acostumbré al ritual diario: a las nueve de la noche, después de cenar, me levantaba de la mesa con la firme intención de lavar los trastes sin prisa alguna; el mismo temor recorría mis manos, el agua jabonosa desengrasaba los sentidos, las ideas se iban por la tubería, quedando únicamente la zozobra de ser tan solo piel y carne para tu deseo, por eso hacía tiempo, para que al meterme a la cama ya estuvieses dormido.

El volverme a vestir de charol, con botas altas de tacón de aguja, soportando ese estúpido corsé que me apretaba las ganas de huir, de desaparecer, implicaba ceder a ti, a tu manera de entregarte. Cada latigazo que tocaba mi piel no dolía más que la idea de permanecer por siempre a tu lado; ya el cura había sentenciado en nuestra boda: “hasta que la muerte los separe”.

En ocasiones, me hacías caminar sobre tu espalda, insertando los tacones afilados en tu dorso; al principio imaginé que podía lastimarte si lo hacía con fuerza, pero siempre mi venganza daba un giro, pues la excitación inflaba tus articulaciones y tus venas, lubricando como lluvia y fuego, girabas el cuerpo para mirarme, y al conjugarse el dolor con la pasión la vastedad de tu sexo penetraba mi ser, calaba mis sentidos con un ritmo enceguecedor que decantaba el odio en mis adentros mezclado con tu salitre desahuciado.

Hoy, en cuanto el agua y el jabón se encargaban de los vasos, el aroma limonado de la cocina me convenció de no buscar justificaciones. En la tarja permanecía brillante, con rastros de pastel de nuestro décimo aniversario, mi salvación. Devotamente lavé todas las piezas y el cuchillo, al que le dediqué más tiempo y esmero. Cálidamente lo sequé, lo afilé, lo lustré. Con una sensación agridulce, nunca antes sentida, me dirigí a nuestro baño y, ciñéndome las botas, lo coloqué entre el muslo y el charol mientras terminaba de vestirme para ti.

 

 

Semblanza:

Rodolfo Novelo Ovando. Nació en Chetumal, Quintana Roo en 1976. Poeta. Estudió la licenciatura en administración en el Instituto Tecnológico de Chetumal y la Maestría en Educación en la Universidad Interamericana para el Desarrollo. Actualmente es profesor en la Universidad de Quintana Roo. Ha sido Director de la revista literaria Abisal y jefe del departamento de fomento a la lectura de la Secretaría de Cultura de Quintana Roo. Fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Quintana Roo durante el periodo 2001-2002 y 2005-2006.  Parte de su trabajo literario apareció publicado en la antología Mapa poético de México. Del Silencio hacia la Luz (2008), en el libro colectivo Nuestros Autores para Salas de Lectura (2010) y en la Antología desde los siete azules (2016). Ganador del concurso de publicación de Obras del Fondo Editorial del I.Q.C. en 2001 y 2002. Ganador del Premio Juan Domingo Argüelles 2007, convocado por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Quintana Roo. Mención de Honor en el Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada, convocado por la Casa de la Cultura de Cancún y la Revista La Pluma del Ganso, en abril de 2011. Tiene un Diplomado en Narrativa impartido por el INBA.